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miércoles, 30 de junio de 2010

EMILIANO R. FERNÁNDEZ - FALSO JURAMENTO / Fuente: CANCIONES PARAGUAYAS DE AYER Y HOY – Recopilación: MARIO HALLEY MORA y MELANIO ALVARENGA.


FALSO JURAMENTO
Canción de
EMILIANO R. FERNÁNDEZ
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FALSO JURAMENTO
Amor eterno tu me juraste
cariño eterno yo te jure
cobardemente me traicionaste
y yo sincero tanto te ame.

Tú te vendiste como una esclava
por el dinero que te compró
y te casaste interesada
no con el hombre que te adoró.

Era mentira tu amor primero
era mentira tu adoración
mira que llevas dentro del pecho
la vil moneda de tu traición.

Y si algún día tienes un hijo
cada momento lo besarás
y al darle el beso por aquel otro
tu pensamiento siempre estará.

Si tu marido te pide un beso
un beso puro de un gran amor
en ese instante vendrá el recuerdo
por el dinero que te compró.
.
Fuente:
Recopilación: MARIO HALLEY MORA
y MELANIO ALVARENGA.
Asunción-Paraguay 1991.
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EMILIANO R. FERNÁNDEZ - EN TU VENTANA / Fuente: CANCIONES PARAGUAYAS DE AYER Y HOY – Recopilación: MARIO HALLEY MORA y MELANIO ALVARENGA.


EN TU VENTANA
Canción de
EMILIANO R. FERNÁNDEZ
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EN TU VENTANA
Despierta joven amada, concluye tu dulce sueño
y escucha el eco halagüeño, al soplo de esta alborada
los jilgueros en bandada, vuelan allá en lontananza
mientras yo, en tu alabanza te canto joya preciosa.

….. Escucha bella sultana, mi plañidero acento
….. que al son de este instrumento, lanzo al pie de tu ventana
….. y si tu sueño profana esta mi lánguida estrofa
….. perdón te imploro, mi diosa, vivida rosa temprana.

A ti, rosa de mi cielo, difundo mi humilde canto
bajo un tórrido quebranto, de tortura y desconsuelo
escucha pues, dulce anhelo, este gemido incesante
que exhala tu fiel amante semi muerto de desvelo.

….. Ya el tinte de la aurora salpica el bello horizonte
….. y canta en alto monte esa calandria cantora
….. anunciando ya la hora de un amanecer dichoso
….. con un gorjeo armonioso y poemas halagadores.

Y en la inmensa altura esa tuna soberana
embellece el panorama con su nítida blancura;
y en la lejana espesura las aves trinan volando
mientras se asoma cantando el astro rey que fulgura.

….. Levántate niña hermosa de tu cuna perfumada
….. y ten piedad bien amada de mi lírica quejumbrosa
….. que en su nota misteriosa te hizo perder la calma
….. despertando a tu alma de tu sueño color rosa.

Perdona niña querida al bohemio caminante
que lleva en su paso errante hacia otra playa perdida
ya, sin corazón, sin vida de tu presencia me alejo
Adiós! maravilloso espejo, fulgente aurora encendida.
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Fuente:
Recopilación: MARIO HALLEY MORA
y MELANIO ALVARENGA.
Asunción-Paraguay 1991.
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EMILIANO R. FERNÁNDEZ - FELICIDADES RAMON / Fuente: CANCIONES PARAGUAYAS DE AYER Y HOY – Recopilación: MARIO HALLEY MORA y MELANIO ALVARENGA.


FELICIDADES RAMON
Canción de
EMILIANO R. FERNÁNDEZ
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FELICIDADES RAMON
Viene ya el alba muy reluciente
con su preludio dulce orquestal,
como obsequio del alma ausente
hermano tuyo, grato y leal.

El cielo claro de bella veste
te abriga inmensa felicidad,
con los fulgores del rubio este
que los irradia con claridad.

Hermano mío, a ti mi canto,
en alas sueltas teje su amor
bien cultivada allá en los campos
donde florece la casta flor.

Veis esa alondra que va cantando
dulce melodía de amanecer
al santo nombre felicitando
al magno docto del gran poder.

Me iré a paso cantando siempre
la humilde verba del corazón;
a ti, mi hermano el remitente
viene loando tu San Ramón.

Yo te saludo con mil cariños
mi buen hermano, sangre de mí
y ten presente que somos niños
yo te deseo seas feliz!
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Fuente:
Recopilación: MARIO HALLEY MORA
y MELANIO ALVARENGA.
Asunción-Paraguay 1991.
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EMILIANO R. FERNÁNDEZ - DOCUMENTOS / Fuente: CANCIONES PARAGUAYAS DE AYER Y HOY – Recopilación: MARIO HALLEY MORA y MELANIO ALVARENGA.


DOCUMENTOS
(DESDE EL CAUTIVERIO)
Canción de
EMILIANO R. FERNÁNDEZ
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Desde este corral desierto
dirijote esta canción
con el corazón ya muerto
y perdida la ilusión.

Al recordar los pasados
te invoco con frenesí
y vi mi cielo nublado
al encontrarme sin ti.

Y alzando mis ojos al cielo
dulce proclamo tu amor
como el único consuelo
a mi indecible dolor.

Yo sé que tú reina
mía pronto olvidarás de mi
ya en otra compañía
sabiendo que te perdí.

Pero te imploro reinita
a que recuerdes mi amor
aunque lejos Belencita
hay se apaga aquel fulgor.

Sí, porque estoy recluido
privado de todo bien
pero tu nombre bendigo
mi siempre amada Belén.

Y en la cárcel miserable
vibra mi postrer canción
fruto de amor inacabable
que llora en mi corazón.
.
Fuente:
Recopilación: MARIO HALLEY MORA
y MELANIO ALVARENGA.
Asunción-Paraguay 1991.
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DOMINGO AGUILERA - DE AMORES Y AMARES (Palabras de SUSY DELGADO) / Poesías: ASTEROIDE, HOY ES PRIMAVERA, PERDER LA CUENTA, LA ÚNICA ROSA, IGUAL QUE TÚ

DE AMORES Y AMARES
Poesías de DOMINGO AGUILERA
(Enlace a datos biográficos y obras
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© Domingo Aguilera Poemas
DE AMORES Y AMARES
EDITORIAL SERVILIBRO
Pabellón "Serafina Dávalos"
Telefax: (595 21) 444 770
www.servilibro.com.py
Asunción - Paraguay
Arte final: any ughelli diseño+arte
Ilustración: Roque Jara
Armado: Claudia López
Edición al cuidado del autor ´
Asunción, Paraguay
Abril del 2007
I.S.B.N.: 99925-859-3-5
Hecho el depósito que marca la ley.


.
Una poesía que ha llegado despacio, sin apuro, a un poeta que todo lo vive, sin embargo, como el último trago inexcusable de la vida, es ésta de DOMINGO AGUILERA. Lo poesía de un poeta joven, profundamente inquieto y sensible ante las cosas de su tiempo, que supo y sabe de las cosas que necesitan hacer su camino en el reverso quieto de ese tiempo, con la pasión paciente, minuciosa, de quien engarza filigranas.
Poemario primero, augural y pleno, voz que se inaugura honda, singular, luminosa. Rito de iniciación de amores y amares para conjurar la intemperie de un tiempo desbocado. Poesía de filigrana.
SUSY DELGADO
.
Las mismas mariposas han llegado,
despacio,
dibujan mi corazón sobre tu pecho
y luego se ahogan conmigo
en tu sonrisa.

.
ASTEROIDE
Hoy soy estrella,
me miran tus ojos indefensos,
recientes cesáreas
del cielo.

HOY ES PRIMAVERA
Tú que tienes la belleza cuando quieres,
dejáme crecer tu pelo en mi espalda,
que cada rulo me peine la primavera
con su frescura natural de serpiente.

Hoy puedo apagar todas las luces
que me clavan a las nubes.
No hay nada nuevo bajo el sol
pero sí bajo tus ojos.

Si supieras cuánto te amo,
tal vez yo supiera quién insistió tanto
en cargar en tu pecho todos los motivos
de mi boca.
Ah! tu pecho,
de día pescados
y de noche olas.

PERDER LA CUENTA
Explicar tanta codicia
resultó en cercanía y propiciamos
la noche suficiente
para dos pasajeros.

Yo llevaba varios días
adorando tus ojos
llenos de danza esquiva.
Aposté al fuego y la sirena,
jugué con tu risa y tus reflejos,
de sueños a estrenos,
de ropa a primavera.

Ese fue el inicio;
luego yo seguí firme,
te olvidé de tanto revivir;
y sin despedirme
atravesé tu espasmo,
abrazado a mi espléndida
roca de meteoro,
que ya no era sino
las fieras y las palomas
de tu pecho,

LA ÚNICA ROSA
Hay un remolino que se ha llevado mi boca,
mi cama y todo mi refugio,
el mismo que conduce mis manos entre tu pelo
y me hace gritar que esta noche no puede
abandonarnos.

Gateo por la plaza, hormiga,
mientras te recorro con mis labios adictos,
mi corazón se agranda y se calienta
y no cabe en ninguna parte.

Todo despiertas y amenazas,
quiero evaporarme y llover sobre ti
cuando la calma de tus ojos me hace tormenta,
y no te llevo.

Esta noche estoy en un mundo cambiado de repente, a tu lado,
y transfiero tu cuerpo a mis manos,
mi voz y mi guitarra,
y sigo y seguiré cualquier rumbo
si es por tu sonrisa,
que se funde y se escurre
a penetrarme como un grano de sal.

IGUAL QUE TÚ
Nunca pude detenerme
desde que, curtido por la noche,
libé tu misterio
tan exquisitamente prohibido como un incesto.
Renuncié a la existencia
por saltar a tu loca sementera
de sueños de chocolate.

El paraíso entró como un pájaro mosca
a poner su huevo invisible
en nuestro corazón dormido.
Nos dimos cuenta a tiempo.
Aquella aventura de vuelo indefinido
remontó y destapó el horizonte
del tesoro perdido.

Fui como un almendro en este enorme mundo,
llegué a tripulante de tus olas indecisas,
ahora mi pecho arropa una estrella
y se abandona como un ciego
a tu amor de luciérnaga.

TU CREACIÓN
Me generó tu vientre, tan chico, y me lanzaste
como un bodoque en busca del blanco de la dicha espantada.
La acerté, estamos juntos:
nuestra vida, la única, la que pende de una vaga aventura,
la más desbocada.

Se renueva tu cintura,
el desfiladero que me retuvo
cuando me lancé rodando la pendiente
de un sueño.

Y retoña una palabra.
Tus manos de jarabe me moldean despacio,
me soplan una paloma. La hojarasca se enciende
y en su lugar surge una primavera viva.

Bajé la lanza y tiré un adiós por la ventana,
Tú eres el péndulo de la gloria y el destierro,
tu enorme vaivén viaja de una luna a otra,
su tiempo gira cuando el amor canta.

Me hiciste otro, sin medida, sin retorno,
de damnificado de río
a buceador refugiado en tu lecho de mar.
.

No importan los caminos,
cualquiera será largo sin ti.

.
CONTRA EL CORAZÓN
Mi corazón en partitura
no se equivoca de nota.
Excepto cuando
prometió entrar
conmigo al paraíso
antes que las prostitutas.

Me abandonó
con poca prisa,
como todo monstruo
en tiempo real.

Ahora estoy mirando
solo adelante.
Aflojo el cinturón
y ruedo.

Pero todos los golpes
todos los topes
me defraudaron
lentamente
como ala prestada.
En su lugar solo
me crecieron pelos
y ningún caparazón.

CONTRA EL AMOR
Su señoría, aquí me tiene esta mañana,
para exponerle la causa que oirá usted.
No sé si este será un caso de su jurisdicción,
porque no es comercial, tutelar ni del menor.

Páseme una hoja de su formulario de solicitud,
y déjeme solo un momento que quiero ser formal,
quiero dejarle algo serio, sin que le falte nada,
para que haga su fallo de juez imparcial.

Señor juez, quiero radicar una querella criminal
contra el amor,
le demando por daños y perjuicios,
le acuso de irresponsable e infiel.

Dicen que nadie murió de amor,
pero por él miles mataron, le puedo asegurar.
Dicen que por amor nadie se muere,
pero muchos dejaron de vivir por culpa de él.

Atienda usted la causa, señor juez,
quiero justicia pronta y ejemplar,
pues le presento al mar, las estrellas y al yuyal
como algunos de mis testigos,
pero al cuerpo del delito no lo puedo recordar.
.

Hacéte carne y hueso,
quiero despedirte.

.
REENCUENTRO
Yo respiro por cada poro de tu indiscreción,
por cada rosa acompasada de tus pliegues.
Yo pagué por ti para alivio al contado
pero igual quiero que goces.

Te amo porque antes de tu piel va mi jadeo
y debajo de tu piel, el aire que te levanta
y estruja mi estirpe al infinito.

Solo la noche alumbra tus medidas:
90-60-100, la misma que un hombre fiel
en litros de cerveza
antes y después de un tratamiento.

Me gustas porque tienes el amor
y una marca registrada en un costado,
que esta noche te borraré
mientras nos casemos.

Te desinflo de día y eres placenta
de quién sabe qué nacimiento
que ahorró nuestra cama
en baja traición a la patria,
Yo te tengo mientras muchos te olvidan
y te recuerdo mientras todos te desean.
No te inmutan la madrugada, el cigarrillo ni el gatillo,
el humo que se eleva después
de cualquier acto de luz.

Mi segundo de sol,
tus mirillas de luna llena
no me dejan extrañar;
dueña de amor, de aire puro,
materia familiar debajo
de otras pieles que sangran.

LA OTRA MEJILLA
Hoy, mi amor, estoy lleno
de muecas y ausencias.
De muecas que se hacen recuerdos
y de ausencias que ya son compañía,

Las palabras.

Una descarga de los idos
sobre la humanidad de los yentes.

Mientras se escapa el visionario
con sus dedos sucios y sanos,
ordenando "¡tierra!"
desde el asfalto,
el sereno grita ''¡puerta!"
a la vuelta del rocío.

La poesía.
Yo me quedo,
Yo sé.

Ella trabaja sin fiesta
mi entierro,
y sin prisa
mi desarraigo.

Y yo me quedo ante ella
para cualquier ausencia nueva,
pero no para darle
la otra mejilla.
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EMILIANO R. FERNÁNDEZ - DESENGAÑO / Fuente: CANCIONES PARAGUAYAS DE AYER Y HOY – Recopilación: MARIO HALLEY MORA y MELANIO ALVARENGA.


DESENGAÑO
Canción de
EMILIANO R. FERNÁNDEZ
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.
DESENGAÑO
Fue una noche que a tu casa yo llegué por primera vez
mi guitarra bajo el brazo meditando una canción
y con ella te arrullaba como alondra mensajera
y entre ritmo de mis versos te ofrecí mi corazón.

Y aquella misma noche tu respuesta me absorbía
cuando ya ilusionado confesábate mi amor
y te dije con ternura que en el mundo tu me harías
el vergel más delicioso de divina casta flor.

Yo fiaba en tus palabras cuando entonces me decías
yo nací en este mundo fidedigna para ti
y sumiso como un niño en mi lírica porfía
sollozando te imploraba un albergue para mí.

Pero luego desviaba esa tu alma ilusoria
y me arroja hacia el abismo tu maligna veleidad
yo insomne meditando en mi incierta trayectoria
triste como tu promesa en mi mísera orfandad.

Hoy cual árbol ya sin hojas por el viento maltratado
quedo solo en la penumbra en un lúgubre rincón
porque tu mujer perjura en mi pecho ya has clavado
esa flecha delictuosa tu verdugo corazón.
.
Fuente:
Recopilación: MARIO HALLEY MORA
y MELANIO ALVARENGA.
Asunción-Paraguay 1991.
.
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martes, 29 de junio de 2010

FERNANDO PISTILLI MIRANDA - DEL POEMARIO LA SOLEDAD (1995) / Fuente: ANTOLOGÍA POÉTICA 1994 - 2004. Poesías de FERNANDO PISTILLI.


DEL POEMARIO
LA SOLEDAD (1995)
Poesías de
FERNANDO PISTILLI MIRANDA
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.
CREÍ QUE ERAS DIFERENTE
Creí que eras diferente,
que opacaríamos los soles,
que encenderíamos los bosques,
que seríamos fuego y uno
………. uno y fuego.

Creí que eras diferente,
que tus cabellos rojos
me acompañarían siempre,
que tus manos blanca unidas
a las mías irían juntas
………. por las noches,
………. por las mañanas.

Creí que eras diferente,
que las tardes nos sorprenderían
desnudos, libres, por campos verdes,
que las estrellas
cómplices de nuestros sueños
nos protegerían eternamente.

Creí que eras diferente,
que el mero hecho de pronunciar
tu nombre, recordar tu rostro,
……………….. tu aroma,
me harían invencible.
Creí que eras diferente,
….. pasarían los días,
….. pasarían los años,
………. las tormentas,
y amaneceríamos juntos,
….. abrazados,
….. sonrientes,
diferentes.
Creí que eras...
….. ... que serías diferente.

HUYO DE TI
Huyo de ti
cierro los ojos, las puertas,
………. las ventanas,
apago las luces
y en la quietud de mi cama
tu voz me acosa
….. y te sumerges en mi cuerpo.

Entonces busco ocultarme
en el interior de mis entrañas,
pero me sigues en los huesos,
………. en la sangre.

Me persigues
.. y siempre me encuentras,
….. desnudo y solo
….. llorando tu nombre.
.
LA SOLEDAD
Vuelvo a encontrarme con mi soledad,
las cosas que me rodean y las fotos
en las paredes vuelven a ser
solo recuerdos.

Vuelvo a encontrarme en el espejo,
mi rostro ha cambiado pero quedan
ciertas señales,
………. los ojos son los mismos
………. y la cicatriz de mi frente
que es el resultado de una travesura
tan lejana, ya casi olvidada.

Los libros en su reposado silencio
son los últimos compañeros
que se niegan a dejarme.

La soledad me acoge en sus brazos.
Los brazos pacientes y a la vez ansiosos
de la amante que sabe
….. que uno nunca se va,
….. que siempre se vuelve.

TODO GIRA
.
Para Víctor-Jacinto Flecha
.
Todo gira en torno a una plaza,
…………… un templo,
…………… una calle,
…………… a la siesta.

Todo gira en torno
….. al recuerdo de viejas glorias,
….. al resultado imposible del azar.

Todo gira en torno al nacimiento,
……… a los días,
……… al heroísmo,
……… a la inteligencia,
……… de un solo hombre.

Todo gira en el círculo oscuro,
único y perfecto
……… de la cobardía.

ERES LA MISMA
.
Para Arturo Pistilli
.
Eres la misma
que atormentó a Colón
en sus deseo de volver
….. a estas tierras.
Eres la misma
que ungió a Antequera,
Juan de Mena y Francia.
Eres la misma
que lloró a la sangre
de guerras fraticidas
y nos guió durante la tiranía.
Eres la misma
que nos ilumina en la
desesperanza de estos días
y me acompaña en la
soledad de esta noche.

Eres alfa, beta, delta,
gama y la intrusa.
Eres
….. La Cruz
….. el sueño
….. Del Sur
….. la bandera.

CIEN AÑOS
Das vuelta y te das cuenta que estás solo.
No hay nadie a tu alrededor, no están los amigos,
los parientes, no está Dios.
Estás solo. Son decenas, cientas, miles de butacas
vacías, estás sólo tú mirando en todas los direcciones,
al frente una pantalla blanca gigante, atrás el ruido
constante, sin fin, del rebobinado de una película.
No hay espejos que te reflejen, no puedes verte,
el terror te invade, una gota de frío sudor te recorre
el cuerpo, se apagan las luces -¿quién las apaga?-
la oscuridad es total, ya no ves ni siquiera tus manos,
hasta la soledad es incomprensible, no la puedes
concebir, no la entiendes.
No sabes qué o quién eres. No recuerdas tu nombre,
Recuerdas muchos nombres, muchas gestas heroicas,
recuerdas a un hombre que cabalga libre en una gran
llanura, recuerdas a una mujer que es quemada por pensar
distinto, recuerdas el atardecer y una bella dama
es besada por un caballero, cualquiera puedes ser tú.

Cualquiera puedes ser tú, pero ¿cuál de todos?
El rebobinado de la película se detiene, un silencio
religioso invade aquel lugar, puedes oír algo semejante
al latido de un corazón, una extraña música precede a la
sucesión de imágenes.
Ahora recuerdas, abres los ojos y gritas, un grito silencioso
que se transforma en una mueca desesperada, se encienden
las luces, el proyector se detiene, las butacas están llenas,
los aplausos sacuden la sala.
Eres el personaje, miles de rostros te han encarnado.
Eres un filme en un carretel olvidado.
Eres el color, la acción, la luz, el silencio.
A cien años, día con día, la magia, se repite.

-Atrás el rebobinado de la película vuelve a empezar.-

¿QUIÉN ERES?
¿Quién eres?
¿Por qué sufres?
¿Qué ocultas tras tu larga cabellera,
….. tu barba oscura,
….. tus treinta y tres años?
¿Qué historias, cuántas parábolas,
….. relatarán tus creyentes,
….. tus discípulos,
los doce...
.. ... los once que te acompañan?
¿Quién eres
cómo te llamas,
qué quieres, Nazareno?

Niño de Belén,
¿qué imploras de rodillas en el monte,
qué ves en el cielo,
cuántas estrellas,
cuántos deseos?

¿QUÉ SE SIENTE?
¿Qué se siente ser Dios y cargar el madero?
¿Qué se siente ser hombre y cargar tantas culpas,
………. tantos males?
¿Qué se siente ser Dios y recibir los golpes,
………. los clavos,
………. la lanza,
….. sentir la sangre?
¿Qué se siente ser hombre, sufrir tanta injusticia
………. y perdonar?
¿Qué se siente mirar arriba y verlo,
….. mirar abajo y vernos,
….. cerrar los ojos, verte?
Por un segundo contemplarte,
por un segundo conocerte,
….. el segundo más largo,
….. el segundo más grande.


Fuente:
ANTOLOGÍA POÉTICA
1994 - 2004
Poesías de FERNANDO PISTILLI
Editorial Servilibro,
Asunción-Paraguay 2004.
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EMILIANO R. FERNÁNDEZ - CRISTINA RIOS / Fuente: CANCIONES PARAGUAYAS DE AYER Y HOY – Recopilación: MARIO HALLEY MORA y MELANIO ALVARENGA.


CRISTINA RIOS
Canción de
EMILIANO R. FERNÁNDEZ
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CRISTINA RIOS
C-una de placeres nido de esperanza
R-iquisima joya de mi admiración
I-magen de virgen de la lontananza
S-agrada pintura de la creación
T-u voz de querube nuncio de la gloria
I-ngenua princesa de ignota región
N-aciste en el mundo cual regia victoria
A-ngélica musa de mi ensorñación.

R-isueña hortelana de una primavera
I-nfanta mimada de un vergel en flor
O-h! te juro por la vez primera
S-onámbulo vivo lejos de tu amor.
.
Fuente:
Recopilación: MARIO HALLEY MORA
y MELANIO ALVARENGA.
Asunción-Paraguay 1991.
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MAYBELL LEBRON TU y YO, DESVARÍO y EL ECO DEL SILENCIO / Fuente: EL ECO DEL SILENCIO (CUENTOS)


TU y YO, DESVARÍO y
EL ECO DEL SILENCIO
Cuentos de MAYBELL LEBRON
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TÚ Y YO
** Diego abrió la puerta del coche y el golpe brutal lo desmayó. Un dolor lacerante le impedía distinguir dónde se hallaba. El murmullo de voces se fue aclarando y el perfil de las figuras comenzaba a tomar forma. Un hombre encapuchado, de pie frente al camastro en que se hallaba, lo miraba sin mover un músculo. Volvió a cerrar los ojos, al tocarse la cabeza sintió en la mano algo pegajoso, por el olor se dio cuenta que era sangre. Sus pupilas atisbaban desde la rajadura de los párpados hincha-dos mientras la mente empezaba a hilvanar ideas. Estaba en una habitación extraña, una banda engomada le tapaba la boca, impidiéndole hablar; las manos atadas a la espalda, y los tobillos unidos con cinta adhesiva. Supo que, aunque lo intentara, no podría ponerse en pie. Tenía los pantalones mojados de orín: lo descubrió con rabia, no vergüenza. Descartó el robo del coche sport rojo, último modelo, regalo de su padre al cumplir los 20 años, como motivo del ataque. Estaba prisionero. Secuestrado.
** Puedes gritar todo lo que quieras, nadie te oirá. El brusco tirón le arrancó la mordaza. Dolió. No dijo nada. Con esfuerzo se sentó en el borde del catre: ¿Qué quieren? ¿Pueden darme un vaso de agua? Otro hombre se acercó, la cabeza cubierta con un pasamontañas y guantes negros. Ya es tarde. Mañana hablaremos. Estás en nuestro poder, no hagas tonterías.
** Quedó solo en el cuarto y trató de evaluar el entorno a pesar de la poca luz que emitía un foco colgado de un cable roñoso. Lo alertó el chirriar del cerrojo. El encapuchado entró con dos baldes de plástico, una jarra y un vaso. El balde azul es para mear y el amarillo tiene agua limpia, aclaró mientras ponía la jarra sobre la mesa que, con una silla, completaba el mobiliario. De capucha, buzo azul y zapatos deportivos, el guardia misterioso salió y llaveó la puerta por fuera. Todo lo hacía con la mano izquierda. Con gesto amenazador, en la derecha empuñaba una pistola.
** Tomó dos vasos de agua, se sacó la camisa manchada de sangre y los pantalones húmedos. En calzoncillos, se lavó la herida, la cara y el torso. Estaba dolorido pero se sentía bien. Alto, musculoso, de ojos negros rasgados y brillantes, era un hermoso ejemplar. Estaba allí por la fortuna de su padre. Tendrían que pagar un buen rescate. Analizó la situación para orientar su conducta. No debía desesperarse. Necesitaba un plan.
** Le lavaron la ropa y pudo vestirse de nuevo. Miró con odio al guardia y su ayudante colocarle en los tobillos unos grilletes unidos por una corta cadena. Ante la humillante maniobra, el furor le enrojeció el rostro y las mandíbulas tensas hicieron crujir los dientes. La orden fue mantenerse alejado del carcelero cuando estuviera en la habitación.
** A medio día su custodio le trajo un plato de guiso y un pan. Lo examinó con disimulo. Entrevió la piel blanca de sus manos, su cuerpo delgado bajo el buzo azul, que le quedaba grande -apropiado a sus aproximadamente un metro ochenta de estatura- y la voz aflautada que trataba de ocultar con un tono bajo, casi susurrante.
** No estaba tan malo el guiso, comentó sonriendo cuando el guardia volvió para retirar el plato. Un gruñido fue la respuesta. Dime, nadie viene a verme. ¿Qué está pasando? ¿Han pedido rescate? Por primera vez lo miró directamente a los ojos y Diego se sorprendió al reconocerlos azules. No había rencor en ellos, sólo indiferencia. Hoy van a pedir rescate. Si pagan, pronto estarás libre y gracias a tu pellejo seremos ricos. Para algo sirven los platudos. No alardees, me imagino que sólo eres un lacayo de estos bandidos. Me tratas bien y te lo agradezco, soy pacífico, no busco líos. Y como no me dices tu nombre, te llamaré Don. El mío ya lo sabes, es Diego.
** La cordialidad de Diego aflojó la tensión y los diálogos se hicieron más frecuentes. Unos días después la puerta se abrió de golpe. Don entró; de un empujón lo tiró en la cama y sin darle tiempo a reaccionar le aflojó los grilletes y unió sus muñecas con la gruesa cinta adhesiva, ató las pantorrillas para sacarle los hierros y remató el trabajo sujetando los tobillos con la cinta, en un alarde de eficiencia y oficio. Intrigado, Diego tuvo miedo por primera vez. Algo estaba sucediendo.
** Su rostro se transformó en una máscara de terror; las manos contraídas de espanto trataban de llegar a las ropas de Don. Suplicó: Por favor, dime lo que pasa, no me engañes. Una voz chillona, desconocida, respondió mientras balanceaba la pistola: Bueno, vamos a mudarnos. Aquí corremos peligro, nos siguen la pista, y si te encuentran con nosotros estamos listos. Cuando haga falta el jefe te liquida, y a mí también si sabe que te lo dije... No lo permitas -la voz de Diego se quebró en un sollozo-. Tú no me puedes matar, yo sé que eres bueno. Los ojos azules destellaron azorados bajo la máscara. El contacto de sus dedos al ayudarlo a levantarse le transmitió una ráfaga de ternura insospechada. Salió a saltitos hasta llegar a la camioneta cerrada donde antes de partir lo amordazaron y le pusieron un bonete negro, sin agujeros. Oyó bocinazos y tráfago de rodados. Más tarde, la marcha se hizo tranquila y veloz. Luego comenzaron a dar tumbos aunque la velocidad apenas disminuyó. Al cabo, gimieron los frenos y el furgón se detuvo. No sabía si era de día o de noche. Al abrir las puertas entró una ráfaga de aire fresco oliendo a pasto y bosta. Le sacaron el capuchón y la mordaza. Respiró, aliviado. Distinguió una pequeña casa de ladrillos y techo de paja. El atardecer pintaba de carmesí el horizonte donde las siluetas oscuras de los árboles remedaban una estampa chinesca. El chofer y Don lo custodiaban. Juzgó tonto gritar y le era difícil moverse, pero se sintió más seguro en ese desierto verde... casi contento, sonrió a las estrellas.
** El vozarrón impaciente del chofer lo despertó. Le ordenó sentarse en una silla; él mismo, a golpes de peine, le alisó las mechas desordenadas, entregó a Don un diario que había traído para que lo acomodara en las manos de Diego, apoyándolo en su pecho... y le sacó la foto.
** Con esto a ver si conseguís la plata, es mejor que liquidarlo, bromeó Don. El otro hizo un gesto indefinido. Y a él: Va a entregar la foto y traer comida. ¿Cómo estás? La voz seguía chillona y el ademán tranquilo, como si lo calmara el aire de campo.
** -Tengo miedo pero sé que me vas a cuidar, ¿verdad? Me siento flojo, no sé qué me pasa, estoy mareado. Una arcada lo dobló hacia adelante. Me desesperan estas ataduras. Diego jadeaba con la boca abierta, aspirando entrecortadamente el aire, con pequeños espasmos cada vez más débiles. Creo que me voy a desmayar, otra vez me falla el corazón, Dios mío, voy a morir aquí. Por favor, suéltame las manos, quiero hacer la señal de la cruz.
** Don, indeciso, tomó al fin un cuchillo y sajó las cintas de las muñecas. Ya puedes rezar, farfulló. Diego gimió: Gracias. Eres generoso conmigo, deja que te dé un beso de despedida.
** Un encogimiento de hombros evidenció su desprecio. Fastidiado, Don se agachó ofreciendo la oculta mejilla. Las manos de Diego cazaron su cuello con toda la furia y la fuerza de sus veinte años. El golpe de karate lo desnucó. Cayó la capucha y vio la aviesa cara de niño con sus ojos azules aún incrédulos. Corrió sin parar hasta la ruta, subió a un ómnibus que pasaba... y rezó por el muerto.
DESVARÍO
DÍA 1
Lisa está de espaldas, envuelta en un salto de cama de franela a cuadros sujeto al descuido con un largo cinturón que deja adivinar el fino talle bajo los pliegues desprolijos. El hombre la mira sonriendo, sin duda, es linda. El olor a café inunda la cocina mientras chirrían en la sartén los huevos y el tocino. La sigue queriendo tanto por ser como es: cada mañana levantarse así de temprano a prepararle el desayuno mientras él se viste y luego llega a tiempo al trabajo. Por sobre el olor a café y frituras sus miradas se encuentran: él, con el primer trozo de pan tostado en la boca; ella, con el plato de revuelto en las manos. Él traga el pan, ella deja el plato en la mesa. Se dan un beso largo y gratificante, con olor a dentífrico y jabón. Diez minutos más tarde él rueda por las calles de Nueva York.
En la amplia playa de estacionamiento acomoda su coche convertible rojo en el espacio marcado con el número 68 sobre el piso de cemento. Su espacio. Al otro lado, relucientes y lis tos, en espera sin hora ni día fijado de antemano, se alinean los carros de bomberos. Llegan dos unidades manchadas de hollín. Exhaustos y sucios bajan ocho hombres y se dirigen al enorme edificio. Danny sube los escalones del Salón de Espera, alza el brazo y saluda a Harry quien llega con una taza de café humeante. Se llena de finas arrugas su cara rubicunda al dar la alegre bienvenida. A éste le preparan el desayuno en casa, bendito seas entre todos los bomberos. Siéntate y sigamos el juego, gruñe desde la mesa su compañero de truco. Danny se acomoda en un sillón con el New York Times aún tibio y tan igual al de ayer. Busca los resultados del baloncesto; él también lo juega los sábados. La joda es que el entrenamiento no me deja tiempo libre. Le brillan los ojos, ganaron los Dodgers.
Sirenas y la voz imperiosa del altoparlante: Urgente. Todas las unidades disponibles a Manhattan. Las Torres Gemelas están en llamas. Atentado terrorista desde el aire. El estupor dura sólo unos segundos. Gritos, preguntas, rostros tensos de gente corriendo hacia los carros con los equipos a medio ajustar en el cuerpo. Danny los sigue con la boca y los ojos desmesuradamente abiertos.

DÍA 5
Aún el polvo y el humo opacan el aire. Trozos de mampostería, cables, pedazos de carne podrida pegados a hierros retorcidos, el espanto de hallar una mano emergiendo entre los escombros como pidiendo auxilio. Vencer el asco y el miedo con la esperanza de salvar a una víctima y encontrar sólo un brazo desgajado, ya sin nombre. Seguir buscando a pesar de la desilusión y las náuseas, ahogados por el olor a podredumbre y los graznidos de allá arriba, donde antes estaban las torres. Alas negras agoreras de muerte. Cuervos en Manhattan.
Sentado sobre unos cascotes, demacrado y sucio, Danny mira sin ver. Ella tal vez preparaba el primer café del día en la reluciente máquina italiana de EXPRESS, en ese bar del piso 84, con enormes ventanales de cristal curioseando los rascacielos. Sus serenos ojos verdes agrandados de asombro al ver el avión fuera de ruta, bramando anatemas. El MAL existe, ¡Oh, Dios! Te desafía. Nos envuelve en su odio pesado, letal. Demonios invocan TU nombre para matar. Mahoma te premiará si aniquilas a los infieles, dice el Corán. Dan la vida por leche, miel y mujeres en el Paraíso, y mueren odiando, felices. Abrumado en su propio silencio no siente el trajín de la gente ni el ruido de las máquinas excavando sin pausa. Llega el relevo.
Abre la puerta del departamento. Se abraza con desesperación al abrigo azul colgado en la percha de entrada. La soledad es una daga que le quita el aliento, ve la cama vacía con los ojos enrojecidos de polvo y pena. Le cuesta tragar la hamburguesa de pan duro. El cansancio lo derrumba. Se acuesta sin cambiarse de ropa. Siente el frescor de su mejilla rozándole la cara húmeda de lágrimas, su delicioso aroma lo envuelve, lo marea, estira el brazo para alcanzarla y ella retrocede lentamente hasta desvanecerse en una esquina de la habitación... Sueña fuego, humo, piedras. Minuciosamente arma el macabro rompecabezas cotidiano entre hediondos cadáveres hechos pedazos. Una pierna sin dueña. El cuerpo destrozado de un joven: afortunadamente rescata la cédula de identidad del amasijo de sus carnes nauseabundas. Lo sacuden las arcadas. Debe seguir. Levanta una losa: dos ojos lo miran con la dulce tristeza de la muerte. Su salto convulso estremece la cama. Con un grito ronco cae de nuevo en el pesado sopor, agotado. Llora suavemente. Sí. Su llamado llega a mis oídos. Me pide que no la abandone. ¿Eres tú, mi amor? Siento tu aliento escapar por entre las junturas de los trozos de cemento, rielar sobre los vidrios despedazados de aquellos ventanales llenos de luz. Y me llamas desde lejos, no puedes liberarte sin mi ayuda, pero dónde estás, ¿dónde?, ¿quién pudo odiarte tanto?, ¿por qué a ti, a mí, a miles sin culpa? No es justo, Señor. TÚ me devolverás a Lisa, ¿verdad? Responde, Señor, respóndeme.

DÍA 6
Busco. Tengo los brazos agarrotados de tanto escarbar tierra y cascotes.
¿Oyeron? ¿Qué dices? ¿Oyeron? No, nada. Sí, lo sé, está bajo ese montón de escombros. Golpeo. Oh, Dios, una señal. Y no contesta. Ustedes ¿qué miran? No me griten. ¿Que qué me pasa? Nada. Pero, ¿por qué no la encuentro? Lo sé, está viva. Si ayer durmió conmigo. Sentí sus lágrimas saladas juntarse con las mías. Debo encontrarte. No me abandones. No estoy loco, estás allí. Debo seguir de pie, no puedo dejarte en este infierno, te llevaré a casa, te lo prometo. Su cuerpo late con estruendo de tambores, los guantes destrozados se entibian de rojo, las gotas de sudor corretean como insectos sobre su piel lacerada. Oye, Patrick, allí hay algo que se mueve. Ayúdame, trae la linterna. Gracias, Dios mío, está viva. Y la sacó.
Con ella en brazos entra al departamento. La deja arropada en el abrigo azul; prepara un sandwich mientras entibia leche. Cepilla con cuidado el estropeado pelo castaño y ve cómo, agotada y satisfecha, se duerme en la cama enorme. Acaso no me entiendan. Ella está aquí, en casa. Con sus dulces ojos verdes me explica que sólo así podía salvarse, caber en ese hueco tan pequeño. Y se hizo el milagro para volver a mi lado, juntos, como antes. No importa lo que digan. Te quiero, te querré siempre, gracias a Dios estás conmigo. Nada nos separará jamás. Y la besa con infinita ternura.
Cierra la puerta del baño para no despertarla. Tararea feliz bajo la ducha caliente. Luego, temblando, se tiende a su lado. Buenas noches, Lisa, mi amor. Y aún dormido, acaricia su pelo.
Con un suave ronroneo, la gata agradece los mimos de su nuevo amo.
EL ECO DEL SILENCIO
** Sentado en la alfombra de su dormitorio, rodeado de piezas de metal con agujeritos y pintadas de verde, el niño arma una grúa. Mira, Guille, me falta la rueda del engranaje y ya va a funcionar. Vas a ver cómo alza las cajas. No hay respuesta, sólo un leve encogimiento de hombros. El niño se siente herido. ¿En tu casa no tienen estos juguetes? Oye un: Paty, a comer. Fastidiado, ruega: No te vayas, vuelvo enseguida.
** Todo estaba ordenado: la cama, la mesa ratona y sus dos silletas, el estante de libros y juguetes. Una pequeña lagartija tornasolada aprovecha la ausencia del chico para corretear por la habitación vacía y se escabulle al oírlo volver. Con gesto cansado despeja el sitio y mete los juguetes en una caja de cartón. Aquel día, luego del encuentro del lago, lo descubrí sentado en la alfombra de mi cuarto. Llegó sin ruido, y allí estaba, con sus ojos empañados, húmedos. El cuerpo delgado se inclinaba, lacio, como si fuese a desmoronarse. Veía las venas azules a través de la suave piel de sus manos que extendía hacia mí en un callado saludo. Su llamado de auxilio -porque eso parecía- me sorprendió. A pesar de todo, le respondí con una sonrisa. Nunca volvió a salir de mi aposento. Misterioso, sólo se deja ver por mí. A nadie se muestra. Me llama hermano. Es bárbaro tener un amigo como él. Su nombre es Guille. No sé cómo lo hace, pero todo me lo dice sin hablar. Y yo lo entiendo. Es formidable recibir sus historias tendido en la alfombra, a su lado, con los ojos cerrados. Me imagino su mundo fantástico donde todo se aprende sin deberes ni horarios. Sin padres tiranos. -Un rencor pequeñito va tomando espacio en su mente-. Paty acepta encandilado a ese compañero que nunca cambia sus ropas, de piel de una blancura transparente, con sus ojos acuosos resbalando, ausentes, y un dejo indefinido, casi maligno. Me enseña muchas cosas que yo no sabía. Pero está raro.
** Antes jugaba y reía conmigo, ahora me mira con burla reprimida.
** Hijo, ¿otra vez hablando solo? No, mamá, estoy con Guille. Fantasías de niño, no es para preocuparse.
** De nuevo, frente a frente sobre la alfombra, el extraño muchachito domina a Paty con su mirada enigmática de niño solitario, igual que él. Prisionero en la enorme mansión baldía de cerrojos, acuna su soledad bajo la sombra cómplice de los orgullosos chivatos. Mendiga compañía en su tristeza, indiferente a la alegre sangría de las flores. Busca respuesta a su angustia en el eco que se agiganta y agobia con su callado misterio. La niebla sube del lago retorciéndose en tortuoso convite; entre sus húmedos jirones cenicientos descubre el rostro anhelado. La brisa le lleva su irresistible reclamo: al fin alguien con quien compartir las pequeñeces de su vida sin caricias, de sus días opacos. No puede acudir a Dios porque nadie se lo ha presentado. Decidido, invita al extraño muchacho a su morada, y desde entonces allí está. El desconocido forjador de ilusiones llena su vida con fantasmas de terror y maravilla.
** Las pupilas de Guille tienen un brillo nuevo bajo la rajadura de sus frágiles párpados. Extiende a su amigo la mano pálida, borroneada en la penumbra del cuarto. Con una sonrisa invitante, irresistible, traspasa por primera vez aquella puerta, al alejarse. El niño lo sigue, alucinado... Un oscuro rectángulo se traga la dócil figura. En la noche sin luna las estrellas curiosas agujerean el espeso hollín del cielo. Su extraño guía es apenas una sombra envuelta en sombras sobre el cambiante reflejo de las olas. El jardín, el prado, la arena de la orilla, resbalan bajo los menudos pies. El frío del agua lame golosamente la absurda marioneta. Y complaciente, lo acoge en su fangoso abrazo.
** El clamor de la madre desgaja la niebla y rebota en el lago. Sólo responde el eco del silencio.
Fuente:
EL ECO DEL SILENCIO
Cuentos de MAYBELL LEBRON
© Arandurã Editorial
Asunción-Paraguay
Abril de 2005 (139 páginas)
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MAYBELL LEBRON - EL ECO DEL SILENCIO (CUENTOS) / Texto: GATO DE OJOS DE AZUFRE, LA DESPEDIDA, UN RATÓN EN EL RECUERDO y RUBIO ÑU (MISCELÁNEA)


EL ECO DEL SILENCIO
Cuentos de MAYBELL LEBRON
(Enlace a datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
Ilustración de tapa: Claudia Netto Sisa
Diseño: Cecilia Rivarola
© Maybell Lebron
© Arandurã Editorial
Asunción-Paraguay
Telefax (595 21) 214 295
www.arandura.pyglobal.com
Abril de 2005 (139 páginas)

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Con amor
a los hijos
de los hijos
de mis hijos
para que algún día
María Paz
Lucía
Patrick
Inés y
Sofía
lean estos cuentos.
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COMENTARIOS:
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Cuando principiarnos a reconocer los cuentos de Maybell, nos ocupa un impresión que seguirá, acentuada y fina, hasta cerrar la lectura: tal paree que todas las narraciones del volumen se ligan entre sí mediante un único pulsar isócrono -más de corazón que de reloj- íntimo y nítido a la vez, como el de sangres de diversa herencia que sin embargo convergen en el torrente circulatorio de un solo cuerpo. Y se me antoja que el mentado vínculo no se logra en la aparente afinidad estilística de los relatos, sino gracias al tono difícil condición cardinal de cualquier escritura de designio estético
CARLOS VILLAGRA MARSAL

Maybell, en suma, parece proponerse probar que la vida juega con nosotros y lo consigue plenamente. Suya es la soltura expresiva y con ella la certera eficacia de su vocabulario. Sólo resta felicitar a Maybell Lebron y esperar con renovado interés, el próximo volumen de cuentos.
JOSEFINA PLÁ

Quien busque la historia tranquilizante y analgésica podría quedar defraudado, no así el curioso amigo de los paisajes del alma, vedados para muchos.
LUCY MENDONÇA DE SPINZI

Ya en sus cuentos Maybell Lebron había puesto en manifiesto su perfil de narradora: dedicación a la artesanía de la forma, imaginación en la urdimbre de la trama y un discurso frontal, sin concesiones.
DIRMA PARDO CARUGATI

“La propuesta de la autora es laudable -Pancha- y demuestra la vigencia de la novela histórica en el Paraguay de fin de siglo, incorporándose a la mejor literatura hispanoamericana contemporánea y el interés de los novelistas por revelar el pasado escondido. No es labor del novelista revelar la historia: su misión es recrear, provocar la reflexión, preguntar.. . Y es lo que consigue Maybell Lebron, una de las narradoras paraguayas más consistentes.
JOSÉ VICENTE PEIRÓ
**/**
ÍNDICE
· Gato de ojos de azufre
· Viento sur
· La despedida
· El candelabro
· Tú o yo , Desvarío , El eco del silencio
· La plaza
· Compañía Pindó
· Historia cotidiana
· Preludio
· Ofrenda
· Encuentro
· Día aciago
· Arreglo de cuentas
· Suerte perra
· Un retrato por encargo
· El cartero
· Flores para la tía Otilia
· Error de apreciación
· Micaela
· Un ratón en el recuerdo
MISCELÁNEA
· Rubio Ñu
· Homenaje a Cirano
· Para 6

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GATO DE OJOS DE AZUFRE
. Ella lo vio por primera vez al salir del trabajo. Ni siquiera tuvo en cuenta su presencia. Como todos los días, un guardia del Banco Central le abrió el pesado portón de hierro, hoy a las dieciocho y treinta -más tarde que a los demás- debido a un trabajo extra de computación. La mole silenciosa, como un gigantesco muá mantenía sus luces encendidas esperando que las limpiadoras terminaran su tarea. Afuera, rojos y amarillos disputaban con la avasallante oscuridad. Hay un cierto encanto raigal en las colinas asunceñas. Esta, coronada por el Banco, es una de ellas. Elegantes viviendas ciñen el Convento de las Carmelitas, desde la altura, árboles y vegetación esbozan una visión casi campestre, las casas emergen de los jardines o entre el ramaje como ropa blanca tendida al sol.
Con la cartera al hombro se dispuso a bajar la calle en pendiente. Sorteaba las baldosas sueltas, enemigas solapadas de los tacones altos que remataban esas piernas espléndidas generosamente expuestas bajo la cortísima pollera. Siguió descendiendo por la calle San Rafael; conocía cada recoveco de los murallones, verjas y canteros con plantas que bordeaban el repetido trayecto. Evitaba las espinas del Corona de Cristo apenas disimuladas entre el verdor y las flores. Fue entonces que lo vio por segunda vez: una sinuosa mancha pardusca escurriéndose en el hueco de la cerca, posiblemente un perro de los tantos sueltos en la zona. La distrajo el bullicio de la avenida; buscando por donde atravesarla se dirigió lentamente hacia la esquina. Su casa quedaba dos cuadras más allá.
Chirriaron los goznes del portón. Hasta mañana, señorita. Hasta mañana, Pedro. Un cielo plomizo la hizo apresurar el paso.
Debo ir al centro para encargar mi vestido de novia Este dinero extra me viene muy bien podré comprar un montón de cosas Estoy segura que Esteban no me dejará alargar el horario después de casados Si ahora apenas tengo tiempo de arreglarme para recibirlo Dios mío cómo relampaguea Me voy a mojar antes de llegar a casa Otra vez este animal y no es perro es gato ¿Por qué me miras así? ¡Fuera! ¡Fuera!
El gato estaba agazapado cortándole el paso. La enfrentaba desde sus ojos amarillos hamacando la cola como si marcara el tiempo, no supo si dispuesto a atacarla o simplemente curioso. Sujetó la correa de la cartera con la mano crispada sobre el hombro y, cambiando de acera para esquivarlo, se apresuró hacia la Avenida Gral. Genes. Antes de sortearla miró hacia atrás: lo descubrió al pie de un árbol, inmóvil, brillante con los primeros goterones del chaparrón.
Es absurdo pero lo conozco He visto antes esa mancha blanca de la oreja Yo nunca tuve gatos Pueden contagiar la rabia tengo que andar con cuidado Soy una estúpida Es ridículo este miedo a lo mejor el pobre sólo quiere compañía Tal vez no lo vea nunca más
El portón de hierro se cerró tras ella. Era la hora incierta en la cual las luces de la calle se destiñen ante las sobras del día. Con el rostro contraído, escudriñó la vereda desierta y apretando el bolso contra el pecho comenzó su recorrido habitual. Al voltear la esquina reculó, trastabillando. Allí estaba, encogido bajo un macizo de helechos, esperándola, el tajo de su pupila fijo en ella y la lengua rosada relamiendo el hocico. Desconfiada, hizo un rodeo, enderezó la cabeza y casi corriendo se puso a la par de un jovencito, quien dejó de silbar y la miró con maliciosa curiosidad antes de perderse en una calle transversal. No le importó, ya estaba llegando a la avenida. Silencioso, el bulto pardo trotaba a su lado, desquiciado, grotesco.
Me persigue no hay duda Siento su olor desde el momento en que salgo de la oficina Tiene algo maligno Lo he visto antes Lo conozco No me dejaré dominar por este cuadrúpedo insolen te Me hace falta caminar Todo el día sentada frente a la computadora entumece el cuerpo además vivo tan cerca que resulta hasta tonto traer el auto A veces ni hay donde estacionar Eso sí aunque Esteban tenga coche yo no voy a vender el mío Dos años de uso ni un rasguño apenas tres boletas de infracción por mal estacionamiento En una sola ocasión estuve a punto de chocar Todo por un maldito animal Creo que lo arrollé Si me desviaba me embestían de frente y si no fuese porque tenía la oreja blanca ni lo hubiera visto...
La mano quedó en el aire, la computadora frenó su vertiginosa maestría esperando sumisa el impulso que no llegó. ¿Qué le pasa, señorita? ¿Tiene frío? Pedro le sonrió con más agujeros que dientes mientras ella se alejaba aferrándose de cuando en cuando a los barrotes de la alta verja del Banco. Al alcanzar la esquina tomó el borde de la vereda, agradecida por encontrarse con peatones. Se entretuvo mirando cómo las sombras se alargaban velozmente sobre el asfalto. Comenzó a caminar muy erguida, tensa, oteando el aire tibio con insistencia. Se pasó la mano helada por la frente humedecida con un estremecimiento de asco al recordar a ese extraño Cuasimodo del baldío.
Los animales no razonan Además no fue intencional Después de todo el calor está apretando y tal vez sería prudente venir en coche a la oficina Tal vez...
El bulto le rozó la cara y cayó a sus pies con un suave maullido, un maullido gutural, con algo de humano. El miedo la inmovilizó. La luz de la calle dio de lleno en el cuerpo deforme y la pata contrahecha; a pesar de la renguera iba y venía como instándola a seguir su camino. Quiso gritar: la garganta seca no emitió sonido alguno. Entonces lo supo: no Bahía muerto. El pánico la traspasó al ver cómo el pelo barcino se erizaba, cómo arremetía contra sus piernas, rozándolas con su cuerpo desgonzado, y el terror la destrabó. Corrió despavorida, sintiendo en los tobillos el latigazo muelle de esa cola repelente. Al bajar la vista encontró los ojos de azufre fijos en los suyos. La Avenida era un tumulto de luces y bocinazos apresurados. Temblando sobre el cordón de la acera esperó el momento propicio para cruzarla. Se sentía más segura entre la gente; aliviada, constató la ausencia de su perseguidor.
Todo quedó en el misterio. Algunos dijeron: Intento de suicidio. Otros, falta de atención. Esteban todavía se pregunta el por qué de esos inexplicables arañazos en la espalda, descubiertos después del accidente. Cada tarde pasean a la muda en su silla de ruedas. Cuando se acercan a la muralla nadie percibe el ligero estremecimiento de sus labios, el imperceptible horror en las pupilas indiferentes.
Como una deidad egipcia, tendido allá arriba, el gato lisiado de ojos de azufre se relame, satisfecho.

LA DESPEDIDA
. Desde el Mercedes con vidrios polarizados la contempló como el entendido mira a la mariposa faltante en su colección. Entretenida con los estudios y los muchachos de su edad, ella ni se dio cuenta.
- Te llevo la mochila, está pesada, no sé por qué la cargas con tantos libros.
Se estaba haciendo costumbre. Ella, a propósito, no traía el coche; apenas unas pocas cuadras separaban su casa de la Universidad. El pelo negro, corto y ensortijado de Jorge caracoleaba sobre su frente; los pantalones de brin caqui, holgados, con bolsillos de todos los tamaños cedidos por el uso, limpiaban el suelo, y la boca ancha llena de dientes blanquísimos, reía siempre. Con mirarlo le bastaba para sentirse feliz.
Vio un automóvil con vidrios oscuros desconocido, estacionado frente a su casa. Del comedor le llegó ruido de voces, y la de mamá con ese tono especial que conozco tan bien. Mira quién vino a saludarnos, es Gustavo, el hijo de Elisa. Acaba de recibirse de Abogado y ofrece sus servicios a nuestra firma, ¡qué amable! Nadie lo contrató pero siguió viniendo. En la casa todo era sonrisas. Gustavo es un muchacho serio, ya no es un chiquilín, te lleva como diez años. Con él puedes salir. Teatro, restaurantes de lujo. Clubes exclusivos... hasta un pendiente con brillantes. Además, buen mozo. Merecía un premio: se dejó besar.
Llegó con rosas rojas. Irían a cenar y, más tarde, al cine. ¿De acuerdo? Muy bien. Galante, le abrió la puerta del sport plateado. Ella rió con la boca y los ojos pensando en su adorado Jorge. Con él era diferente. Le encantaba verlo celoso pero el juego había durado demasiado, si se enteraba ella sabía que no se lo perdonaría. Hoy, sin herirlo, le diría a Gustavo que su felicidad estaba con otro; que seguirían siendo amigos, que la olvidara. Temía su reacción, sin embargo, estaba decidida. Las luces de la cristalería daban brillo al rincón discreto; sobre el mantel, los dedos varoniles buscaron la mano que tembló, nerviosa, bajo la presión. El chorro burbujeó de nuevo en la copa. Nunca antes se la había vuelto a llenar. Lo dejó hacer, necesitaba coraje para enfrentarlo, total, era la última vez.
Detectó en su propia risa una estridencia desconocida, ajena. Al tratar de incorporarse una mano la sostuvo. Flotaba entre espirales de luces diminutas que se enredaban en sus cabellos y le penetraban el cerebro. En el espejo distinguió vagamente la escena: los cuerpos enlazados, la cama deshecha, la mujer semidesnuda pringada de sudor. Le faltaron fuerzas para gritar. El gemido largo se borró en lágrimas, una arcada incontenible la sacudió, y en ese departamento de soltero vomitó su borrachera, sus ilusiones y su honra.
- Ya ves, hijita, en tu viaje de bodas vas a conocer Europa, y en primera clase. ¡Qué maravilla!
Ella cerraba los ojos y veía a Jorge, pálido, en el portal de la Iglesia. Todo lo hubiera desafiado por él. Todo, menos ese bullir en sus entrañas que debía tener un nombre y apellido que él, en su orgullo, le negaba darle. Empezó a detestar el brillo de triunfo en los ojos de su marido.
- Déjenme a solas con papá-. Entró, digna como siempre, toda de negro, con los cabellos encanecidos peinados hacia atrás. Obedientes, los hijos salieron del dormitorio. Mamá querrá despedirse. Tantos años juntos, fueron casi cuarenta. Una pareja ejemplar.
En el salón principal, entre velones y orquídeas, la gente venía a dar el pésame y mirarle la cara al difunto. Ella, sentada en un sillón de respaldo alto, recibía los saludos con un rictus en la boca que bien podía ser llanto o sonrisa.
Berta y María parloteaban en la cocina mojando el pan en el café con leche para facilitar el trabajo a sus dientes gastados. Estaban conformes con lo hecho: el muerto lucía prolijo en su traje gris, con las manos cruzadas, donde brillaba su anillo de matrimonio, y en el rostro, un tenue maquillaje, arte secreto de las dos viejas. Meneando la cabeza, con los ojillos chispeantes de excitación, Berta empujó otro pedazo de pan en la boca desdentada:
- ¿Te fijaste? No lo puedo creer. Hasta "eso" tuve que limpiarle: tenía un enorme escupitajo donde nadie se atreve a mirar.

UN RATÓN EN EL RECUERDO
. Allí está sobre la pequeña mesa de mármol blanco, al lado del vaso lleno de flores, entre dos ceniceros y una copa labrada, ese ratoncito gracioso, de bronce, con la cola apuntando al techo.
Abrí la puerta. Me hizo una reverencia exagerada. Vi su coronilla y el cabello crespo cortado cortísimo. ¿Recibe la Condesa? Seguro, eres mi vasallo preferido. Reímos, felices de encontrarnos. No quise verlo cuando me lo contaron.
Puse otro cubierto para él, a mi lado. Estuve preso. ¿Qué hiciste? Nada, tenía barba. Hablaba entrecortado, en franca oposición con el movimiento suave de las manos. Sus largos dedos dirigían una orquesta imaginaria, tal vez un vals. Les aconsejé que me dejaran en libertad para evitar el crecimiento desmesurado de la pelambrera. Sus manos oscilaban en un "pianíssimo". Sacó el recorte del diario: La solicitada reclamando el derecho a cortarse el pelo como se le antojara. Me divertía ese humor agudo, travieso. Serví vino. El sol atravesó el cristal y manchó de rosa el mantel. Mirando con aprobación el plato se dispuso a comer. Yo hice lo mismo. Un chirrido inesperado me obligó a levantar la vista: descubrí el horror de sus ojos vacíos, las manos transformadas en garfios arrastrando el tenedor fuera del plato. Un espasmo endurecía el cuerpo y quebraba su equilibrio. Le sostuve las manos: en ese momento el cuchillo era un arma peligrosa. Nunca lo había visto así, pero sabía: Epilepsia. Su palidez contrastaba con el pelo rojizo. Al limpiarse la cara con la toalla húmeda, recobrados los modales de siempre, murmuraba avergonzado un intento de disculpa. No recordaba nada. Nunca recordaba nada.
Mamá, tengo miedo. Los deditos crispados sobre la pollera azul y un temblor desesperado. No te asustes, a Papi ya le pasó el ataque. Salieron pisando platos rotos y jirones de sueños. No volvieron.
Las manos ondulan al mezclar las cartas que resbalan sobre el tapete sucio de grasa y ceniza. El humo de los cigarrillos raya de gris la sombra; el foco solitario descolgado del techo marca un círculo claro sobre la mesa y saca brillo a las gotas de sudor que engordan hasta desmoronarse frente abajo. Sus compañeros de juego se cruzan miradas de entendimiento. Ya empieza a perder. La crisis se acerca. Al amanecer, el auto se incrustó en una columna tres cuadras más allá del tugurio. No comprende por qué está en el hospital. Se asombra desde el fondo de las vendas con ojos de cachorro apaleado. No hay música en sus manos, sólo un cansancio temeroso, resaca de esa lucha interminable entre dos YO que no se entienden.
Apareció aquella tarde con un ratón de bronce como ofrenda. Sabe, Condesa, capitulé. Estoy bajo atención médica y asisto a un grupo de oración. Creo que me puedo curar... Sus manos danzaban una alegre mazurca.
La tarde lo encontró, solitario y rebelde, sobre la arena húmeda. Al alejarse, en abierto reto, sus brazadas eran alas de garza a flor de agua, en un vuelo que, con un estertor, se truncó de pronto. Cuando lo rescataron estaba hinchado y mordido de pirañas, supe que era el otro.
Por eso, no quise verlo.

MISCELÁNEA
RUBIO ÑU
El almidón caliente recibe cientos de delantales blancos, plancha y moño tricolor: todo listo para el festejo.
Me estremezco. 16. de agosto de 1869.
El llano se puebla con figuras de pesadilla. Los huesos se dibujan bajo la piel reseca, los ojos legañudos miran sin ver tras la barba hirsuta. Pies lacerados sortean penosamente bultos oscuros y hediondos, ya inmóviles por las balas o el hambre. El anciano lo sabe: no durará mucho más. Su andar suena triste y opaco en la huella ensangrentada.
Mujeres esqueléticas arrastran niños desnudos, volteando cadáveres para despojarlos de sus harapos, trozos de suela o talabartes, ansiosas por hallar en ellos algún resto de sudor o grasa que enturbie el agua y caliente las tripas. Secos, desesperados, alma y cuerpo, frente a frente, se interrogan: ¿Por qué?
RUBIO ÑU. Ondulante batallón de miserias. Ya ni quedan banderas; sus jirones chicotean las carnes amarillas de niños y viejos, arreados, atemorizados, con el mismo asombro en la mirada. Miedo y llanto borran, misericordiosamente, el horror de la muerte. Exterminio estéril ordenado por el Mariscal.
El incendio del ocaso se confunde con el de los pajonales. El enemigo arrasa y quema, sin piedad. Un humo espeso se lleva lamentos que los cerros recogen, transidos. Barre el páramo un clamor de imprecaciones y sollozos. Manos mutiladas por el fuego, con desgarrante porfía, hurgan entre las cenizas buscando los cuerpos infantiles.
Todo ha concluido. Cientos de niños inmolados. Caballero escapa con tres o cuatro hombres, sin caballo. Franco muere con 29 oficiales y 1.765 soldados. Oviedo se rinde con 36 oficiales y 1.816 soldados. El coraje no bastó, era imposible vencer.
Dice Cecilio Báez, en su libro "Cuadros Históricos y Descriptivos del Paraguay": "López, tocado de demencia, apeló al terror para sacrificarlo todo. Así fue que, cuando ya no tenía soldados, armó a los niños desde la edad de once años, no PARA HACER LA DEFENSA DE LA PATRIA, como se decía entonces, sino para concluir con la nacionalidad".
Las carretas arrastran al Mariscal y su familia en su fuga. Aún huelen a chocolate y cognac. Los boyeros mueren de hambre por conservar las bestias con vida. Órdenes del Caraí.
Vestidos de luto, un clavel y una oración sobre alguna tumba desconocida en ofrenda a la memoria de aquellos niños. Héroes, sí, no hay duda, irremediablemente, sin posibilidad de eclosionar en hombres. Aquelarre de sangre y de muerte, donde la Historia hace un alto, estupefacta.
No se haga burla del horror. Repugna festejar una matanza.
NOTA: El nombre de ACOSTA ÑU no figura en los documentos de la época. Se lo denomina CAMPO DE BARRERO GRANDE, por Resquín; ÑU GUAZÚ, RUBIO ÑU o DÍAZ CUÉ, por Centurión; CAMPO GRANDE o ÑU GUAZÚ, por O’Leary.
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EMILIANO R. FERNÁNDEZ - CAMARADA / Fuente: CANCIONES PARAGUAYAS DE AYER Y HOY – Recopilación: MARIO HALLEY MORA y MELANIO ALVARENGA.


CAMARADA
Canción de
EMILIANO R. FERNÁNDEZ
(Enlace a datos biográficos y obras
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CAMARADA
Camarada amigo de inimitable hombría
caballeroso y noble mbovy ndeyoyajha
conozco yo tu temple y sé de tu hidalguía
por eso yo te canto al son del mbaraca.

Ayer fuimos hermanos allá en la trinchera
soldado de la patria Iuchando mocöive
de frente a la avalancha de monstruosa fiera
con un ciclón de fuego ñandajho'i vaecue.

Y hoy que ha pasado aquella brega cruenta
después de cinco años kyvö yayoyujhu
para mi grata sorpresa me trajo el cuarenta
y entonces en mis versos iporä amombe'u.

Yo siempre un bohemio tú siempre un caballero
en un corrillo alegre ñambopyajhu vy'a
en grata compañía de varios ex guerreros
un mediodía de estío torype yajhasa.

Y allí tú me narraste caro amigo Salinas
que tienes allá lejos peteï nde rogami
allá en el bello valle de reducción de Lima
donde impera el tero y el mbatui tui.

Por eso te dedico mi amigo campesino
mis generosas coplas de humilde purajhéi
sabiendo que mañana seguirás ya un camino
y yendo tan distante icatu ndereyuvéi.
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Fuente:
Recopilación: MARIO HALLEY MORA
y MELANIO ALVARENGA.
Asunción-Paraguay 1991.
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EMILIANO R. FERNÁNDEZ - AQUELLA NOCHE / Fuente: CANCIONES PARAGUAYAS DE AYER Y HOY – Recopilación: MARIO HALLEY MORA y MELANIO ALVARENGA.

AQUELLA NOCHE
Canción de
EMILIANO R. FERNÁNDEZ
(Enlace a datos biográficos y obras
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Música de PEDRO J.CARLÉS

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AQUELLA NOCHE
Qué linda noche la noche aquella
nunca me olvido yo de tu amor
el cielo claro y las estrellas
ruborizaban con su fulgor.

Yo era tu amante cuando decía
yayuayjhuetépa nde che kyvy
y yo cantando te repetía
anike marö ñande pochy.

Era una noche noche templada
llena de ensueño ndéve guarä
cuando mi virgen tú me jurabas
chénte voi la nde rayjhujha.

Si yo llegaba tarde a tu lado
tú me decías moö repyta
y yo creyendo ser tu adorado
vy'a yuayjhúpe roñañuä.

Hoy ya no puedo ver tus miradas
tu cuerpo hermoso tu pucavy
ninfa lejana niña adorada
que yo llamaba che tupäsy.

Hoy ya olvidaste de tus palabras
que yo creyera cierto añete
porque mi reina siempre te amaba
jha naimo'ävai la ne añaite.

Só1o mi alma guarda el recuerdo
concierto incierto chéve guarä
mientras con ondas del cierzo lerdo
vy'a maymáro che reyapa.

Adiós ysateña rojhayjhuetéva
rojheyaitéta si ne ñaña
che corazöme vy'a jhavëva
apurajhéita ndéve ipajha.

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Fuente:
Recopilación: MARIO HALLEY MORA
y MELANIO ALVARENGA.
Asunción-Paraguay 1991.
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EMILIANO R. FERNÁNDEZ - AÑORANZA MIA / Fuente: CANCIONES PARAGUAYAS DE AYER Y HOY – Recopilación: MARIO HALLEY MORA y MELANIO ALVARENGA.


AÑORANZA MIA
Canción de
EMILIANO R. FERNÁNDEZ
(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
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AÑORANZA MIA
A ti, oh novia mía de virginal pureza
mujer de mi recuerdo, mi fe y mi ilusión,
a ti va dedicada con íntima firmeza
mis versos de añoranza, emblema de pasión.

….. Quisiera, novia amada, Tú ¡guardes en la memoria
….. mi infortunio inmenso que agota mi existir,
….. y cuenta de mi vida la más triste historia
….. de dicha malograda que me escribió mi sufrir!
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Fuente:
Recopilación: MARIO HALLEY MORA
y MELANIO ALVARENGA.
Asunción-Paraguay 1991.
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EMILIANO R. FERNÁNDEZ - ADIOS ROSITA / Fuente: CANCIONES PARAGUAYAS DE AYER Y HOY – Recopilación: MARIO HALLEY MORA y MELANIO ALVARENGA.


ADIOS ROSITA
Música de BACILISIO ECHAGÜE
y MIGUEL G. RIVEROS.
Canción de
EMILIANO R. FERNÁNDEZ
(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )

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ADIOS ROSITA
Flores silvestres bella hechicera
en esta tierra che quebranta
porque hay entre ellas la más hermosa
la Blanca rosa ryacuä porä.

Dicen que es bella la pasionaria
que aquí llamamos mburucuya
pero hay entre ella la más hermosa
la Blanca rosa ryacuä porä.

Es perfumada y renombrada
la flor silvestre del azahar
pero es que tiene no sé qué cosa
la Blanca rosa ryacuä porä.

Cuando yo muera sobre mi tumba
quiero que ponga te pido ya
a mi cabecera con la luz gloriosa
la Blanca rosa ryacuä porä.

Adiós Rosita ya me despido
con mi suspiro che rojheya
llevando en mi mente rama y hoja
de la Blanca rosa ryacuä porä.

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Fuente:
Recopilación: MARIO HALLEY MORA
y MELANIO ALVARENGA.
Asunción-Paraguay 1991.
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