LA MASCOTA
Cuentos de NILA LÓPEZ
Propuesta Didáctica: Giovanna Guggiari
Editorial Servilibro
Asunción, Paraguay. 2003
Diseño de tapa e ilustración:
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Este libro lo podrá leer íntegramente en su versión digital,
en la BIBLIOTECA VIRTUAL “AUGUSTO ROA BASTOS”
del CENTRO CULTURAL DE LA REPÚBLICA “EL CABILDO”
Para ingresar al libro
LA LECTURA CONSIDERADA COMO UNA DE LAS BELLAS ARTES
Si la eternidad tiene alguna forma, debería se la gratitud. Agradecer es reconocer la mano de los demás en la construcción de nuestra vida. Es un gesto gratuito y al mismo tiempo la raíz de todos nuestros valores.
Virgilio decía: “Mientras en el cielo haya estrellas debe durar la memoria del bien que hemos recibido”
Si mi madre, Lucía Bastos, a quien estoy agradeciendo en esta página, no hubiese llevado una colección de libros a Iturbe, tal vez mi infancia hubiese sido distinta. Ese pequeño pero inmenso gesto de mi madre me presentó los mejores amigos que tuve a lo largo y a lo ancho de la vida: los libros. Lucía Bastos se llevó a Shakespeare, a los clásicos del Siglo de Oro, a Homero y a una constelación de poetas que me abrieron otro mundo más allá de las siestas incendiadas de Iturbe, reflejos de un espejismo que no termina de reverberar para dar forma a las cosas, como los personajes de aquellos libros inmortales. Con los libros recibí una herencia inmemorial y allá en la distancia, rodeado de la naturaleza salvaje del paisaje, pude intuir la marcha de la historia, las grandezas y miserias del ser humano, las maravillas de otros mundos tan lejanos como el brillo de las estrellas de Virgilio.
Hago votos para que esta colección “Festilibro” de obras infantiles y juveniles sirva al mismo propósito: participar de mano en mano, como el fuego sagrado de las antorchas olímpicas, el entusiasmo de la lectura y el amor a los libros para poder decir, como decía Montesquieu: “Nunca tuve una tristeza tan amarga que una hora de lectura no haya conseguido apagar”
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CAPÍTULO 1
UN ANIMAL ARTIFICIAL Y UNA PERRITA DE VERDAD
La tarde de enero era calurosa. Algo en la luz y la brisa contaba que el cielo se desplomaría sobre Edilberto, que reposaba en una hamaca del jardín. Él miro su pequeña mascota electrónica y dedujo que tenía hambre. ¡Hambre y sueño a la vez! Sobresaltado, presionó los botoncitos entre sus dedos.
-¡No te duermas! – le ordenó con firmeza.
La máquina de plástico, redondita y digitalizada (1), respondió con sonidos estridentes. Toda una serie. ¡Uuuuuuuuuu! ¡Aaaaahhhh! Edilberto los interpretó como gruñidos que lo culpaba por ser imperfecto. Pensó y pensó. ¡Pensó hasta sentir que la cabeza le explotaba!
¿Para qué deseaba una compañía artificial (2)? El aparato, de colores índigos y verdes, se desconectaba cuando él quería compartir el momento, y lo urgía a medianoche, pidiendo agua: bip-bip-bip, impaciente y como si un instinto extraordinario lo impulsara a querer dominar a todos.
-¡Shsss! Cállate. Shissss, cállate.
Dominar. ¡Dominar! Esta mascota industrialmente, controlaba, dirigía y limitaba los horarios y las ocupaciones de Edilberto. Si creía que el chico era agresivo con ella, le soltaba una descarga para que se calmara, y si la mimaba en exceso, pitaba y pitaba para que no abusara. Si estaba deprimida, reproducía melodías inentendibles como pidiendo que la llevara al veterinario. ¡Delirante!
Mientras, la perrita, la perrita de verdad de su hermana Camila, le lamía los dedos de los pies, le lamía la cara y ella le acariciaba las orejas, giraba a su alrededor como una maga, ingrávida. ¡Que sufrimiento, mirarlas saltando, y sus risas!
Volvió a tocar su mascota, impulsivo, pero se dio cuenta de que sólo servía para cautivar su curiosidad, obligarlo a proteger su existencia mecánica y satisfacer sus necesidades tecnológicas. Lo más esclavizante. Porque, ¿qué otra cosa hacen las personas, los niños, los jóvenes y los adultos, sino intentar atravesar el día de una manera entretenida, leyendo o jugando, o ejerciendo un oficio afín con lo que cada uno le gusta hacer, para demostrar sus
capacidades y no aburrirse?
Trató de espantar su rabia, y dijo, indignado:
-¡Basta ya, hasta siempre pidiendo! ¿Algo más sabes hacer?
¿Con qué objetivo cruel se olvidaba Edilberto de sí mismo, para atender una bobada comercial, aunque sea novedosa, y en el colmo de los colmos, depender de sus gruñidos tarambanas? ¿Y en el más colmo de los colmos, registrar cual sonsonete un estribillo en su mente? Preguntas en fila trajinaban por doquier:
¡Aburrirse, ay, aburrirse!
¿Puede haber algo más tonto?
¿por qué me falta un propósito?
Por otro lado, el pequeño aparato ni siquiera se movía. Su aspecto era el de cualquier reloj barato, de esos que los vendedores ambulantes ofrecen en los colectivos exactamente cuando los pasajeros tenemos ganas de una siesta. Estos modernos saltimbanquis (3), son algunos de los tantos sobrevivientes de guerras sin causa ni fin. Declaman con voz aflautada y ademanes empalagosos, sus ¿vendedoras? Citas, aprendidas de memoria, con verbos y sustantivos desatinados, los géneros atorados, cada plural magullado y todo singular estrangulado.
Mascota infame. Le había puesto el nombre de Lobita. Era una lobita ridícula. Y aún así, con qué ansiedad, con qué ansiedad hurgaba Edilberto en sus mínimos registros: los ¡piiiip! Desacompasados, quejidos sólo audibles por la propia fantasía.
Por supuesto que la fantasía propia no es igual a la ajena. Es la realidad que cada uno inventa con moldes únicos originados en el entorno y a la vez detrás del ojo observador. Compiten la voz interior con la de afuera.
No puede ser, es todo al revés, discutió Edilberto con su conciencia. Y su conciencia, ese duende secreto que suele hablarnos cuando menos le esperamos, vivaracha, respondió cantando:
La apariencia de las cosas,
de los seres y los bichos
de las plantas y los astros,
amanece para algunos
y anochece para otros.
-¡Ah, depende de la mirada íntima y no de lo que está allí!- quiso saber más Edilberto. Yo oyó:
Rimas floridas vienen,
rimas oscuras van,
juramentos y promesas
ni muy verdes ni maduros,
ora llorando o riendo
disfraz ponen a los necios,
y así gritos y ruidos
atraen más que la verdad.
Al oír estos consejos, el chico se interrogó sobre la mentira, confundido. Y causó:
- ¡Entonces lo turbio es puro y lo que es fuerte es suave!
A lo que su conciencia replicó:
El sonido del silencio
es el silencio del sonido
Del siglo en siglo
Las virtudes crecen
Y nuevos sordos
Sus colores pintan
En eso reapareció Camila. Cruzó la galería de la casa hecha un torbellino, siempre con Jazmín, blanca e irreverente. Sus modales advertían la proximidad de una comedia, o de una farsa, si es que al inevitable movimiento de ambas se acoplaban otros animales. Es que Camila siempre andaba otros animales. Es que Camila siempre andaba actuando, y quizás por disfrazarse de tantos personajes, atraía poderosamente a las demás especies.
Había árboles que movían sus hojas de izquierda a derecha cuando se sentaba a leer bajo sus sombras. También las piedras cambiaban de lugar bajo sus pasos, pero éste era un secreto celosamente guardado en la familia.
VERSIÓN PDF - GENTILEZA: BIBLIOTECA "AUGUSTO ROA BASTOS" DEL CENTRO CULTURAL DE LA REPÚBLICA "EL CABILDO"
La Mascota. de NILA LOPEZ
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