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PURA COINCIDENCIA,
por LENI PANE
(Enlace a datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE LETRAS del
Editorial (Edición digital)
Asunción - 2004, 60 páginas.
.
** – ¡Carta! – gritó Candelaria subiendo rápidamente las escaleras de la entrada.
** – ¡Carta del Chaco para la señorita Leopoldina!
** Leopoldina fue casi corriendo al encuentro de la criada, y ésta le entregó la carta que se la arrebató de las manos. Emocionada se sentó en el banco de hierro pintado de blanco que se hallaba en el centro del jardincito de rosas y culantrillos en el frente de la casa.
** Mi dulce y querida Leopoldina:
** Al escribirte esta carta un cielo lleno de estrellas me cobija. Las miro y pienso lo bello que sería si las mirásemos juntos, pero como eso aún no puede ser pienso que las estrellas son tus ojos, que ellos me miran, me protegen, me quieren.
** No podría pensar ni un solo momento qué sería de mí si no supiese que tú me esperas, y todas las dificultades se facilitan en la esperanza de reencontrarte.
** Desde que salimos del puerto Asunción hasta nuestra llegada aquí en el borde del Chaco sobre la ribera del ríorío, una gran camaradería se apoderó de todos nosotros. Lo mejor de todo es que Mario y Néstor están conmigo y yo con ellos.
** Las prácticas son pesadas y mañana nos internamos dentro del Chaco. No sé si de allá podré escribirte, pero cada vez que pueda lo haré. Dicen que ninguna guerra es justa, pero esta sé que es para defender a mi patria, y la patria la sintetizo y la materializo en ti, mi querida Leopoldina, razón por la cual defiendo lo que es tuyo, lo que es mío, lo que será nuestro. Te quiero, te extraño, tuyo siempre
** Maximiliano
** Isla Poí, 2 de agosto de 1932
.
** Mientras leía la carta gruesas lágrimas caían sobre el papel y al terminarla la estrujó contra su pecho y se quedó mirando el horizonte.
** Doña Eduarda, la madre de Leopoldina salió a buscarla en el jardincito y la encontró melancólica y silenciosa. Ya Candé le había contado de la carta, razón por la cual ya sabía de ella.
** – ¡Buena razón para ponerse triste sobre todo cuando ese Maximiliano pudo ya haberse casado contigo antes de ir al Chaco, como lo hizo su amigo Néstor! Tres años hace que visita esta casa ¡Tres años! y ahora Dios sólo sabe cuánto va a durar esta guerra y cuánto él estará en el frente de batalla!
** – Pero, mamá...
** – ¡No lo defiendas! No, ante mí. Yo peino canas y conozco a los hombres.
** – ¿Pero cómo vas a conocer a los hombres, si sólo conociste a papá a los catorce años y ¡te casaste a los quince!
** – Sí, y enviudé a los treinta. Pero con uno me bastó. Además – agregó – ¡todos los hombres son iguales!
** – Te equivocas mamá, Maximiliano es diferente.
** – Veremos, veremos, hija, dijo el ciego que nunca vio.
** A Doña Eduarda no le gustaba Maximiliano. Era una intuición por lo que se cuidaba de decir frases o comentarios que la conduzcan a situaciones verbales que no podía ni explicarse ella misma. Leopoldina, en cambio, profundamente enamorada de él, no le veía más que virtudes.
** Maximiliano era un joven de veintidós años, estudiante de derecho. Antes de enrolarse trabajaba con su padre, dueño de un pequeño comercio, y estudiaba. Como muchos jóvenes acudió al llamado de la patria en peligro y se enroló al ejército. Lo mismo lo hicieron sus amigos Néstor y Mario. Estaba enamorado de Leopoldina, y sinceramente pensaba que se casaría con ella una vez que terminase su carrera de derecho y se graduase de abogado.
** Pero la guerra, fatídica mujer, se interpuso entre los amantes.
** Leopoldina también escribía cartas y respondía a todas las de Maximiliano.
** A través de ella iba siguiendo el itinerario bélico de su novio.
La guerra del Chaco movilizó a todo el país. Los jóvenes se sintieron llamados al fragor de la batalla, y las mujeres jóvenes deseosas de ayudar se alistaron como enfermeras. Muchas fueron al Chaco, muchas otras se quedaron en la capital. Leopoldina fue a prestar sus servicios como enfermera en el improvisado hospital del Colegio María Auxiliadora.
** Su dedicación, empeño y caridad puesto en los soldados heridos llamó la atención de las superioras, y ella explicó:
** – Pienso que cada soldado herido pudo ser Maximiliano. Y si él está herido en algún lugar deseo que lo atiendan como yo los atiendo aquí a estos muchachos que no sé su nombre ni quienes son, sólo sé que están aquí porque fueron valientes en el campo de batalla.
** Las cartas de Maximiliano le hacían saber a Leopoldina los enormes sacrificios a que eran sometidos los contendientes por la falta de agua, el calor insoportable o el frío, la humedad, la falta de víveres, las nubes de moscas y de mosquitos, el agua fétida, el cansancio. Maximiliano le narraba que la sed, el hambre y las infecciones habían provocado la muerte de muchos soldados y oficiales, pero que él había salido ileso pues el amor de ella, de Leopoldina lo protegía.
** Leopoldina sufría, rezaba y esperaba.
** Los diarios informaban de las batallas: Boquerón, Nanawa, Toledo, Gondra, Pampa Grande, Pozo Favorito, Campo Vía, Cañada de Tarija...
** Las cartas de Maximiliano llegaban con retraso, pero llegaban a manos de Leopoldina
** Luego, un largo silencio.
** Más silencio.
** Leopoldina empezó a preocuparse. Habló con amigas, novias también y esposas de otros contendientes. No pudo saber nada.
** Luego la noticia: ¡Los soldados paraguayos fracasaron en Cañada Strongest! ¡Los bolivianos tomaron prisioneros!
** Leopoldina entre otras mujeres y hombres se agolparon en las oficinas del estado mayor. ¡Quiénes eran los muertos? ¿quiénes los prisioneros? ¿Quiénes?
** Luego la noticia: Maximiliano vivía, pero fue prisionero por los bolivianos al igual que Mario y Néstor.
** Leopoldina pasó más de un año antes de tener noticias del novio. La tuvo a través del padre de Mario. Este era italiano y para saber noticias de su hijo y de sus amigos recurrió a la Legación italiana, la que se comunicó con la misma representación en Bolivia, y a través del Ministerio de Relaciones Exteriores del país andino se pudo saber que Maximiliano, Néstor y Mario estaban en la ciudad de La Paz en una prisión estatal.
** Hubo algunas cartas y luego otra vez el silencio.
** El año 1935 llegó y con él el armisticio y la paz. La alegría era total durante el desfile de la victoria, pero para Leopoldina la guerra aún no había llegado a su fin.
** El tiempo pasaba lentamente, tan lentamente que cuando en enero de 1936 se anunció que Paraguay accedió al intercambio de prisioneros, Leopoldina no lo creyó.
** A principios de 1937 Néstor y Mario se presentaron a la casa de Leopoldina. Delgados, demacrados habían dejado en las planicies chaqueñas el rostro niño que llevaron y volvían como hombres que habían vivido muchas vidas, y en sus miradas y en sus ojos se veían reflejadas la individual y extraña experiencia humana del dolor y de la muerte.
** A pesar de ello hubo alegría en el reencuentro. Doña Eduarda les agasajó con su mejor licor y Candé preparó una comida especial. A los saludos triviales y protocolares siguieron las preguntas sobre la guerra. Todos parecían tener miedo de hablar de Maximiliano. Pero al fin Leopoldina preguntó:
** – ¿Y Maximiliano ¿Dónde está? ¿Por qué no volvió con ustedes? ¿Le pasó algo grave?
** – Estee... bueno, él te contará – dijo Mario señalando a Néstor.
** – No, Mario te contará mejor. ¿Verdad Mario?
** – No, que cuente Néstor...
** – Bueno, ¡qué pasa! ¡que alguien me cuente! Cualquiera de los dos, si los dos lo saben.
** – Bueno... – empezó Néstor – es que Maximiliano...
** – se casó – terminó Mario.
** – ¡Quee..! gritó Leopoldina – ¡Que se casó!
** – Sí – dijo Néstor – Se casó en La Paz con Julia, una chica boliviana, que nos visitaba en la prisión.
** – Nos sentíamos muy solos, y algunas chicas bolivianas nos visitaban. Una de ellas Julia.
** – Sí, – dijo Doña Eduarda – que había estado callada hasta ese momento – pero ustedes no se casaron con esas chicas.
** – No, – dijo ingenuamente Néstor – porque no se embarazaron.
** – Eso quiere decir que no solo se casó si no que tiene un hijo – dedujo Doña Eduarda
** – Una hija – corrigió Mario.
** Leopoldina se levantó y fue corriendo a su dormitorio, se tiró en la cama y se sumió en un convulsivo llanto, que le duró toda la noche.
** Los días pasaron lentamente. El dolor dio lugar a la resignación. Pero el amor no da lugar a nada, queda anidado en la memoria y en el corazón.
** Leopoldina supo que Maximiliano y Julia no pudieron derribar la muralla de odio construida por la guerra entre paraguayos y bolivianos, por lo que la vida cotidiana para ambos se hizo insoportable hasta terminar con un divorcio. La niña se quedó con su madre en La Paz, y Maximiliano volvió a Asunción. Era un hombre viejo de treinta años, cargaba sobre sus hombros tristezas, y como Néstor y Mario y muchos otros, también el horror de la guerra a la que habían ido adolescentes e inocentes como a un juego, igual que como cuando eran niños y jugaban a los soldaditos.
** Llegó a Asunción. La ciudad le olió a hogar y a amor. Fue directamente a la casa de Leopoldina, la inolvidable novia.
** Golpeó las palmas, y la antigua criadita, hecha toda una mujer le salió a recibir.
** Candelaria casi se desmaya de susto. No sabía si veía a un ser real o a un fantasma. Corrió escalera arriba gritando:
** ¡El señor Maximiliano! ¡El señor Maximiliano! ¡El señor Maximiliano llegó!
** A Leopoldina se le heló la sangre primero, luego una inmensa alegría le invadió todo el cuerpo, corrió a peinarse, y salía de la puerta de su dormitorio para atender al amado visitante, cuando Doña Eduarda le cerró el paso:
** – ¡No! No lo vas a recibir, ¡es un divorciado! ¿Qué pensaría tu padre si un divorciado pisara esta casa? ¡Tú eres una señorita bien educada! ¿Qué no dirían de ti la gente? ¡Y yo, tu madre no permitiré que estés en la boca de nadie! ¡Te has olvidado ya de lo que te hizo! ¡Poco le importó a él que le quieras y que le hayas estado esperando!
** ¡Candelaria! ¡Dile a ese señor que la señorita Leopoldina no lo quiere recibir, y que le ruega que no venga más a esta casa!
** Leopoldina no contradijo a su madre, bajó la cabeza y retornó, llena de lágrimas, a su habitación a continuar con el mantel que estaba bordando.
**La guerra es un juego maligno y cruel: mata y destruye vidas. La de Maximiliano era una de ellas. La de Leopoldina la otra.
** – ¡Carta del Chaco para la señorita Leopoldina!
** Leopoldina fue casi corriendo al encuentro de la criada, y ésta le entregó la carta que se la arrebató de las manos. Emocionada se sentó en el banco de hierro pintado de blanco que se hallaba en el centro del jardincito de rosas y culantrillos en el frente de la casa.
** Mi dulce y querida Leopoldina:
** Al escribirte esta carta un cielo lleno de estrellas me cobija. Las miro y pienso lo bello que sería si las mirásemos juntos, pero como eso aún no puede ser pienso que las estrellas son tus ojos, que ellos me miran, me protegen, me quieren.
** No podría pensar ni un solo momento qué sería de mí si no supiese que tú me esperas, y todas las dificultades se facilitan en la esperanza de reencontrarte.
** Desde que salimos del puerto Asunción hasta nuestra llegada aquí en el borde del Chaco sobre la ribera del ríorío, una gran camaradería se apoderó de todos nosotros. Lo mejor de todo es que Mario y Néstor están conmigo y yo con ellos.
** Las prácticas son pesadas y mañana nos internamos dentro del Chaco. No sé si de allá podré escribirte, pero cada vez que pueda lo haré. Dicen que ninguna guerra es justa, pero esta sé que es para defender a mi patria, y la patria la sintetizo y la materializo en ti, mi querida Leopoldina, razón por la cual defiendo lo que es tuyo, lo que es mío, lo que será nuestro. Te quiero, te extraño, tuyo siempre
** Maximiliano
** Isla Poí, 2 de agosto de 1932
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** Mientras leía la carta gruesas lágrimas caían sobre el papel y al terminarla la estrujó contra su pecho y se quedó mirando el horizonte.
** Doña Eduarda, la madre de Leopoldina salió a buscarla en el jardincito y la encontró melancólica y silenciosa. Ya Candé le había contado de la carta, razón por la cual ya sabía de ella.
** – ¡Buena razón para ponerse triste sobre todo cuando ese Maximiliano pudo ya haberse casado contigo antes de ir al Chaco, como lo hizo su amigo Néstor! Tres años hace que visita esta casa ¡Tres años! y ahora Dios sólo sabe cuánto va a durar esta guerra y cuánto él estará en el frente de batalla!
** – Pero, mamá...
** – ¡No lo defiendas! No, ante mí. Yo peino canas y conozco a los hombres.
** – ¿Pero cómo vas a conocer a los hombres, si sólo conociste a papá a los catorce años y ¡te casaste a los quince!
** – Sí, y enviudé a los treinta. Pero con uno me bastó. Además – agregó – ¡todos los hombres son iguales!
** – Te equivocas mamá, Maximiliano es diferente.
** – Veremos, veremos, hija, dijo el ciego que nunca vio.
** A Doña Eduarda no le gustaba Maximiliano. Era una intuición por lo que se cuidaba de decir frases o comentarios que la conduzcan a situaciones verbales que no podía ni explicarse ella misma. Leopoldina, en cambio, profundamente enamorada de él, no le veía más que virtudes.
** Maximiliano era un joven de veintidós años, estudiante de derecho. Antes de enrolarse trabajaba con su padre, dueño de un pequeño comercio, y estudiaba. Como muchos jóvenes acudió al llamado de la patria en peligro y se enroló al ejército. Lo mismo lo hicieron sus amigos Néstor y Mario. Estaba enamorado de Leopoldina, y sinceramente pensaba que se casaría con ella una vez que terminase su carrera de derecho y se graduase de abogado.
** Pero la guerra, fatídica mujer, se interpuso entre los amantes.
** Leopoldina también escribía cartas y respondía a todas las de Maximiliano.
** A través de ella iba siguiendo el itinerario bélico de su novio.
La guerra del Chaco movilizó a todo el país. Los jóvenes se sintieron llamados al fragor de la batalla, y las mujeres jóvenes deseosas de ayudar se alistaron como enfermeras. Muchas fueron al Chaco, muchas otras se quedaron en la capital. Leopoldina fue a prestar sus servicios como enfermera en el improvisado hospital del Colegio María Auxiliadora.
** Su dedicación, empeño y caridad puesto en los soldados heridos llamó la atención de las superioras, y ella explicó:
** – Pienso que cada soldado herido pudo ser Maximiliano. Y si él está herido en algún lugar deseo que lo atiendan como yo los atiendo aquí a estos muchachos que no sé su nombre ni quienes son, sólo sé que están aquí porque fueron valientes en el campo de batalla.
** Las cartas de Maximiliano le hacían saber a Leopoldina los enormes sacrificios a que eran sometidos los contendientes por la falta de agua, el calor insoportable o el frío, la humedad, la falta de víveres, las nubes de moscas y de mosquitos, el agua fétida, el cansancio. Maximiliano le narraba que la sed, el hambre y las infecciones habían provocado la muerte de muchos soldados y oficiales, pero que él había salido ileso pues el amor de ella, de Leopoldina lo protegía.
** Leopoldina sufría, rezaba y esperaba.
** Los diarios informaban de las batallas: Boquerón, Nanawa, Toledo, Gondra, Pampa Grande, Pozo Favorito, Campo Vía, Cañada de Tarija...
** Las cartas de Maximiliano llegaban con retraso, pero llegaban a manos de Leopoldina
** Luego, un largo silencio.
** Más silencio.
** Leopoldina empezó a preocuparse. Habló con amigas, novias también y esposas de otros contendientes. No pudo saber nada.
** Luego la noticia: ¡Los soldados paraguayos fracasaron en Cañada Strongest! ¡Los bolivianos tomaron prisioneros!
** Leopoldina entre otras mujeres y hombres se agolparon en las oficinas del estado mayor. ¡Quiénes eran los muertos? ¿quiénes los prisioneros? ¿Quiénes?
** Luego la noticia: Maximiliano vivía, pero fue prisionero por los bolivianos al igual que Mario y Néstor.
** Leopoldina pasó más de un año antes de tener noticias del novio. La tuvo a través del padre de Mario. Este era italiano y para saber noticias de su hijo y de sus amigos recurrió a la Legación italiana, la que se comunicó con la misma representación en Bolivia, y a través del Ministerio de Relaciones Exteriores del país andino se pudo saber que Maximiliano, Néstor y Mario estaban en la ciudad de La Paz en una prisión estatal.
** Hubo algunas cartas y luego otra vez el silencio.
** El año 1935 llegó y con él el armisticio y la paz. La alegría era total durante el desfile de la victoria, pero para Leopoldina la guerra aún no había llegado a su fin.
** El tiempo pasaba lentamente, tan lentamente que cuando en enero de 1936 se anunció que Paraguay accedió al intercambio de prisioneros, Leopoldina no lo creyó.
** A principios de 1937 Néstor y Mario se presentaron a la casa de Leopoldina. Delgados, demacrados habían dejado en las planicies chaqueñas el rostro niño que llevaron y volvían como hombres que habían vivido muchas vidas, y en sus miradas y en sus ojos se veían reflejadas la individual y extraña experiencia humana del dolor y de la muerte.
** A pesar de ello hubo alegría en el reencuentro. Doña Eduarda les agasajó con su mejor licor y Candé preparó una comida especial. A los saludos triviales y protocolares siguieron las preguntas sobre la guerra. Todos parecían tener miedo de hablar de Maximiliano. Pero al fin Leopoldina preguntó:
** – ¿Y Maximiliano ¿Dónde está? ¿Por qué no volvió con ustedes? ¿Le pasó algo grave?
** – Estee... bueno, él te contará – dijo Mario señalando a Néstor.
** – No, Mario te contará mejor. ¿Verdad Mario?
** – No, que cuente Néstor...
** – Bueno, ¡qué pasa! ¡que alguien me cuente! Cualquiera de los dos, si los dos lo saben.
** – Bueno... – empezó Néstor – es que Maximiliano...
** – se casó – terminó Mario.
** – ¡Quee..! gritó Leopoldina – ¡Que se casó!
** – Sí – dijo Néstor – Se casó en La Paz con Julia, una chica boliviana, que nos visitaba en la prisión.
** – Nos sentíamos muy solos, y algunas chicas bolivianas nos visitaban. Una de ellas Julia.
** – Sí, – dijo Doña Eduarda – que había estado callada hasta ese momento – pero ustedes no se casaron con esas chicas.
** – No, – dijo ingenuamente Néstor – porque no se embarazaron.
** – Eso quiere decir que no solo se casó si no que tiene un hijo – dedujo Doña Eduarda
** – Una hija – corrigió Mario.
** Leopoldina se levantó y fue corriendo a su dormitorio, se tiró en la cama y se sumió en un convulsivo llanto, que le duró toda la noche.
** Los días pasaron lentamente. El dolor dio lugar a la resignación. Pero el amor no da lugar a nada, queda anidado en la memoria y en el corazón.
** Leopoldina supo que Maximiliano y Julia no pudieron derribar la muralla de odio construida por la guerra entre paraguayos y bolivianos, por lo que la vida cotidiana para ambos se hizo insoportable hasta terminar con un divorcio. La niña se quedó con su madre en La Paz, y Maximiliano volvió a Asunción. Era un hombre viejo de treinta años, cargaba sobre sus hombros tristezas, y como Néstor y Mario y muchos otros, también el horror de la guerra a la que habían ido adolescentes e inocentes como a un juego, igual que como cuando eran niños y jugaban a los soldaditos.
** Llegó a Asunción. La ciudad le olió a hogar y a amor. Fue directamente a la casa de Leopoldina, la inolvidable novia.
** Golpeó las palmas, y la antigua criadita, hecha toda una mujer le salió a recibir.
** Candelaria casi se desmaya de susto. No sabía si veía a un ser real o a un fantasma. Corrió escalera arriba gritando:
** ¡El señor Maximiliano! ¡El señor Maximiliano! ¡El señor Maximiliano llegó!
** A Leopoldina se le heló la sangre primero, luego una inmensa alegría le invadió todo el cuerpo, corrió a peinarse, y salía de la puerta de su dormitorio para atender al amado visitante, cuando Doña Eduarda le cerró el paso:
** – ¡No! No lo vas a recibir, ¡es un divorciado! ¿Qué pensaría tu padre si un divorciado pisara esta casa? ¡Tú eres una señorita bien educada! ¿Qué no dirían de ti la gente? ¡Y yo, tu madre no permitiré que estés en la boca de nadie! ¡Te has olvidado ya de lo que te hizo! ¡Poco le importó a él que le quieras y que le hayas estado esperando!
** ¡Candelaria! ¡Dile a ese señor que la señorita Leopoldina no lo quiere recibir, y que le ruega que no venga más a esta casa!
** Leopoldina no contradijo a su madre, bajó la cabeza y retornó, llena de lágrimas, a su habitación a continuar con el mantel que estaba bordando.
**La guerra es un juego maligno y cruel: mata y destruye vidas. La de Maximiliano era una de ellas. La de Leopoldina la otra.
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EL FLORERITO DE LA VIRGEN
(un relato para Juan Carlos)
A: Nitetis Airaldi de Ortiz
quien hospedó en su casa
a la imagen de la
Virgen de Charagua
durante 57 años.
(un relato para Juan Carlos)
A: Nitetis Airaldi de Ortiz
quien hospedó en su casa
a la imagen de la
Virgen de Charagua
durante 57 años.
** Abrió el cajón de la cómoda lentamente, regocijándose en cada uno de sus dificultosos movimientos. Con sus dedos largos, entumecidos por la artritis, tocó suavemente las prendas azules y blancas bordadas en hilos de oro, las alzó hasta el pecho acariciándolas con las manos, y luego las acomodó nuevamente en el cajón, el que cerró tan parsimoniosamente como cuando lo había abierto.
** Caminó hacia la ventana, y se sentó en el sillón observando el verde césped y el chorrear sin fin del agua, que se dispersaba a través de un pequeño aparato desde de la manguera de goma.
** El agua, el Chaco, Fernando, la guerra, la paz, los muertos, el regreso, la alegría.
** El agua y el Chaco habían sido una y otra vez los temas de los relatos de Fernando que Mirtia ya no podía ver una tranquila y apacible fuente de agua sin recordar los tenebrosos episodios de sed y heroísmo contados por su esposo.
** ¿Cuánto tiempo había pasado?
** ¿ Cincuenta? ¿Sesenta años?
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** Se había casado con Fernando un poco antes de embarcarse hacia el Chaco en 1932. Una breve luna de miel y luego la despedida. Quedó embarazada y nació una niña quien era para Mirtia su amor y su centro y que la hacia conjugar en una sola emoción la alegría y la nostalgia. Sólo las cartas que Fernando le escribía desde el frente de batalla le traían un descanso a su diaria ansiedad
** Las cartas... ... .
** Querida mía,
** Avanzamos hacia el norte. El enemigo se repliega. Nos acercamos hacia el Parapití, la frontera histórica y natural del Paraguay ¡El Parapití Mirtia, querida!
** Hemos liberado a nuestro país de los invasores y los correremos más allá del río, al lugar de donde nunca debieron salir. Me embarga la emoción y te escribo esta carta porque quiero compartirla contigo, como deseo compartir contigo todo el resto de mi vida. Si no pudiese volver, si mi destino fuera otro que el estar contigo, deseo que recuerdes que casarme contigo fue el acto más feliz de mi existencia.
** Te quiero,
**Fernando / 16 de marzo de 1935.
.
** Las cartas iban y venían. Las noticias también.
** Hacia 1935 se desarrollaron las últimas etapas bélicas en territorio boliviano a lo largo de las estribaciones andinas.
** En abril de ese año las tropas paraguayas cruzaron el Parapití. El pelotón comandado por el Mayor Fernando Aguirre fue de los primeros en llegar a Charagua. Parte de la población recibió con simpatía a los soldados paraguayos, pues el lugar era asiento de los indios chiriguanos, descendientes de guaraníes, y entendieron que aquellos eran hermanos en la lengua. Otros pobladores manifestaron su desconfianza y huyeron.
** Poco pudo hacer Fernando ante la tropa vencedora que se dedicó al pillaje recogiendo en bolsas el resultado de su felonía.
** La milicia boliviana que se había replegado tras la cordillera, bajó de ellas y atacó a las desprevenidas y desorganizadas tropas paraguayas. Los bolivianos recuperaron Charagua, y los paraguayos huyeron dando batalla. En la carrera por salvar la vida fueron dejando los sacos que contenían los objetos del pillaje.
** El mayor Aguirre tropezó con una bolsa, cuyo contenido por ser muy grande y pesado lo tiró al suelo, al mismo tiempo que entrevistó la hermosa mano de una sugerida estatua. Revisó el contenido de la bolsa y con sorpresa se encontró con la imagen de la Virgen de Charagua que había sido sustraída del templo. Su primer pensamiento fue devolver la imagen. ¿Devolverla? ¿Cómo? Imposible. El fuego cerrado hacia sus espaldas le daba la pauta de que sus atacantes no entenderían las razones de su regreso a Charagua, y que la imagen y él serían traspasados por la balas antes de que pudiera dar cualquier explicación.
** Tomó, pues, la imagen y corrió con ella. Un ayudante la llevó hasta el campamento. Allí, Fernando, desarmó la imagen y la puso a buen recaudo dentro de un cajón que con ese propósito lo hizo construir, y que le acompañó los últimos tramos de la guerra. Luego del armisticio el 12 de junio de 1935, Fernando regresó a Asunción.
*
** La imagen adornó la entrada de la casa de Fernando y Mirtia, en la calle Caballero y Tte. Fariña. Era muy venerada por la familia y por sus amistades quienes aseguraban que la devoción hacia ella era premiada con milagrosas gracias.
** – Mirtia –, le dijo Beatriz – quiero rezarle a la Virgen para que me conceda un hijo varón, que tanto quiere mi esposo.
** – Sí, hacelo. ¿Acaso dudas? ¿No recuerdas cómo Beba le rezó, aquí durante nueve días y su esposo consiguió el trabajo que buscaba? ¿Ves esa primorosa carpeta de ñandutí? Le regaló a la Virgen Dionisia luego que le fue concedida la gracia que le había pedido. ¿Y el ajuar de la Virgen? Ven , te lo muestro ya que está formado por hermosas ropas bordadas obsequiadas cada una de ellas por sus agradecidas devotas.
** Beatriz rezó con devoción. Amaba a su esposo y deseaba darle un hijo varón. La fe, el amor y la juventud hicieron su parte y Beatriz quedó embarazada. La Virgen le concedió la gracia pedida y en primavera nació su hijo.
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** En los primeros días de octubre Beatriz llegó a la casa de Mirtia con el hijo en brazos primorosamente envuelto entre las sabanitas de hilo y las mantillas bordadas y un ramo de flores en la mano.
** – Querida Madre – dijo – , arrodillándose frente a la Virgen, "este es mi hijo quien en tu Gracia y en la Sabiduría de Dios he concebido. Te lo presento y te lo entrego para que tu bondad lo guíe y lo ilumine por el sendero de la vida".
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** Mirtia que se hallaba a su lado lloraba, mientras Beatriz la abrazaba a ella y al recién nacido. Deshizo luego un pequeño envoltorio y depositó frente a la Virgen un florero de fina porcelana que se hallaba sostenido sobre una base de oro.
** – Querida amiga – le dijo a Mirtia. Fuiste la mensajera de la Virgen al sugerirme le pida a ella que me bendiga con un hijo varón. Mi corazón rebosa de alegría la que la simbolizo en este florero y en estas flores que las coloco dentro. Te pido que este florerito esté siempre contigo para que lo llenes, en todo tiempo, de las bellas flores que diariamente te enviaré para Nuestra Madre.
.
** El agua que salía de la manguera de goma mojaba, apaciblemente, las plantas del jardín, mientras Mirtia miraba desde la ventana. Hacía varios años que Fernando había muerto. Pero no estaba sola, convivía con los recuerdos y habitaba con su hijo una hermosa casa.
** Ella sabía que Dios no lleva del todo a las personas amadas si no que una parte de ellas queda en el recuerdo, para que los seres amados las evoquen cuando la nostalgia aprieta el corazón.
** Fernando ya no estaba con ella, la Virgen tampoco. La habían llevado lejos, de donde vino, de donde pertenecía. ¿Pero no le pertenecía, también a ella? ¿No compartió acaso, esa Virgen, durante cincuenta y ocho años su diario trajinar? ¿No fue acaso el testigo de su vida como mujer, madre, esposa, compañera y amiga? ¿Cuántas veces le confió sus miedos y sus angustias?
** Cuando los charagueños y miembros de la iglesia reclamaron la devolución de la imagen, Mirtia no opuso resistencia, pues a pesar de que a los ojos de los vencidos parecía un trofeo de guerra (que debía ser devuelto en la paz), ella sabía que Fernando siempre creyó que la Virgen había puesto la imagen en su camino para que se salvara de alguna catástrofe u otro mal.
** Accedió, por tanto, de buena voluntad que se la llevaran, pero quedó un hueco no sólo en el altarcito que le habían construido en la casa familiar, sino en su corazón y en el de cada uno de los habitantes de la casa.
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** Mirtia vio el agua que se deslizaba sobre la tierra y olió el frescor que se levanta desde la tierra mojada.
** ¿Dónde está la Virgen?
** ¿Por qué quieren llevarse ahora sus vestidos si no lo reclamaron cuando la llevaron? El manto azul con las hojas bordadas en auténticos hilos de oro, y el manto blanco bordado por Doña Ana, la amiga de su tía Sofía, en hilos de colores y cordones de plata. Las primorosas enaguas adornadas con encajes de valenciana y de ñandutí.
** ¿Para qué los querrían, si han vestido a la Virgen con uniforme y gorra de soldado boliviano?
** La mucama interrumpió sus cavilaciones:
** – Doña Mirtia, dos señores extranjeros preguntan por usted.
** – Por favor, Rosa – dijo dirigiéndose a la empleada – que pasen a la sala, yo estaré con ellos enseguida.
** – Como usted diga – señora.
.
** Mirtia fue hasta el cajón de la cómoda y sacó las ropas de la Virgen , las que fue colocando en una gran caja blanca entre papeles de seda y celofán. Las acomodó con cariño y las tapó. Llamó a Rosa y le pidió que llevara la caja a la sala.
** Mirtia caminó hacia la sala, detrás venía Rosa con la caja, la que depositó sobre una mesita enfrente de los visitantes.
** – Señora – dijo uno de los visitantes – le agradecemos todas sus atenciones. Traemos el saludo de nuestros compatriotas y de nuestros compueblanos y su eterno agradecimiento por la devolución de la imagen de nuestra Virgen. Sabemos que la guerra es injusta y que en ella se cometen errores, ya que la misma guerra es un enorme error. Pero hoy paraguayos y bolivianos somos personas de paz, y la devolución de la imagen de la Virgen de Charagua rubricó una paz que se firmó hace 60 años, usted y nosotros fuimos los artífices de ese testimonio.
** Mirtia asintió con la cabeza. Aquellas palabras las había escuchado con mucha tristeza. Nada ya le quedaba de la Virgen ni siquiera sus vestidos, sólo el recuerdo.
** – ¿Es todo señora? – dijo uno de ellos observando el interior de la caja.
** – Sí es todo – dijo Mirtia, y en ese instante recordó el florerito que Beatriz había obsequiado a la Virgen. En segundos pensó: ¿lo traigo o me lo guardo como un recuerdo querido? no... no puedo mentir, la Virgen sabe que yo tengo el florerito. Pero Beatriz le regaló a la Virgen ese florero, y me hizo su custodia. ¿Querrá Beatriz que el florerito vaya tan lejos...
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** Hacía tiempo que Beatriz había dejado de enviar flores para la Virgen, ella ya no estaba, igual que Fernando y la Tía Ana. Todos habían muerto.
** ¿Se olvidaba del florerito o lo entregaba?
** Se levantó de la silla y dijo a sus visitantes:
** – Permiso, vuelvo enseguida.
** Caminó hacia la habitación en donde se hallaba la cómoda que durante tantos años alojó los objetos y las ropas de la Virgen y murmuró: – ¡Ah¡ Beatriz si pudieras aconsejarme... Abrió el cajón del mueble y sacó el florerito con la base de oro, el que lo puso encima de una mesa. En ese momento una ráfaga de viento entró en la habitación y movió con violencia las cortinas. La punta de una de ellas alcanzó al florerito, lo tiró al suelo, y se rompió en pedazos.
** Llamó a Rosa para que retire del suelo los pedazos de vidrio y los eche a la basura, mientras se agachaba a recoger la base de oro del florerito, y lo guardaba en uno de los bolsillos que adornaba su vestido.
** Sus dedos cerraron la caja blanca y la ató primorosamente con una cinta de raso. La entregó a los visitantes, se despidió de ellos con la absoluta convicción de que sólo había entregado objetos de relativo valor material y que lo realmente valioso, como son sus recuerdos quedaban para siempre con ella.
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