LAS LENGUAS DEL PARAGUAY
Ensayo de
LORENZO NICOLÁS LIVIERES BANKS
(Enlace a datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE LETRAS del
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Ensayo de
LORENZO NICOLÁS LIVIERES BANKS
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LAS LENGUAS DEL PARAGUAY
La eminente función del lenguaje en el ámbito de lo humano es tal que desde hace mucho se caracteriza al hombre como a aquel Ser que en el habla adviene a su plena realidad. El lenguaje posibilita todos sus bienes culturales y es el supuesto de la actividad social, de la vida del espíritu, de la tradición, de la creación, en síntesis, de la integridad histórica del hombre. Una concepción tan amplia supera y libera al lenguaje de las limitaciones de la explicación puramente racional-gramatical, de la concepción meramente lógica que concibe al concepto como característica exclusiva del significado de las palabras. Hoy son muchas las ciencias y actividades que desde sus particulares puntos de vista e intereses estudian y aplican respectivamente las características simbólicas y pictóricas del lenguaje. La biología, la antropología, la sociología, la psicología, la teología, la lingüística y la poética, aportan perspectivas, métodos de investigación y usos que desenvuelven, aclaran y amplían sus funciones. Por eso el estudio del lenguaje puede llegar a proporcionar insospechados datos para la comprensión de los fenómenos humanos de modo a establecer una política educativa racional, coherente e integral.
En líneas generales, y salvando las diferencias de dialectos, cada nación tiene un idioma. Pocas unidades socio-políticas en el mundo se sirven de más de uno. Sin embargo, las hay. Entre ellas está el Paraguay, considerado un país bilingüe, porque reconoce la vigencia, no de dos dialectos de un mismo idioma, ni de dos idiomas de un mismo origen, sino de dos idiomas perfectamente distintos. El último censo nacional, efectuado en el año 1964, informa que el 52 por ciento de los habitantes del país se declaró poseedor de dos idiomas: el español y el guaraní. El primero, un típico idioma europeo romance, fue la lengua de los conquistadores y colonizadores; el segundo, el de las tribus aborígenes que habitaban gran parte del territorio comprendido entre los ríos Paraná y Paraguay, y parte del Chaco paraguayo. Estas tribus habitaban también zonas que hoy pertenecen al Brasil y a la Argentina. Pero es sólo en la actual República del Paraguay donde el idioma guaraní trascendió su primitivo ámbito para contribuir a caracterizar -superviviendo con fuerza extraordinaria- el fenómeno cultural de una nueva nación, hasta el punto de reconocérsele actualmente en la propia Constitución Nacional el carácter de idioma nacional, aunque no el de oficial. Y es que pocos paraguayos pueden dejar de reconocer en la vigencia de esta lengua a uno de los factores en que se asienta sólidamente la conciencia de la identidad nacional. En efecto, si en general las naciones latinoamericanas tienen muchos elementos históricos comunes, como la religión, la lengua castellana y las tradiciones hispánicas, es sin embargo la presencia operante del guaraní la que sirve para definir al Paraguay como un ente histórico peculiar frente a los otros de la misma comunidad latinoamericana. Pero, al mismo tiempo, pocos paraguayos -y esto es lo paradójico-, en especial los monolingües guaranoparlantes dejarán de reconocer la superioridad cultural y social que resulta del dominio y uso habitual del español. El mismo idioma guaraní llama al español "caraí-ñee" o "habla del señor", y a sí mismo se designa "avá-ñee" o "habla del origen". Esta manera de calificar es indicio de un agudo conflicto social. La verdad es que, si el carácter bilingüe de un individuo es siempre un fenómeno positivo y unívoco, no siempre resulta lo mismo respecto de un ente histórico como la nación, en el que la expresión del fenómeno bilingüe es ambigua y equívoca y no nos dice todavía cómo acontece dicho fenómeno. Justamente, el análisis de este cómo es decisivo para evaluar las posibilidades de una acción política educativa que contribuya a superar una situación de menor desarrollo en el mundo actual, altamente competitivo. Esto es cierto, sobre todo respecto del Paraguay, el cual reconoce a más de un 60 por ciento de su población como analfabeta funcional, población enfrentada hoy en día al problema del tránsito a la modernidad. Durante mucho tiempo, la élite cultural paraguaya, en especial la élite literaria, se impuso la idea de que el bilingüismo era un obstáculo para el desarrollo intelectual y la creación de bienes de cultura, en sentido estricto.
Ahora bien, en qué medida esta actitud contribuyó a mantener o a incrementar dicho porcentaje de analfabetismo es difícil decirlo, aunque es evidente que contribuyó a ello de una u otra manera. Pero su mayor efecto fue el de mantener el status de inferioridad origina-rio de los guaranoparlantes, con lo cual esa actitud y esa élite cumplieron, en el orden social y lingüístico, el papel histórico de agentes consolidadores de la tradicional colonial. He aquí una prueba evidente de que el lenguaje no constituye un problema reservado solamente a los lingüistas y a los especialistas en gramática, y de que puede servir como un importante hilo conductor para la investigación de la estructura social, de las actitudes, de la psicología social, etc. El lenguaje es, sin duda, uno de los más veraces testimonios del proceso histórico de una nación. Pero no sólo esto. Si, como al comienzo se señaló, el lenguaje es el posibilitador de los bienes culturales, su presencia es también histórica; condiciona y es condicionado, a su vez, por las mismas situaciones que contribuye a instaurar.
La historia de esta lengua nace, para los paraguayos, con las tribus guaraníes. Estas ocupaban, en la época de la conquista, un área bastante extensa del continente sudamericano, gran parte del sudeste del Brasil (lat. 26° 33’S. long. 48° 52’0.) extendida hasta la zona comprendida entre los ríos Paraná, Paraguay y Uruguay, Río de la Plata, Delta del Paraná, Cordillera del Amambay, Mbaracayú. En rigor de verdad, el nombre guaraní es genérico, ya que comprende gran número de tribus divididas a su vez en pequeñas parcialidades de 30 hasta 100 miembros, excepcionalmente más. Las tribus más importantes que sobreviven actualmente son las de los Mbyá, Chiripá y Pañ, con un número bastante limitado de miembros y en vías de extinción. Posiblemente fueron habitantes tardíos de los lugares en que se encontraban en tiempo de la conquista, pues en estas zonas se encuentran restos arqueológicos de pueblos de cultura prehistórica.
El nivel cultural al que habían llegado los guaraníes era el de selvícolas neolíticos, es decir, semisedentarios habitantes de los bosques, con una agricultura incipiente y dieta complementada con frutas silvestres y productos de la caza y de la pesca. Sus hábitos agrícolas y las especies que cultivaban son todavía las vigentes en gran parte del Paraguay, y en consecuencia también sus hábitos alimenticios son los mismos. La cocina paraguaya es fundamentalmente la misma que la de los guaraníes. Comprende diversas formas de maíz, mandioca, carne y pescado asados. Los guaraníes, sin embargo, no conocieron la sal y como animales domésticos tenían sólo una clase de pato. Los distintos grupos vivían en poblados formados por cuatro a ocho casas rectangulares de gran extensión, agrupadas alrededor de un espacio central que hacía de plaza, encontrándose todo el poblado rodeado por una triple empalizada de pozos y estacas. Las casas eran comunes y cada porción se adjudicaba a una familia. Los techos de hojas de palma alcanzaban casi hasta el suelo. Muchos indios carecían de vestimenta, otros usaban pieles, chiripás y baticolas. Llevaban ornamentos tanto los hombres como las mujeres y se pintaban el cuerpo. En sus frecuentes mudanzas, motivadas por razones religiosas o económicas, o por mejores tierras de labrantío o mejores posibilidades de caza, portaban sus útiles y enseres en cestos cilíndricos o rectangulares de hojas de pindó o de tacuarembó, o de pieles, y se servían de canoas y de balsas para el cruce de los ríos. Como manufactura confeccionaban productos de cestería, tejidos de algodón o de otras fibras, cerámicas, alfarería con sus grandes urnas funerarias, platos y fuentes grandes y pequeñas, y también arcos, flechas y escudos. Su estructura social descansaba en la familia patrilineal. Una comunidad era unión de familias bajo un jefe. El verdadero poder, no obstante, se hallaba en manos de un chamán que a menudo invocaba poderes sobrenaturales. Fueron precisamente los chamanes los líderes de sus pueblos en los innumerables levantamientos contra los españoles durante el siglo XVII. En caso de guerra, nombraban a un caudillo militar que conseguía la obediencia de todo el grupo. Pero habitualmente era el consejero general de los jefes y hombres adultos el que decidía sobre los asuntos de la comunidad. Su organización de la justicia y del orden fue, por supuesto, elemental, si la comparamos con la de la sociedad moderna, pero conocieron sin embargo sistemas de indemnización o, en su defecto, la venganza llevada a cabo por las propias manos. Todos los momentos importantes de la vida estaban marcados con ritos peculiares. El nacimiento, la entrada en la pubertad de chicas y muchachos, el casamiento y la muerte eran solemnemente ritualizados. Es interesante destacar el hecho de que, siendo tan grande la esperanza en la reencarnación, la muerte fuera aceptada con gran fortaleza aunque, dado el caso, los deudos se entregaran a las más violentas manifestaciones de dolor. Practicaban el canibalismo aunque posiblemente de tipo ritual y sólo con los enemigos.
El arte estaba limitado a la creación de motivos decorativos -el rombo era uno de los diseños favoritos- generalmente de tipo geométrico. Excepcionalmente emplearon motivos antropomórficos y zoomórficos. La música era, por supuesto, un arte al servicio de ritos y ceremonias; era muy escaso su desarrollo melódico o armónico, aunque sí rítmico. Por eso, sus instrumentos más importantes fueron la calabaza-sonajero y el tubo estampador. Conocieron cierto tipo de flauta trasversa, hecha por lo común de los huesos largos de los enemigos muertos. Sin embargo, en la concepción de la religión y del hombre fue donde los guaraníes revelaron una construcción muy compleja. La mitología patentiza una fuerte vida religiosa a través de poéticos y ricos mitos. Por ejemplo, el del majestuoso Ñanderuvusú (nuestro gran padre) y su esposa Ñandesy (nuestra madre), que moran en la tierra sin mal. Se hallan también innumerables dioses secundarios, señores de los distintos fenómenos naturales; entre ellos, Tupá, dios del trueno al que los jesuitas identificaron con el Dios Padre cristiano. Asimismo la concepción de la coexistencia de dos almas, una identificada con la disposición pacífica y gentil y otra con el temperamento, alma animal a la que se le asigna la inquietud, la violencia, la malicia; de ahí la importancia que otorgaban los chamanes a los sueños, de los que derivaban sus poderes. Dentro de este mundo poblado de espíritus y demonios el hombre indígena vivía para protegerse a sí mismo y a su economía, aplacando a las deidades naturales y ahuyentando a lo dañino por medio de danzas. En éstas, le correspondía un papel rector al chamán, un iniciado auténtico que en posesión de una gran suma de poderes sobrenaturales, con cantos mágicos y frecuentes sueños, se ponía al servicio del bienestar físico de la comunidad y era también su médico espiritual y material. El prestigio de los chamanes fue grande y llevaron su poder incluso a la administración de la justicia. En este estado, en permanente conflicto con los cazadores paleolíticos (guaícurúes), en proceso de migración y habitando un territorio que hoy sabemos que carecía de toda clase de metales preciosos, sufrieron el proceso de la conquista española. Las expediciones de Alejo García (1524) y Sebastián Gaboto (1526), encontraron suficiente cantidad de oro y plata entre los guaraníes como para sospechar la existencia de dichos metales en zonas a las que se podía llegar con la ayuda de aquellos. Tal cosa fue lo que motivó la primera expedición al Río de la Plata, bajo el mando del Primer Adelantado Don Pedro de Mendoza. Se ignoraba entonces que las tribus guaraníes habían obtenido dichos metales en sus correrías y asaltos contra el imperio de los incas, en cuya frontera quedaron algunas tribus en forma permanente, regresando otras a sus antiguos lugares con buena cantidad de metales preciosos. Fue grande la codicia y violenta la penetración española, llegando así a ser el Río de la Plata la puerta de acceso a El Dorado. Una tácita alianza, sellada con la dación de alimentos y mujeres -testimonio usual de amistad en la cultura guaraní- fue concluida entre españoles y aborígenes. En adelante, y sirviendo además como auxiliares y porteadores, los guaraníes acompañaron a todas las expediciones españolas en pos de El Dorado: las de Ayolas, Alvar Núñez, Martínez de Irala y Ñuflo de Chaves. Pero el objetivo no fue alcanzado por la sencilla razón de que El Dorado había sido ya conquistado por España desde el oeste, en 1524, por la acción de Francisco Pizarro y sus lugartenientes. Sin embargo, en un esfuerzo que va desde 1536 a 1558, los españoles fundaron Asunción como base de operaciones de la conquista, primero como un simple fuerte en 1537, y luego como una ciudad en 1541.
El fracaso del objetivo primero y fundamental -la conquista de El Dorado- y el tener que conformarse con la tierra virgen y el maizal neolítico, motivaron la desbandada de los españoles. Pero un cierto número de ellos, cerca de cuatrocientos, permanecieron en Asunción y sus alrededores, iniciando el proceso de colonización de una zona habitada por número aproximado de cien mil indios, que luego sería el territorio paraguayo. La historia del Paraguay es básicamente la historia de Asunción en su expansión hacia el este. Se practicó, por un lado, merced a un clero abnegado, la conversión de los indios al cristianismo y, por otro lado, mediante una despiadada voluntad de dominio que sometía a los naturales a la explotación personal, consistente en la obtención de mujeres y mano de obra casi gratuita. Así, la naciente colonia desarrolló penosamente un crecimiento de tipo vegetativo. Dentro de él, como procesos más notables, deben registrarse al progresiva eliminación de la población indígena debido a la destrucción de las bases culturales y de las unidades socio-económicas (la única excepción fue la lengua) y la intensa y casi desenfrenada mezcla de razas, con el consiguiente y rápido aumento de la población mestiza, que vino así a suplir la merma de la población nativa. Los españoles, gracias al sistema de encomiendas en sus modalidades yanacona y mitaya, introducido con el doble objetivo de prestar servicios a los cristianos y amparo a los indios, formaron unidades socio-económicas basadas en una mano de obra gratuita, tierras otorgadas por el Rey, una superior tecnología y animales domésticos de labranza y cría, y crearon una economía general del tipo de las que Max Weber llama "economía de hacienda", representada por una agricultura de consumo y bajo rendimiento y una explotación extensiva de la ganadería.
Sin embargo, parte del territorio paraguayo actual se incluye en las llamadas Misiones Jesuíticas. Iniciado en 1608 el trabajo de evangelización de los aborígenes por parte de los jesuitas en el límite este del imperio español, sufrió a lo largo de aproximadamente treinta y dos años el ataque del imperio portugués, con las correrías de los mamelucos o bandeirantes. En sucesivas migraciones hacia el oeste, fueron creando y abandonando reducciones, hasta que en el año 1640 se consolidaron en la zona en que permanecieron durante ciento veintisiete años, hasta ser finalmente expulsados en 1767. Toda esa inmensa labor de áculturación, obstáculos que representaban la oposición de los chamanes indios que luchaban por conservar la identidad cultural indígena, de encomenderos que se veían privados de mano de obra gratuita y zonas de influencia, y de la hostilidad de tribus charrúas y algunas otras, careció de un objetivo político pro-pio que le permitiera subsistir en forma autónoma. Así, en pocos años, la estructura se desmoronó sin que pudiesen seguir manteniéndola una administración confiada a los franciscanos y el poder político regular. Integrados de hecho al proceso colonizador normal, es decir, sometidos a autoridades locales no siempre honradas y al poder de colonizadores que los explotaban, robaban y humillaban, los indios abandonaron en gran número las misiones y volvieron a la selva originaria. Los últimos restos que quedaron en el territorio del Paraguay fueron integrados en la República, con un status legal normal, en 1848, por el Presidente Carlos Antonio López. Los indígenas, por ese entonces, no pasaban de seis mil en total.
Es evidente que del cruce biológico de lo hispánico y lo guaraní se constituyó la nación paraguaya. Pero del choque de las culturas guaraní y española surgió triunfante esta última. Ello no es de extrañar. Se impusieron la superior tecnología, las formas religiosas más elaboradas y una manifiesta voluntad de poderío, mantenida con ejemplar persistencia a través de los siglos. Triunfó la cultura hispánica, pero supervivió la lengua guaraní. Sus causas deben ver-se en el escaso número de colonizadores españoles frente a la gran masa indígena, al aislamiento de la provincia dentro del mismo imperio español, a la pobreza que imposibilitó la fundación y el mantenimiento de instituciones culturales superiores, al respeto y consideración que los misioneros religiosos dispensaron a la lengua aborigen, al singular papel de la mujer-madre, auténtica mediadora entre la raza indígena en extinción y la mestiza en crecimiento y a la estructura rígidamente vertical y escasamente móvil de la sociedad colonial, en cuya cúspide se hallaban sólo españoles y criollos. El gran testimonio del respeto y consideración de los misioneros católicos es la obra del Padre Antonio Ruiz de Montoya, S.J. Su diccionario guaraní-castellano todavía hoy es la más eminente autoridad en la materia. Sin embargo, nada de ello obstó para que, en total coherencia con el triunfo hispánico, fuera el español el idioma oficial y, de acuerdo con la posición de sus poseedores -en la cumbre de la estructura social- el idioma de prestigio. En el Paraguay independiente la situación permaneció esencialmente invariable, ya que la revolución de la Independencia fue realizada por los criollos. Estos, al desplazar a los españoles, asumieron y consolidaron la suma del poder político y económico, manteniendo la posición superior del idioma español, que era también el suyo. A lo cual debe agregarse el hecho de que sólo el español era la lengua que posibilitaba la creación y estructuración, en lo interno y externo, del nuevo Estado sobre modernas bases de comunicación.
Hoy en día el Paraguay constituye un tipo de comunidad bilingüe, lo que explica la gran importancia del bilingüismo para su acabada comprensión. De ahí que súbitamente adquiera una notable importancia el estudio que al respecto realizó Joan Rubin, con el título National Bilingualism in Paraguay, para optar al título de Ph. D. en Antropología de la Universidad de Yale, en 1963. (University Microfilms, Inc. Ann Arbor, Michigan). Aquí nos limitaremos simplemente a reseñar algunas de sus conclusiones. Joan Rubin hizo un análisis descriptivo de la comunidad bilingüe paraguaya para determinar los factores culturales, políticos y sociales que condicionan la conducta individual, y para ello trabajó personalmente y empleó los censos que tuvo a mano en el distrito de Luque, en el Departamento Central del Paraguay. De este modo su trabajo de campo abarcó la localidad de Luque, distante 14 km de la capital, Asunción, y una zona próxima, la Compañía de Itapúame. En su trabajo estudió los problemas relativos al proceso de aculturación y el estado presente de la estructura socio-económica de la comunidad. No obstante, donde mejor pueden advertirse los resultados de su trabajo es en los capítulos dedicados a las actitudes de la comunidad con relación a las dos lenguas, a la adquisición y el aprovechamiento de ambas a la estabilidad y al uso. Expresamente, sin embargo, Rubin manifiesta que no abordó problemas tales como el efecto del bilingüismo sobre la estructura de esta unidad cultural, por ejemplo la extensión con el grado y tipo de bilingüismo afecta la organización social, política y económica de los grupos estudiados y el monto de interferencias que se producen en cada idioma como resultado de su contacto. Es menester hacer notar, empero, que la minuciosa labor que Rubin dedica al guaraní le impide ver a veces toda la problemática implícita en el español del Paraguay. En sus conclusiones finales, Rubin afirma que el país y su cultura son relativamente homogéneos como resultado de un aislamiento de 300 años y de una efectiva incomunicación con el resto del mundo. Ellas se reducen a las siguientes: 1) los paraguayos estiman el español pero son ambivalentes en sus actitudes respecto al guaraní; 2) casi todos aprenden algo de guaraní, pero la adquisición y aprovechamiento del español dependen de un cúmulo de variables sociales; 3) hay tres zonas en las que el empleo de los dos idiomas está bien definido, como en el campo, en la escuela y en la burocracia asunceña, siendo así que todo otro uso está parcialmente definido por las presiones sociales y las consideraciones individuales; 4) mientras el uso lingüístico y un relativo aprovechamiento han sido estables en el pasado a lo largo de 400 años, en la comunidad estudiada (Luque) se ha notado un cambio hacia una mayor capacidad lingüística. Pero ahora conviene remontarse al capítulo N del trabajo de Joan Rubin, relativo a las actitudes de los paraguayos respecto a sus dos lenguas.
El hecho fundamental es la ambivalencia de sentimientos de los parlantes o hablantes paraguayos con relación al guaraní y al español. El hablante bilingüe que comúnmente prefiere emplear el español, reconoce la importancia del guaraní para todo el país. El hablante bilingüe que comúnmente prefiere expresarse en guaraní, reconoce la importancia internacional del español, económica y culturalmente. Esto es, las actitudes son ambivalentes. Ambos idiomas engendran actitudes positivas, aunque el español suele ser frecuentemente ensalzado y el guaraní minimizado. Rubin observa, por ejemplo, que el hablante que se expresa actualmente en español es calificado de culto, inteligente, distinguido y desarrollado. Quien habla sólo guaraní es calificado de guarango, menos inteligente, menos desarrollado y que no tiene principios (¿modales?). Los propios hablantes monolingües en guaraní llegan al punto de calificarse a sí mismos de tavy o estúpidos, debido a, su incapacidad de manifestarse en español, mientras que consideran a quienes pueden hablar español como iñarandú, o inteligentes. Desde luego, estas son actitudes negativas respecto al guaraní. Los paraguayos, no obstante, contemplan con cierto orgullo el pertenecer a un pueblo realmente bilingüe, el de mayor porcentaje de bilingüismo en América. En este sentido, siguiendo a Rubin, es interesante consignar el hecho de que en tanto en las capitales de Perú y México, los hablantes bilingües -en español y una lengua aborigen- alcanzan sólo el 10 por ciento, en Asunción, el bilingüismo llega a la cifra de un 76 por ciento. Por eso a la antropóloga norteamericana le interesa más analizar las ambivalencias de las actitudes con respecto al guaraní y los orígenes de las mismas. En tal sentido, el español es la lengua de prestigio. El guaraní, por su parte, siempre estuvo asociado tanto con fuertes actitudes de lealtad y de orgullo como de rechazo. En eso reside su ambivalencia, a la que aquí pasaremos rauda revista.
Rubin analiza sobre todo tres actitudes principales: la lealtad al idioma, el orgullo y el prestigio. Pasemos en este punto por alto, por discutible, la breve reseña histórica que Rubin nos ofrece. Con signemos sólo el hecho de la existencia de instituciones tales como la Asociación de Escritores Guaraníes (ADEG), cuyo propósito capital ha sido "luchar" por una mayor influencia y dignidad de esta lengua. El presidente de esta Asociación llegó a decir que el guaraní es "el corazón de la nación", "el símbolo del alma verdadera del pueblo". A su turno, el mismo Ministro de Defensa, en 1960, declaró que "el guaraní proporciona un sello característico y una singular fisonomía a la nación". Dentro de la lealtad y el orgullo se inscribe igualmente el argumento de que el guaraní distingue esencialmente al Paraguay de sus vecinos, como lo dijo Leopoldo Benítez en 1927: ... es una expresión corriente de nuestra alma nacional, una señal auténtica de nuestro paraguayismo". Otro es el comprobar abstractamente que el saber dos lenguas es mejor que una, y es un argumento empleado para refutar la opinión también común de que el guaraní impide aprender buen español. Quienes defienden igualmente el guaraní echan mano de otras argumentaciones, tales como decir, cual hace Reinaldo Decoud Larrosa, que el guaraní posee catorce formas de verbo en indicativo, mientras el español sólo diez (en una conferencia, San Lorenzo, 24-5-1960); o que el guaraní es particularmente apto en los campos de la botánica, la medicina y la agricultura, como lo hizo en su libro, en 1947, el Dr. Carlos Gatti, y Jover Peralta en su "El Guaraní en la Geografía de América", en 1950, demostrando su rico vocabulario, y la extensión con que ha sido incorporado al uso común de otros países latinoamericanos. A su vez, en la Revista de Turismo, en 1944, notaba la gran musicalidad del guaraní y su vital calidad poética y, por lo mismo, su aptitud para la expresión de la emoción. Pero también en la Revista Acá’e, en mayo de 1957, en un trabajo de Criscollt se sostiene que el guaraní es tan apto para expresar los sentimientos íntimos como para la expresión de las ideas abstractas. En fin, Rubin ha podido observar que, mientras las consideraciones sobre el valor del español proceden sobre todo de las clases altas de Asunción, y generalmente aceptando que aquel radica en su comunicación con el resto del mundo, el guaraní es apreciado en todos los niveles, tanto en la zona rural como urbana, acentuándose siempre la opinión de que el guaraní sirve para mantener viva la fuerza de la nacionalidad. Sin embargo, entre los hablantes bilingües Rubin observó al mismo tiempo que existen aquellos que alaban al guaraní y los que lo vituperan, por lo cual se crea un conflicto que causa cierta ambivalencia. A su criterio, son tres los factores responsables de ese conflicto: 1) Los cambios de poder entre las facciones prohispánicas y proguaraníes; el cambio se acusa particularmente en la política de la escuela. 2) El abismo entre los hablantes monolingües en guaraní y los hablantes bilingües lleva a una confusión de criterios de propiedad en el uso, aunque en algunas condiciones (cuestiones formales en Asunción y en las áreas rurales) el idioma apropiado está bien definido, en las situaciones los criterios apropiados se hallan enturbiados por el "mezclado" universo en el cual ocurre la interacción lingüística. 3) La importancia del español en el mundo exterior está claramente reconocida, pero la mayor parte de los paraguayos tiene muy poco que hacer con el mundo exterior.
Ahora bien, estos son los que Rubin llama los factores priva-dos que contribuyen a las actitudes positivas respecto del español y el guaraní. Sin embargo, existen varios factores institucionales que también refuerzan esas actitudes de orgullo lingüístico. Por eso es importante que aquí Rubin señale lo siguiente, a saber: que el español es y ha sido el idioma oficial del país, que todas las señales y signos y calles están en español, que el español es el idioma de la legislatura y las cortes de justicia, que allí los casos deben ser registrados en español, aun cuando en el procedimiento se emplee el guaraní; que el español es el idioma oficial del sistema escolar, si bien inoficialmente muchos maestros encuentran expeditivo expresarse en guaraní en los grados primarios, pues hay muchos estudiantes que no podrían entender español; que en todas las iglesias de Asunción los sermones son pronunciados en español, aunque en muchas poblaciones del campo puede ser pronunciado el sermón en guaraní en la misa de los domingos, etc. Por lo demás, Rubin observa que por lo general, los periódicos, revistas y libros (con ejemplos en sentido contrario, como el tabloide Acá’e, Ocara-poty-cué-mí, Yvypyté, etc.) son publicados en español, y que también las radios transmiten en español, igual que la televisión y que los sobretítulos de las películas de origen no hispánico son también en español. Lo mismo las cartas y la publicidad. Quizá haya habido un campo en donde se ha producido algo en guaraní: el teatro y la música popular. En tal sentido, en el teatro guaraní nadie alcanzó con sus obras el éxito de Julio Correa.
Otra actitud que define Rubin es el prestigio, entendiéndose por tal "la medida del valor de un idioma en el ascenso social". De este modo observa que en Paraguay el español es el idioma de prestigio y que, aunque gran cantidad de orgullo vaya asociada con el guaraní, nadie aprende nunca el guaraní para avanzar socialmente. Es así que el conocimiento del español puede ayudar a un hablante a adquirir mejor status social. En sus observaciones en el pueblo de Luque esto le pareció evidente, y en ese sentido anotó que para los habitantes de las zonas rurales el conocimiento del español era menos importante. Se concluiría entonces que la importancia y la necesidad del español se encuentra en proporción directa con la cantidad de los contactos con la capital. Estos contactos aumentan en la misma medida en que se modernizan y se multiplican los medios de comunicación. La radio transistor por ejemplo está desempeñando actualmente un papel importantísimo sobre todo en el orden rural. También la televisión, aunque en menor escala por lo limitado de su auditorio. Rubin extrae la conclusión de que el Paraguay se halla en un proceso de expansión del español. Su libro, por lo demás, es la primera palabra científica sobre este tema, lo cual no indica que en lo futuro no sea susceptible de discusión y ampliación.
Por nuestro lado, podríamos afirmar que la situación del lenguaje en el Paraguay es que hay dos idiomas: el español, capaz de acoger parte de su tradición y su proyección de modernidad, cuyo ámbito es urbano y que testimonia un prestigio superior; y el guaraní, que convoca un mundo de cosas tradicionales, cuyo ámbito es rural y testimonia un prestigio menor en sus poseedores. En la medida en que supervive el mundo guaranítico en la cotidianidad rural y en la poesía popular, la validez del guaraní es incuestionable. En la medida en que las necesidades existenciales requieren una respuesta moderna, se impone el uso del español. Se debe considerar estéril y condenado al fracaso cualquier intento de modernizar, de "poner al día" el guaraní, como pretende cierto sector guaranista con base puramente casuística e ideológica y sin una definida orientación científica. En toda época, las élites paraguayas reconocieron la importancia del guaraní y se sirvieron de él para comunicarse con el área rural. Pero sólo en la época actual movidas por una ideología nacionalista, se hacen justos esfuerzos para superar el complejo de inferioridad de los guarano-parlantes. El guaraní, que careció de un sistema propio de escritura, tiene actualmente uno basado en el alfabeto latino, pero no hay acuerdo sobre los signos de ciertos sonidos. Su literatura es relativamente escasa en cantidad; empero, su poesía fresca, ingenua y atractiva no tiene aún la difusión que se merece, en parte por el elevado grado de analfabetismo que hace del Paraguay un mercado de consumo de bajo nivel, y en parte porque el guaraní, idioma originariamente oral, no está asociado en los lectores cultos a una determinada expresión escrita, con lo que su lectura se vuelve penosa. El español comparte con el guaraní el problema del pobre mercado de consumo; como idioma tampoco tiene una adecuada difusión y desarrollo. Esto es debido a una enseñanza unilateral, con un marcado énfasis puesto sobre lo racional-gramatical del lenguaje, y a una falta de familiaridad concomitante que comienza en el propio hogar y en la escuela. A ello se agrega el aspecto económico del costo excesivo de libros y revistas que restringe apreciablemente su circulación. Augusto Roa Bastos es el primer escritor que elabora una literatura valiosa a partir del lúcido descubrimiento de estos dos mundos idiomáticos. José-Luis Appleyard, por su parte, ha encontrado en sus monólogos del diario La Tribuna, una fórmula de expresión para el habla cotidiana del sector rural semi-urbanizado, que es la línea de choque de ambos idiomas y el ámbito en donde se concreta objetivamente una síntesis bilingüe pervertida. Pero donde se revela propiamente el mundo introvertido y parco del paraguayo medio -introversión debida a la pobreza idiomática- es en la novelística desmitologizante de Gabriel Casaccia; sus personajes, de intensas representaciones mentales, despliegan una casi muda elocuencia, en contraste con una bullidora emotividad.
En definitiva, la situación de ambas lenguas muestra al Paraguay como un país escindido en dos mundos lingüísticos, en un conflicto que no llega a plena conciencia. De treinta años a esta parte, y en una escala suficientemente amplia, ambas lenguas son objeto de una observación y un cultivo que supera el mero uso cotidiano. Sin embargo, no se, ha llegado aún a una síntesis que aceptando la viva realidad de ambas, sin menoscabo de ninguna de ellas, cristalice en una totalidad coherente que unifique a la cultura paraguaya.
Se debe reconocer que los bilingües reales, eficientes en ambas lenguas, son muy pocos y generalmente cultos. La mayoría de los que se declararon bilingües en el censo de 1964 son eficientes en un idioma, mientras sus conocimientos del otro son precarios y limitados a un ámbito bien restringido de la vida diaria. Los monolingües guaranoparlantes pertenecen todos al área rural, y poseen un nivel social inferior. Los monolingües hispanoparlantes son todos urbanos y de nivel social superior.
La toma de conciencia del problema debe resolverse en la formulación de una política educativa que, teniendo en cuenta la situación real de cada persona, y por medio de técnicas pedagógicas modernas, posibilite el desarrollo intelectual del pueblo paraguayo y su consiguiente ingreso en un total, verdadero bilingüismo, y en una auténtica unidad cultural.
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1969
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NOTAS
1-. Jean-Paul Sartre. Critique de la raison dialectique. T.1. París 1960, p. 30.
2-. Esta imagen del homo viator se conserva entre nosotros aún intacta. Ni siquiera se halla rozada por ciertas ideologías capitales de la época, como el marxismo, el psicoanálisis freudiano y el pragmatismo anglosajón.
3-. Viktor Frankl. Espíritu y camino de Hispanoamérica. (La cultura hispano-americana y la filosofía europea). T. I, p. 450. Escribe Frankl: "El concepto platónico-goetheano del "Arquetipo" -que encontramos en la obra de J. Natalicio González en la acepción aristotélica de un germen y un fin espirituales del hombre y de la sociedad paraguayas- no fue aplicado, durante la primera época del Romanticismo (o sea, la primera treintena del siglo pasado), a objetos histórico-políticos. Naciones o Estados, sino solamente al reino natural y, de vez en cuando, a objetos de arte. Los grandes representantes del Romanticismo alemán, continuadores de la obra de Herder, como Wilhelm von Humboldt, Hegel, Shelling, Jacob Grimm, Friedrich y, ante todo, el fundador de la llamada Escuela Histórica de Derecho, Friedrich Carl von Savigny, usan otros conceptos para expresar su convicción común de que la cultura y la estructura jurídico-política de una nación se despliegan orgánicamente a raíz de una simiente espiritual que actúa y crece con la misma necesidad intrínseca como un germen físico, y que imprime el sello de su carácter a todas las creaciones culturales e instituciones jurídicas del pueblo respectivo, haciéndolas únicas e individuales, incomparables con las producciones de cada otro pueblo. Aquellos pensadores llaman este elemento seminal "Alma o Espíritu Nacional", "Espíritu del Pueblo", etc., comprendiéndolo como una entidad real, de naturaleza psíquica, aunque inconsciente y misteriosa que, si bien no podremos conocerla por experiencia directa, se nos hace ostensible en sus productos culturales: en el idioma, en el Derecho consuetudinario, en las tradiciones y leyendas, en el arte popular, en los mitos, etc. (esto último; citado por el mismo Frankl de L. Recasens Siches. El Romanticismo alemán y el Romanticismo francés. Cuadernos Americanos, VI. México, 1945, p. 93).
Continúa Frankl: "... Y esta evolución cultural de un pueblo es, en principio, un movimiento completamente cerrado, espontáneo, autónomo, determinado por una necesidad intrínseca, independiente de toda interferencia de los movimientos evolutivos de otros pueblos, mostrándose en esta concepción la herencia de la idea leibniziana de la "Mónada", que constituye un átomo espiritual e inextenso, última novedad del cosmos y que despliega su contenido -nada menos que la totalidad del universo, concebida desde un punto de vista único e individual- en una forma particularísima y plena-mente espontánea, sin poseer "ventanas" hacia el interior de otras mónadas, ni recibir o ejercer por consiguiente, influencias algunas", p. 451.
En su empeño por filiar a N. González dentro de los románticos, Frankl llega aun a manifestar, p. ej., que la concepción de González se halla igualmente lejos tanto del determinismo racionalista de Buekle, como del biologismo positivista del "milieu", de Taine. Según Frankl, el fatalismo telúrico gonzaliano hallaría explicación más bien dentro de las ideas del geógrafo romántico Carl Ritter.
4-. Escribe Natalicio González: "Recordemos la definición que tengo dada de la barbarie en "El Paraguay eterno"; "Bárbaros" llaman los pueblos a cuanto es nocivo a su índole, a cuanto pueda llaman los pueblos a cuanto es nocivo a su índole, a cuanto pueda pervertir su individualidad con aportes contrarios a sus hábitos y a la esencia de su espíritu. Para los griegos, toda eurritmia y medida, eran "bárbaros" los asiáticos desmedidos, de imaginación grandiosa. Para el genio francés, elegante y claro, es "bárbaro" el pensamiento brumoso y profundo de Alemania y al revés los grandes críticos alemanes miran como barbarizantes a los escritores de su patria que sufren el influjo galo. Y en el Nuevo Mundo, lo son aquellos que combaten el sentido íntimo y original que da carácter al hombre americano". Aparte de la manifiesta inexactitud de tales aseveraciones, este concepto de la barbarie invalidaría todo intento de explicación de la historia de la cultura.
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1-. Jean-Paul Sartre. Critique de la raison dialectique. T.1. París 1960, p. 30.
2-. Esta imagen del homo viator se conserva entre nosotros aún intacta. Ni siquiera se halla rozada por ciertas ideologías capitales de la época, como el marxismo, el psicoanálisis freudiano y el pragmatismo anglosajón.
3-. Viktor Frankl. Espíritu y camino de Hispanoamérica. (La cultura hispano-americana y la filosofía europea). T. I, p. 450. Escribe Frankl: "El concepto platónico-goetheano del "Arquetipo" -que encontramos en la obra de J. Natalicio González en la acepción aristotélica de un germen y un fin espirituales del hombre y de la sociedad paraguayas- no fue aplicado, durante la primera época del Romanticismo (o sea, la primera treintena del siglo pasado), a objetos histórico-políticos. Naciones o Estados, sino solamente al reino natural y, de vez en cuando, a objetos de arte. Los grandes representantes del Romanticismo alemán, continuadores de la obra de Herder, como Wilhelm von Humboldt, Hegel, Shelling, Jacob Grimm, Friedrich y, ante todo, el fundador de la llamada Escuela Histórica de Derecho, Friedrich Carl von Savigny, usan otros conceptos para expresar su convicción común de que la cultura y la estructura jurídico-política de una nación se despliegan orgánicamente a raíz de una simiente espiritual que actúa y crece con la misma necesidad intrínseca como un germen físico, y que imprime el sello de su carácter a todas las creaciones culturales e instituciones jurídicas del pueblo respectivo, haciéndolas únicas e individuales, incomparables con las producciones de cada otro pueblo. Aquellos pensadores llaman este elemento seminal "Alma o Espíritu Nacional", "Espíritu del Pueblo", etc., comprendiéndolo como una entidad real, de naturaleza psíquica, aunque inconsciente y misteriosa que, si bien no podremos conocerla por experiencia directa, se nos hace ostensible en sus productos culturales: en el idioma, en el Derecho consuetudinario, en las tradiciones y leyendas, en el arte popular, en los mitos, etc. (esto último; citado por el mismo Frankl de L. Recasens Siches. El Romanticismo alemán y el Romanticismo francés. Cuadernos Americanos, VI. México, 1945, p. 93).
Continúa Frankl: "... Y esta evolución cultural de un pueblo es, en principio, un movimiento completamente cerrado, espontáneo, autónomo, determinado por una necesidad intrínseca, independiente de toda interferencia de los movimientos evolutivos de otros pueblos, mostrándose en esta concepción la herencia de la idea leibniziana de la "Mónada", que constituye un átomo espiritual e inextenso, última novedad del cosmos y que despliega su contenido -nada menos que la totalidad del universo, concebida desde un punto de vista único e individual- en una forma particularísima y plena-mente espontánea, sin poseer "ventanas" hacia el interior de otras mónadas, ni recibir o ejercer por consiguiente, influencias algunas", p. 451.
En su empeño por filiar a N. González dentro de los románticos, Frankl llega aun a manifestar, p. ej., que la concepción de González se halla igualmente lejos tanto del determinismo racionalista de Buekle, como del biologismo positivista del "milieu", de Taine. Según Frankl, el fatalismo telúrico gonzaliano hallaría explicación más bien dentro de las ideas del geógrafo romántico Carl Ritter.
4-. Escribe Natalicio González: "Recordemos la definición que tengo dada de la barbarie en "El Paraguay eterno"; "Bárbaros" llaman los pueblos a cuanto es nocivo a su índole, a cuanto pueda llaman los pueblos a cuanto es nocivo a su índole, a cuanto pueda pervertir su individualidad con aportes contrarios a sus hábitos y a la esencia de su espíritu. Para los griegos, toda eurritmia y medida, eran "bárbaros" los asiáticos desmedidos, de imaginación grandiosa. Para el genio francés, elegante y claro, es "bárbaro" el pensamiento brumoso y profundo de Alemania y al revés los grandes críticos alemanes miran como barbarizantes a los escritores de su patria que sufren el influjo galo. Y en el Nuevo Mundo, lo son aquellos que combaten el sentido íntimo y original que da carácter al hombre americano". Aparte de la manifiesta inexactitud de tales aseveraciones, este concepto de la barbarie invalidaría todo intento de explicación de la historia de la cultura.
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Diciembre 2006, pp. 129-148.
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Fuente: CRONICAS Y ENSAYOS PARAGUAYOS
DE AYER Y HOY – TOMO II (H-Z)
Autora: TERESA MENDEZ-FAITH
Ilustraciones: CATITA ZELAYA EL-MASRI
Fuente: CRONICAS Y ENSAYOS PARAGUAYOS
DE AYER Y HOY – TOMO II (H-Z)
Autora: TERESA MENDEZ-FAITH
Ilustraciones: CATITA ZELAYA EL-MASRI
Intercontinental Editora,
Asunción-Paraguay 2009 (427 a 822 páginas)
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