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martes, 1 de junio de 2010

OSVALDO GONZÁLEZ REAL - EL MESÍAS QUE NO FUE Y OTROS CUENTOS / Edición digital: BIBLIOTECA VIRTUAL MIGUEL DE CERVANTES


Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2001
N. sobre edición original:
Edición digital basada en la de Asunción (Paraguay),
Editorial Servilibro, [s.a.].



A PROPÓSITO DE LAS ANTICIPACIONES
DE OSVALDO GONZÁLEZ REAL

** Invito al discreto lector a imaginar el mundo de los bisnietos de nuestros nietos: ¿Qué lunas metálicas vigilarán aquellos cielos futuros? ¿Qué comunicación o antagonismo se mantendrá con otros habitantes de la populosa Vía Láctea? ¿Qué criaturas hechas por el homo sapiens a su imagen, pero no a su semejanza, usurparán las tareas y desvelos de la especie? Y en el corazón de plástico, titanio y cristal de esos Adanes, ¿alentará de pronto -por algún descuido electrónico infinitesimal- la envidia y el odio a sus creadores? Y lo que es más serio todavía: ¿Prevalecerá contra los árboles la babilónica confusión de concreto, altillos, petróleo y tubos cloacales de las urbes venideras? ¿Continuarán nuestros lejanos descendientes con el privilegio de sentir cómo empieza la Tierra a partir del trino de la alondra, del sinsonte, del ruiseñor, del corochiré? ¿Seguirá definiendo la madrugada el perfume de la azucena, y la noche el del jazmín? ¿Podrán nuestros vástagos aún nonatos arrancar la fruta, exclamando en su día como Rubén Bareiro Saguier: «La naranja chorrea con el mordiscón. / El río corre por mi barba, / reluciente de frescura.»?
** Nadie -ni siquiera un poeta- consideraba estas conjeturas hace tres, cuatro generaciones. Ahora hasta el desaprensivo las juzga válidas. La velocidad del adelanto cibernético y el gigantismo tecnológico de los países industrializados, la depredación masiva del ecosistema y la irreparable alteración de los biótopos en los países indigentes, junto con los desechos a escala planetaria, la ley de Malthus inserta en la del embudo, el efectivo al par que difuso horror nuclear y, desde las alturas del mando, el Orden de los campos de concentración, el sadismo de la «raza superior» y otras ocurrencias siniestras, son argumentos suficientes a favor de las peores suposiciones sobre la supervivencia misma del hombre o su reducción a una triste maquinaria de obediencias.
** La proyección de esas desmesuras más que bíblicas en el futuro de la condición humana ha originado la literatura denominada de «ciencia-ficción» o de anticipación Y bien, la mayoría de los cuentos que Osvaldo González Real ha reunido en volumen corresponde a tales ficciones, inéditas hasta hoy en la literatura paraguaya; las pruebas anteriores de algún otro escritor no son, en rigor, críticamente atendibles.
** Deseo manifestar los aciertos estilísticos más aparentes de González Real: la ceñida línea argumental, la presentación sobria y el diálogo desnudo, la prosa suelta y a un tiempo funcional; dejo al lector el fácil descubrimiento de sus demás excelencias. En cambio, debo indicar que las imaginaciones del autor, al igual que las de sus epígonos (Wells, A. Huxley, Orwell, Bradbury, Sturgeon, Stapledon), no sólo anticipan sino previenen; no sólo previenen sino denuncian. De allí su afirmación contemporánea, su paradójico valor testimonial.
** Los dos cuentos que principian el libro me producen cabal satisfacción. La «Epístola para ser dejada en la Tierra», con su transparente alegoría de los espléndidos y atroces vaticinios de Juan el Evangelista (el Apocalipsis, escrito en Patmos, es uno de los contados textos antiguos de real anticipación), constituye una aguda ilustración del extraño y hermoso destino de la humanidad. Y en el desesperante universo sin follaje de «Otra vez Adán» se contraponen dos categorías permanentes del espíritu: la erudita insensibilidad del profesor Axes y el asombro virginal de Mario Adam; por lo demás, el relato enseña que nuestra narrativa puede asumir lo legítimamente paraguayo sin deslizarse en las comodidades del color local. «Reflexiones de un Robot» es una distopía -así nominada por el mismo autor- que apunta la molesta probabilidad de que los autómatas aniquilen a los hombres por error de activación de éstos, según lo mencioné antes. «El fin de los sueños» está traspasado por la confianza de que los fabuladores despiertos, es decir los poetas, sabrán impedir que se entierren los ensueños. «El caminante solitario» es una melancólica profecía referida a la prohibición del sencillo deleite de andar. Por último, «La canción del Hidrógeno» participa del mismo fundamento que uno de los capítulos de «De la Terre à la Lune», pero la anécdota de González Real es más intensa y aleccionadora que la de Verne.
** No obstante, esta «silva de varia lección» contiene dos textos con muy distintos significantes de los ya comentados. «Manuscrito encontrado junto a un semáforo...» es una suerte de divertimento kafkiano, o más vale cortazariano, sobre el nunca bien maldecido transporte colectivo de la ciudad comunera de las Indias, y «Marcelina» -de arquitectura felizmente influida por Roa Bastos, conforme lo recuerda el propio escritor en su «Epílogo»-, una excelente conjunción de lo popular y lo «culto»: gracias a Dios, estas muestras son cada vez menos escasas en la cuentística nacional.

Carlos Villagra Marsal
La Alcándara, octubre de 1980


EPÍSTOLA PARA SER DEJADA EN LA TIERRA


A Buckminster Füller

«...hay extraños astros cerca de Arcturus

Voces clamando un nombre desconocido en el cielo»
A. Mac Leish

«The Universe is a Machine for the making of Gods»
H. G. Wells

«Vi descender del cielo otro ángel fuerte,

envuelto en una nube, con el arco iris sobre su

cabeza; y su rostro era como el sol, y sus pies

como columnas de fuego»
Apocalipsis 10.1



** Soy tripulante de una gigantesca nave espacial que cruza la Galaxia. Hace algún tiempo que deseo relatar, por escrito, los momentos difíciles que pasamos y la crisis por la que está atravesando nuestra expedición. Seguimos a la nave-madre, aún más enorme que la nuestra, que nos provee de combustible, y remolcamos una más pequeña, que podría servirnos de refugio en el caso de una catástrofe. Hace muchísimo tiempo que estamos viajando (algunos creen que millones de años), y se calcula que, tal vez, llevará otros tantos llegar a destino (la Nebulosa que surcamos es enorme). Los más escépticos de entre nosotros dudan de que podamos arribar un día a la añorada meta final.
** Aparentemente, en algún momento de la historia de nuestra inmensa jornada, se perdió el libro de bitácora (debido a un suceso desconocido), y con él, todo conocimiento sobre nuestro pasado y el motivo de este gran viaje. Se cree, por otra parte, que hemos estado viajando desde siempre, y que no terminaremos de hacerlo jamás.
** Los más sabios de la tripulación, sin embargo, han tratado de encontrar una explicación al misterio y se han esforzado por descifrar el enigma de nuestro origen, con el fin de develar el sentido de la expedición y predecir, en lo posible, su desarrollo y desenlace futuro. Se dice que somos los sobrevivientes de una antigua civilización cuyo mundo se extinguió después de una formidable explosión. Según otros, subimos a la nave -vacía hasta ese instante- procedentes de un remoto lugar. Muchos afirman que surgimos dentro de ella como proceso mismo del viaje. En fin, no han faltado los que han dicho que todo esto no es sino un sueño; una pesadilla sin fin.
** Los esfuerzos para explicar nuestros comienzos, infortunadamente, hasta ahora han resultado vanos, y tenemos que contentarnos con suposiciones y teorías más o menos aceptables, todas ellas imposibles de comprobar. Nuestra situación se agravó desde el instante en que descubrimos, espantados, que nos era imposible abandonar la nave y que, por otra parte, no podíamos controlar ni cambiar su curso. Un profeta, surgido en uno de los momentos de crisis (hace una decena de años), había afirmado que -casi con certeza- nos dirigíamos hacia un punto situado en las proximidades de la constelación de Hércules, cerca de Ras Algathi. No sé si esto ha sido confirmado por los científicos de a bordo, pues se ha llegado, inclusive, a dudar de si vamos a alguna parte, en definitiva.
** Los hombres que como yo llevan el Sello grabado en medio de la frente, hemos pensado que como estamos predestinados a viajar dentro de esta inmensa nave -salida de no sabemos qué puerto del universo y cuyo itinerario se ha perdido-, tendríamos que encontrar la manera más humana y racional de llevarlo a cabo para evitar todo sufrimiento innecesario a los tripulantes. Las fricciones y tensiones que los afligen en la actualidad amenazan con llevarlos a un motín.
** Pero somos, lastimosamente, una minoría y poco caso se hace de nuestros consejos y recomendaciones. La mayoría prefiere divertirse a bordo, como si éste fuese un viaje de placer y no -como lo creo firmemente- una expedición de vital importancia.
** Hace tiempo que no existe la paz entre nosotros a causa de las distintas teorías sustentadas por grupos antagónicos para explicar nuestro origen, situación actual y destino futuro. Gran parte de la tripulación, no obstante, permanece indiferente a las preguntas fundamentales: ¿Hasta dónde?, ¿para qué?, y ¿por qué?, limitándose a vivir la vida lo más cómodamente posible, en el compartimento de la nave que le ha tocado en suerte, según la rígida jerarquía establecida por nuestros antepasados y que heredamos alguna vez.
** Este sistema es mantenido, en parte por desidia, en parte por un ciego respeto a la tradición. La mayoría cree que esta situación es injusta y que los que hacen la mayor parte del trabajo para mantener la nave en funcionamiento tendrían que tener acceso a las secciones más amplias y lujosas del vehículo espacial, y gozar de los mismos derechos y privilegios que los demás. Los jóvenes, en especial (más del cincuenta por ciento de la tripulación), se niegan a aceptar este estado de cosas, rebelándose continuamente.
** Como el viaje ha durado ya tanto tiempo, miles de generaciones han nacido, vivido y dejado de existir dentro de la espacionave. Hay personas que sólo se preocupan de propagar la especie, para asegurarse, de algún modo, que al menos sus descendientes lleguen a destino. Esto parece servirles de consuelo, cuando se les informa que -indudablemente- todavía nos queda un largo camino por recorrer.
** En los últimos tiempos, han surgido otros inconvenientes, no menos graves que los anteriores. El sistema de ventilación del vehículo espacial ha estado fallando, debido a una especie de envenenamiento de las fuentes de oxígeno. Tenemos, además, problemas con el suministro de agua y la distribución de alimentos. Hemos perdido contacto con algunas secciones de la nave y las comunicaciones están casi interrumpidas. En algunos casos, se ha impedido el paso de los tripulantes de un compartimento a otro, perdiéndose la coordinación y unidad necesarias para el mantenimiento de la misma. Todo esto puede poner en peligro el desarrollo de nuestra extraña expedición a través del cosmos.
** Las reservas de combustible de la nave-madre, afortunadamente, parecen ser ilimitadas; gracias a ella nos seguimos desplazando -con propulsión gravitatoria-, a la constante velocidad de 40 kilómetros por segundo.
** Lo más alarmante, sin embargo, es que nos hemos dividido en dos bandos antagónicos irreconciliables, que se han retirado a vivir en los extremos opuestos de la nave, negándose a aceptar la formación de un tercer bloque independiente. Se están acumulando grandes cantidades de armamentos, sumamente letales, para el próximo enfrentamiento que se espera será definitivo. El origen del desacuerdo proviene de la diferencia existente entre los dos grupos contrarios, en cuanto a cómo hemos de vivir mientras dure nuestra larga y dolorosa peregrinación, y de si quiénes han de ejercer el poder a bordo.
** Casi todos opinan que el hecho de dirigirnos hacia un supuesto paraíso situado en algún remoto lugar del espacio (entre Altair y Arctururs, como sospechan algunos visionarios), no justifica que tengamos que vivir, mientras tanto, bajo un sistema de opresión. Los que se han apropiado del mando de la nave -por la fuerza- sostienen que ellos deben gozar de prerrogativas especiales, y se oponen, en consecuencia, a toda evolución. Miles han muerto ya en la contienda, y la lucha proseguirá, seguramente, hasta que todos reconozcan que una guerra de extermino total, dentro de la espacionave, significará, indefectiblemente, el fracaso de nuestra misión y la imposibilidad de saber jamás el destino que nos está reservado.
** A fuerza de mirar el cielo, buscando algún indicio en las estrellas (algo que nos oriente en estos tiempos menesterosos) hemos vislumbrado extraños signos premonitorios. No estamos solos. Otros seres inteligentes marchan delante de nosotros.
** Creo que nos estamos acercando a las últimas etapas de este inmenso viaje. La ansiedad y la miseria dentro de la nave se hacen cada día más insoportable. Grandes calamidades se avecinan. Nos acercamos, velozmente, a una zona infestada de meteoros, procedentes -al parecer- de la estrella gamma de Andrómeda. Será como una lluvia de fuego... Más temible que atravesar la cola de un cometa.
** Hace poco tuve una visión terrible: soñé que desataban las cuatro fuerzas vengadoras que vigilan en los bordes de la Galaxia. Las oí venir con corazas de fuego, de zafiro y azufre; y el tiempo se detenía sobre un tercio de nosotros; y el resplandor de los soles empalidecía ante sus ojos... Me despertó el rechinar de los goznes de mi prisión. Están cerrando la puerta del cohete en el que me deportarán al espacio.
** He llegado al final de mi relato. Magos, filósofos, artistas y profetas han surgido aquí, en distintas épocas, para consolar a los desdichados viajeros y hacerles más llevadera la interminable travesía.
** Yo soy uno de esos profetas. Les he advertido. Les he hablado. Por eso me condenan.
** Mi nombre es Juan. Yo fui tripulante de la espacionave Tierra.
.
P.S.: Este manuscrito fue hallado al lado de un cuerpo sin vida en el interior de un cohete errante, por una nave que cruzaba la Galaxia, en las proximidades del Sol. Se ha enviado una expedición con destino a la Tierra. Cuatro naves negras, al mando del Ángel Exterminador. La consigna es JUSTICIA.
Asunción, 1972

OTRA VEZ ADÁN
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«El tiempo es el polen del universo»
Mahabarata

«La Tierra: ¿es el infierno de otro planeta?»
Necronomicón



** El cohete partió con un estruendo. A bordo de la nave, el doctor Axes -un hombre anciano, testigo de los comienzos de la Nueva Civilización- se ajustó los cinturones de seguridad y habló a los tripulantes:
** -Ésta es una misión muy delicada -dijo con seriedad-. Debemos tener cuidado. Hay algo misterioso en relación con ese árbol. Circulan leyendas sobre su invulnerabilidad. Nuestros antepasados, por alguna extraña razón, no pudieron echarlo abajo -observó-. Se ha convertido en un mito peligroso desde que las expediciones anteriores fracasaron. Nunca se supo realmente lo que pasó. Esta vez trataremos de cortarlo con el láser o, en su defecto, lo destruiremos con un proyectil atómico.
** Después de escuchar al profesor con atención uno de los especialistas en láser exclamó con tono de suficiencia:
** -Pierda cuidado, doctor Axes, las nuevas cortadoras son insuperables. No hay nada sobre la faz del planeta que las pueda resistir. Nuestros antepasados del año 2000 quizá eran muy supersticiosos o, tal vez, sus sierras no eran suficientemente duras -añadió con una pequeña sonrisa.
** -Puede ser -respondió el profesor-, pero, de todos modos, tengan mucho cuidado con la radiación de los alrededores. No se olviden que hay desperdicios atómicos por todas partes. No sé si nuestros líderes estuvieron acertados al aislarnos en las ciudades, bajo las cúpulas, y contaminar al resto del planeta. Quizá sea el precio de la civilización -comentó como para sí mismo-. En cuanto a los semisalvajes que merodean en esa zona, no creo que se atrevan a enfrentarnos. Viven en un estado de desnudez primitiva, y son impotentes contra las armas que llevamos.
** -No se preocupe, profesor -dijo el otro especialista, con voz similar a la de su colega-; sabemos cuidarnos, somos expertos en el oficio. Hemos estado cortando árboles desde hace años.
** La expedición a la lejana comarca sudamericana -donde se encontraba el último árbol sobreviviente de la Gran Poda del año 2000- estaba al mando del eminente científico, al que acompañaban dos expertos en el manejo del láser y un joven de 17 años, Mario Adam, alumno aventajado del profesor. El muchacho nunca había visto un árbol, salvo en los viejos libros de la biblioteca privada de su maestro, y esperaba con ansiedad contemplar uno auténtico.
** La Gran Poda fue la primera medida tomada por los Industriales Avanzados, con el fin de demostrar que el hombre ya no dependería del mundo vegetal.

** Con la destrucción de los árboles se habían ido el otoño, la primavera, las aves, y con ellas el canto. Nadie podría ya encender una fogata en medio de la noche estrellada para contar extrañas historias, ni sentarse ante una mesa de sólido roble, frente a un cuenco de frutillas. Todas las rosas y su mudo lenguaje del amor desaparecieron, implacablemente segadas por los jardineros de la muerte.
** En el Nuevo Orden sólo se toleraban las flores de plástico y los sabores sintéticos. Todo un cosmos de poesía fue sepultado en el olvido. El Sol quemaba, incontrolado, una tierra sin sombras. La humanidad había perdido -quizá para siempre- el antiguo perfume de los naranjos, el sabor agridulce de los limones, la sidra de los manzanos. Los árboles ya no tenían cabida bajo las gigantescas cúpulas opacas que cubrían las ciudades. Los soles artificiales brillaban sin ocaso en un mundo donde no existía la noche. Sólo en las yermas tierras del exterior -devastadas por los residuos atómicos de las grandes industrias- el cielo continuaba su marcha.
El hombre, en su orgullo tecnológico, había roto un equilibrio logrado a través de millones de años.
** Los tripulantes de la nave estaban embargados por el sentimiento de la importancia histórica de su misión: ¡El último árbol...! -se decían, sin ocultar el orgullo que sentían por haber sido elegidos para la gran empresa.
** Sólo un miembro de la expedición no parecía contento. El joven estudiante no comprendía del todo los verdaderos motivos de la expedición. Estaba escuchando la conversación entre el profesor y los expertos cuando, súbitamente, como si lo asaltase una duda, se incorporó en su asiento y preguntó:
** -¿Es absolutamente necesario que lo corten, doctor?
** -Por supuesto -respondió el científico-. Es el único ejemplar viviente de la Era Ecológica y nuestros gobernantes no desean que algún ciudadano decente, que por algún desperfecto de su vehículo descienda fuera de las cúpulas, lo descubra accidentalmente y comience a preguntar. Estas preguntas ocasionarían muchos problemas a las autoridades y, quizá, hasta podrían provocar una revolución -afirmó, con seriedad, el anciano-. Podrían ponerse en duda los fundamentos mismos de nuestra civilización y sus grandes logros -agregó-. Además, no hay que olvidar a los salvajes...
** El profesor Axes se refería al grupo de hombres y mujeres rebeldes que habían sido deportados fuera de las cúpulas por haberse opuesto a la Gran Poda. Estos seres marginados habían instaurado, aparentemente, una especie de culto a la naturaleza. No se sabía a ciencia cierta si adoraban al viejo árbol, o simplemente se reunían a su sombra para celebrar sus extraños ritos. Se mantenían en base a una agricultura incipiente, gracias a algunas semillas salvadas de la destrucción por ciertos exiliados. Existía la sospecha de que esta colectividad rebelde había redescubierto el amor; una desagradable costumbre desterrada en el Nuevo Orden y reemplazada por la obediencia.
** El muchacho, después de la explicación del doctor Axes, no pareció satisfecho con la respuesta e insistió, diciendo:
** -¿Es entonces, un árbol, algo muy peligroso? Las reproducciones que usted me mostró en aquellas viejas láminas no lo pintan así.
** -No, por favor -exclamó sonriendo el profesor Axes-; los árboles no son terribles en ese sentido. Sólo que no llenan ninguna función en nuestro sistema. Antiguamente servían para algo. Sus frutos eran comestibles y de la madera podían fabricarse objetos hermosos; pero también garrotes, lanzas y horcas. Se la usaba tanto para calentarse en invierno como para quemar brujas y herejes. Un dios antiguo fue crucificado sobre uno de estos troncos -remató el científico, con aire de historiador.
** -Ah, ya comprendo -dijo Mario, con inocencia-, un árbol era algo que servía tanto para el bien como para el mal y no como los elementos de nuestro mundo nuevo, que sólo sirven para el bien -subrayó.
** -Efectivamente -dijo complacido el jefe de la misión-. El conocimiento de la diferencia entre el bien y el mal, y la posibilidad de elegir libremente, son atavismos ya superados. Sólo pueden ocasionar problemas al perfecto funcionamiento de una sociedad que ha llegado a la Tranquilidad Absoluta, y de donde se ha desterrado el pensamiento, por considerárselo innecesario -agregó, ajustándose los lentes.
** La interesante conversación fue repentinamente interrumpida por el piloto del cohete, quien anunció que ya se aproximaban a destino.
** -Estamos sobrevolando la región que los antiguos llamaban Chaco -hizo notar el piloto-; nuestro objetivo se encuentra cerca de la confluencia de dos ríos -añadió con voz impersonal.
** La nave disminuyó considerablemente la velocidad y comenzó a descender en línea recta.
** El doctor Axes se acercó inmediatamente al telescopio de mando y observó cuidadosamente la región. Una tenue silueta se recortaba en medio de la llanura.
** El milenario ejemplar, que había resistido los embates de las tormentas y los repetidos intentos de destrucción de parte de varias expediciones, se mantenía aún en su sitio.
** -Sí, tal como lo describen, allí está -dijo el profesor, con cierta emoción-. Todavía se yergue majestuosamente, a pesar del transcurso de los siglos. Por estos mismos lugares vagaban hace miles de años tribus casi prehistóricas que buscaban un soñado paraíso terrenal, la tierra donde no existía el mal: el «Yvy maraê'y», como lo llamaban -concluyó el doctor Axes, haciendo alarde de su erudición en lenguas arcaicas.
** -Bajemos inmediatamente -ordenó el piloto-. Veremos si el árbol es tan duro como dicen. Y no se olviden de sus armas -agregó-, no correremos ningún riesgo.
** Un grupo de hombres semidesnudos, reunido en las inmediaciones del árbol, huyó apresuradamente hacia el desierto al notar la proximidad del cohete.
** La nave descendió suavemente a cierta distancia de su objetivo. Las ramas del árbol se estremecieron por unos segundos bajo el viento repentino generado por los motores. El sol, en el ocaso, se nubló por un instante, en un torbellino de polvo.
** El primero en descender fue Mario.
** El joven caminó rápidamente hacia el lugar en que se encontraba el extraordinario ejemplar. Jadeante, se detuvo a unos pasos de distancia, y luego se acercó despacio, asombrado, como ante la presencia de un dios desconocido.
** Mario contempló el árbol con su corazón adolescente, y lo encontró hermoso. El grueso tronco, de durísima corteza, se alzaba hacia el cielo en una frondosa copa verdioscura de ramas flexibles y ondulantes. Abajo, sus fuertes raíces se introducían en la tierra como serpientes enfurecidas. Ver esta noble estructura mecerse al viento como un viejo navío con velas desplegadas fue para el joven un espectáculo maravilloso y único: una verdadera revelación.
** Mientras lo contemplaba, se sintió perturbado por una sensación extraña. Algo indefinible se desperezaba en el fondo de su ser, como una marea sin nombre, y le susurraba palabras misteriosas y lejanas. El muchacho, extendiendo la mano, se acercó aún más al tronco y, casi temblando, lo tocó. Un súbito resplandor -como un relámpago- le recorrió la sangre. Era como un fuego serpentino, traspasando su cuerpo. Asustado, retrocedió, mirándose la palma de la mano, como buscando alguna señal. Sólo las líneas del destino que surcaban su piel parecían más claras y profundas. El joven, desconcertado, apretó el puño con fuerza y pensó que su imaginación le estaba jugando una mala pasada.
** Un momento después sintió las pisadas del profesor, que se acercaba.
** -Ah. Ya lo has examinado de cerca -dijo-. Parece que te ha impresionado bastante. Estás pálido -miraba fijamente al muchacho-. ¿Te sientes bien?
** Mario no respondió. Volviendo a mirarse la mano, se alejó como en trance en dirección al cohete.
** -Bueno, parece que lo ha sorprendido un poco -se dijo el profesor-; sin embargo, mirándolo bien, es tan sólo un árbol muy viejo, que no se resigna a morir -pensó mientras observaba el árbol con cierta compasión.
** Entretanto, los hombres encargados de cortarlo habían llegado al sitio donde se encontraba el doctor.
** Éste, dirigiéndose a ellos, hizo un ademán hacia el nudoso árbol:
** -Ahí lo tienen: examínenlo con atención. No me parece nada excepcional, creo que no tendrán problemas. Además, no hay rastros de sus adoradores. Los pobres deben estar muy asustados. No deben ver cohetes como el nuestro muy a menudo -comentó, con un dejo de ironía.
** Los dos especialistas sonrieron y se acercaron al árbol con mirada profesional, como para medir su potencia. Después de un corto examen, uno de ellos se dirigió al profesor.
** -Es un árbol antiquísimo; la madera parece casi petrificada. No creo, sin embargo, que resista a nuestros aparatos -dijo con presunción.

** -Aún así, nos llevará cierto tiempo cortarlo -observó su colega-. Creo que será mejor hacerlo mañana. Pronto oscurecerá y no es prudente arriesgarnos, teniendo a sus adoradores en las cercanías.
** -Tiene razón; esperaremos hasta mañana -respondió el doctor mirando al árbol una vez más-; es una lástima que tenga que desaparecer. Podría conservárselo como monumento a nuestro pasado.
** Mario, sentado en la escalerilla del cohete, intentaba en vano ordenar sus pensamientos y calmar su excitación. El árbol ejercía sobre él una oscura seducción. Ya no podía aceptar la idea de que lo fuesen a cortar. El muchacho había sucumbido ante los encantos secretos de la naturaleza y su prohibida hermosura.
** Viendo al joven tan ensimismado, el profesor se acercó a la escalerilla y, tomando a Mario por el brazo, le dijo:
** -No te preocupes, hijo mío; los hombres lo cortarán sólo mañana. Así lo podrás contemplar por más tiempo. Adivino que le tienes simpatía. Ahora regresemos a nuestro compartimento; ya oscurece, y la noche en estas regiones es bastante fría.
** El joven musitó algo ininteligible, y levantándose, siguió obediente a su maestro.
** Esa noche, después de comunicarse con la base para informar sobre el desarrollo de la misión, el profesor y los demás tripulantes se introdujeron en sus literas y, debido quizá a la excitación y ansiedad ocasionados por el trascendental viaje, pronto quedaron dormidos.
** El muchacho, por su parte, sabiendo que le sería difícil conciliar el sueño, se ofreció a hacer la primera guardia. Asaltado por oscuros presagios, se paseaba de un lado a otro, mirando constantemente a través de la enorme ventana de la nave en dirección al árbol, no pudiendo resistirse a su encanto. Allá, a lo lejos, se podían adivinar sus contornos, iluminados ligeramente por las luces exteriores del cohete.
** Mario comenzó a pensar que todo lo sucedido esa tarde había sido sólo fruto de su imaginación exaltada, cuando creyó distinguir un raro resplandor proveniente de las ramas del árbol.
** El joven se concentró intensamente y observó con redoblada atención. En efecto, era una luz pálida y brillaba intermitentemente.
** Pero, no; no podía ser. Era como si le estuviesen haciendo una señal; como si lo estuvieran llamando.
** Y era como si él hubiera estado esperando ese llamado desde siempre.
** Volvió a sentir el fuego abrasador recorriéndole las venas y ya no pudo resistir más...
** Afuera, el viento de la noche obligó a Mario a bajar la visera de su casco para protegerse el rostro. A la luz de la luna y bajo el suave resplandor de la nave, el árbol parecía la sombra de un arcángel. Hipnotizado por los destellos, el joven se aproximó lentamente. A pocos metros de distancia se detuvo para sacarse las botas. La luz aumentaba en intensidad y su hechizo era como el de la estrella polar para los náufragos. El muchacho se quitó el casco transparente y lo arrojó a sus pies. Estaba ya bajo las ramas; sus plantas hollaban tierra sagrada. Sintió que un vértigo exquisito se apoderaba de sus sentidos y pensó, por un instante, que tal vez soñaba.
** Pero no. Allí, ante sus ojos asombrados, pendiendo de una rama y balanceándose al viento de la noche, colgaba una fruta. El muchacho no recordaba haberla visto antes. Sin embargo, ahí estaba, brillando tentadora a la luz de la luna.

** Dudó un momento... Unos segundos después Mario la arrancó.
** Al día siguiente, los tripulantes de la nave se levantaron al amanecer. Extrañados por la ausencia del joven -quien no había despertado al que debía relevarlo- bajaron rápidamente de la nave y se dirigieron al árbol. Apenas llegaron junto a él, fueron sorprendidos por un insólito espectáculo. El árbol se había secado totalmente y sus ramas colgaban marchitas. Sus hojas se esparcían en remolinos, arrastradas por el viento del nuevo día. Cerca del tronco estaban el casco y las botas del muchacho. Más allá, sobre la arena calcinada, se veían claramente impresas las huellas de unos pies descalzos que se internaban en el desierto.
** El doctor y sus acompañantes no atinaban a comprender lo sucedido. Por un momento sospecharon que el joven había sido secuestrado por los salvajes. Pero el anciano profesor, al examinar con mayor detenimiento las proximidades del árbol, descubrió, repentinamente, los restos de la fruta.
** -¡Pero qué es esto! -exclamó sorprendido el profesor-. Pensé que el árbol era estéril.
** El doctor Axes iba a seguir las huellas todavía frescas cuando se detuvo y, como tratando de alejar de la mente un terrible recuerdo -perdido hacía muchísimo tiempo en los más remotos confines de la memoria-, murmuró:
** -¡No! ¡No es posible! ¡No por segunda vez, Dios mío!
** El profesor miró ansiosamente en dirección al desierto y luego, girando repentinamente sobre sí mismo, se dirigió apresuradamente a la nave.
** Los demás hombres, aún sin comprender, lo siguieron en silencio.
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Asunción, 1972
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