Autora: MARÍA LUISA
(Enlace a la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
Edición digital: Alicante :
Edición digital: Alicante :
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2002
N. sobre edición original:
Edición digital basada en la de Asunción (Paraguay),
N. sobre edición original:
Edición digital basada en la de Asunción (Paraguay),
Alcándara, 1986.
.a la memoria de mis padres,
Guillermo y María,vivos
en el corazóny en el recuerdo
a mis hijos y nietos.
.
EL CANTO A OSCURAS
(1950-1954)
I
Sin otra luz ni guíasino la que en el corazón ardió
San Juan de la Cruz
I
Sin otra luz ni guíasino la que en el corazón ardió
San Juan de la Cruz
MIEDO
Qué miedo estar sola con las soledades.
Miedo de las tardes que se escapan lilas
dejando la sombra de ocultos olvidos
que aprietan los dedos como anillos de oro.
Qué miedo al recuerdo de pasados días
destrozan sabores de estos versos negros
que de estar sin luces respiran ahogados
hilillos de cera de cirios oscuros.
Qué miedo da el alma de túnica leve
surgiendo tan sola como sus tristezas
de túneles largos sin puestas ni auroras.
Qué miedo al olvido -sonido de muerte-.
Qué miedo a esa losa de mármol tan fría
con la que los hombres nos entierran vivos.
.
FINAL DE LUZ
Me han vestido de luz,
entre las sombras,
después del vaso amargo.
Detrás,
la sutileza del recuerdo
cada vez más profundo,
más lejano.
Final de soledad
en este yermo salobre
-tristísimo-
más allá del alma.
Cierzo en la plenitud
de los rosales,
que de sangrientos pétalos
se extinguieron
en brazos amarillos.
IMÁGENES DE AMOR
Corta el fuego quién sabe
qué pisada de pájaros.
Y en invisible imagen
todo
se vuelve hasta el cenit.
Quién sabe qué colores
de misteriosas alas
van destiñendo el fuego
en su roja pasión.
Y el crepitar de leños
en estas tus paredes
desgranan las torturas
del viento gemidor.
Qué sendero de manos
soledosas y extrañas
trabajan con el fuego
la fuerza de talar.
Qué alto poder de hechizos
arrebatan los ojos
que iluminan las llamas
de interno resplandor.
Cómo se va la vida
transparente y sencilla,
andarse sin fronteras
con sus bienes de amor.
Qué dádiva encantada
vuelve a crear el árbol
que extinguido en el fuego
se ordena germinar.
Señales de esperanzas
que nuestras ilusiones
se traen en las noches
de nuestra soledad.
Tempestades del alma
que sin fe no son almas
y con fe se prolongan
hasta la eternidad.
Fue corpulento el árbol
de la vida pasada,
soberbio, enaltecido
de paisaje y verdor,
y luego de su lucha
con los filos del fuego
hasta un ave en sus alas
lo puede remontar.
Eres así, alma mía;
cuando el amor te viste
humildemente altiva
pareces renacer
y te llena ese anhelo
de divina grandeza
que alberga en uno solo
toda la humanidad.
TEOGONÍA DE LA PRIMAVERA
Vertical,
profunda,
misteriosa,
retorna primavera
en el glosario nuevo
de la rosa;
en la quemante sangre
de las vides,
por el mismo cristal
de aquel ensueño.
Alféizares de sol
triunfan
sobre la pálida muerte del otoño
mientras la melancolía
de los astros
se tuerce
en llamarada alegre.
Sueña la flor, el cáliz
y la alondra;
sueña la savia fecundante
esencia;
sueña la tierra
su eternal concierto
en un surco de pétalos y granos
y su entraña radiosa
palpitante rompe
la verde senda
de algún árbol.
Azahar
y jazmín
y firmamento
consumen néctar
de la misma carne,
desolada,
antigua.
.
OTROS POEMAS
TIEMPO DEL ÁRBOL
No era el árbol.
Pero la brisa, sí, y el ave
y la plegaria del ave;
y la doctrina del fruto
y el ritual de las mariposas
amarillas.
No era el árbol.
Pero el campanario, sí, de las corolas
y la tierra para el descenso de las flores
y la raíz de las lluvias
y el motivo de las sombras
y el brazo verde en la llovizna.
No era el árbol.
Pero la nube, sí, y el viento
y la voz, el cuerpo y el alma del viento
y los miembros para el ansia del agua
y las entrañas para el deseo del sol
y el camino de alas transparentes.
No era el árbol.
Pero la luna, sí, y las aristas
multiformes de su luz metálica
y la vida en la carne de la fruta
y el instante de las manos
y el sosiego de alguna nostalgia.
No era el árbol.
Pero la tempestad, sí, y el tiempo
y el alba y el crepúsculo
y el hacedor del paisaje
y lo visible de las cosas terrestres
que antes fueron para ser él.
No era el árbol.
Pero la exaltación, sí, de lo pequeño
y el prodigio de la hierba a sus pies
y las puertas de la aurora adamascada
y el fin de la oscuridad;
y tal vez la intimidad de la estrella rosada.
No era el árbol.
Pero el hecho, sí, entre tantos hechos
y la atracción de los recuerdos
y el otoño, el invierno y el estío
y el cáliz de la serenidad
y los inquietos intersticios del cielo.
No era el árbol.
Pero la leyenda, sí, para evocar
la memoria de otros árboles
y de lo que no está en ellos
y tampoco en nosotros
y ha de caer en tiempo inmemorial.
La leyenda del árbol.
No es el árbol.
Nada más.
Es el tiempo inmemorial.
1950
LA CUADRILLA DEL HACHERO
I
Anoche anduvo la luna sobre sus ancas verdosas.
Anoche anduvo el invierno, chacal de encendidas fauces,
buscando en los territorios de sus frutos verdinosos
la canción de la guadaña del hachero.
Anoche como candelas tiritaban sus ramajes,
y en mi garganta de vidrio se trizaban los recuerdos.
Sentí el frío pavoroso de la luna a medianoche;
sentí las manos crispadas a lo largo de los miembros.
Sentí la savia del árbol en el tronco de mi vida
y el viento trayendo copos de endurecidas heladas
a la umbrosa soledad de mi linaje.
Sorbo a sorbo fui bebiendo el brebaje de su sal
y de su angustia.
Hueso a hueso fui partiendo si encontraba
su fragancia de guayabo en los estíos.
Yo no sabía por qué me estaba doliendo tanto;
cuando el fragor de mi lucha tropezó con la leyenda
de su cuna y de mi cuna, en la memoria:
vinimos creciendo juntos.
Fragancias de primavera dio en el marfil de sus flores
y en mi vida la otoñada blanco sudario vertía.
Partos de tierra y de entraña, hicimos juntos
la vida.
De letal presentimiento.
Como el cirio que proyecta la plegaria del creyente,
descendí pálidamente a los vértices finales
de su noche de candelas.
La señal definitiva de su Cruz y mi Calvario
rasgó el signo amortajado de la noche
milenaria.
II
La cuadrilla del hachero, despertaba
en el bostezo displicente de la niebla madrugada.
Por la lomada desierta se fue perdiendo el lucero.
Su apagada voz hendía la intemperie a cuchillazos.
El corazón recogía en sus aldabas de luto,
la herida. Siempre la herida.
Vinimos creciendo juntos.
El primer diálogo ronco se fue enredando entre ellos.
Cayó rabioso el invierno sobre sus cuerpos fornidos.
Ensayaron las miradas un relámpago acerado.
Cuatro músculos cayeron en las esquinas de adobe
y al punto cuatro centellas desde sus hombros brillaron.
Muerte al monte.
En la picada
rezaba el alba cinco horas.
Un paso sobre otro paso hicieron crujir escarchas.
Muchos lamentos partían desde las puertas del rancho.
Larga fue la desvelada sin el fuego, aquella noche.
Y han partido cuatro hombres a ensañarse
con los árboles; a traer desde los montes
la justicia a sus sordos desamparos.
A saciarse con el fuego que es la sangre
de los árboles.
A matarlos con la ira del invierno
remordido en la espesura de sus carnes
de silencio.
Fueron cuatro voluntades.
Cuatro golpes que crecieron a millares.
Cuatro torsos obedientes a la hechura
del acero.
Surgían a borbotones los crujidos en el monte.
Iban muriendo la vida de los árboles tremendos
y naciendo los recuerdos en las hachas relucientes
por las brasas del martirio.
Uno a uno.
Se les mojaban las manos
con el sudor de la luna congelada.
Los pobres frutos rodaron llorosos sobre los llanos.
Ni para el ave cansada sería la pulpa fresca.
Ni las ramillas flexibles cumbre de nidos alados.
Ni la lluvia retorcida del otoño
ya estaría en la caricia de la corteza rugosa.
Ni ya el ancho viento libre tajaría las espaldas
de las hojas movedizas.
Ni el murmullo.
Ni las sombras.
Ni las cuitas con la estrella fugitiva
de las tardes.
Y los paisajes sin gritos
no llegaban a las almas
del metal, ni del hachero.
En el círculo verdoso cayó el rapto
de la cruz de cuatro hachas.
Y la vida fue partiendo hacia remotas
claridades intangibles.
Hacia noches más piadosas para el hombre,
renegrido por la mies en decadencia
de la tierra fratricida.
Hoy los árboles pagaron el tributo
de su paz desierta y muda.
III
Cuando invernales tañían las campanas
en el ángelus,
cesaron las cuatro luchas de los brazos desnudados.
Se maniataron los troncos como fuerzas
en presidio.
Cuatro aceros regresaron a las seis
a la morada.
El camino desandado se hizo apenas
leve queja de rosales despoblados
de vibrantes mariposas.
Jugó el hacha hundir la tierra y levantarse
sin castigos.
Más.
De pronto.
La presencia de otro árbol se detuvo
en la cuadrilla del hachero.
El siniestro cuadrilátero metálico
destrozó en el poderío de la tarde jadeante
las estrofas de otro daño, para el tronco
que a mi vida se había prendido tanto.
Cayó al pie de mis tristezas sobrehumanas
el despojo del guayabo.
Y otra vez la soledad volvió a sentirse,
soberana de mi cal y de mis ramas.
El pesar que yo sentía, no podría ser salvado
por la mano de los hombres.
El corazón no podría detener el hacha impía
de la sórdida justicia.
En la noche de otra luna,
llama ardida de invernales resonancias,
quedé en Dios para el milagro de mi angosta
desventura renacida.
IV
Tiempo anduvo el bosque entero
dando fuegos y alegrías
a la pobre descendencia del hachero.
Con la luz de las hogueras relucían
cenitales los añiles de los frisos,
noche a noche
en la cabaña.
Los sucesos misteriosos de las ánimas
en pena,
fosforecían semblantes de la rueda
campesina.
Y los casos del pombero,
del luisón
y de la yeta,
forzaban la celosía de los ojos
entreabiertos para ahuyentar
el pasaje del temor
en la conciencia.
Entre el fuego y la leyenda,
fue creciendo la hora púber
de una infanta en el deseo.
Era el celo solapado de sus dueños
montaraces.
Era el sueño de lo intacto en el germen
pedregoso del leñero.
V
Al rescoldo de las noches,
el guayabo se iba dando en la bondad
de sus destrozos.
Una fue para el sostén de algún cansancio
labrantío, su reposo.
Otra fue, en el hospedaje, la almohada
de un ensueño mendicante.
Noche a noche.
Relojes fueron cayendo sobre el tiempo
como huellas.
Lo mismo que huellas frescas sobre viejas.
Un día de primavera que por el campo llamaba
la esencia de los guayabos y el pincel
de los lapachos;
andando por esas tierras con la tristeza
apretada, como un anillo de bodas
en la cintura del dedo.
De paso,
por la lomada que enciende el sol
del ocaso,
se dio el supremo milagro
que en mi anhelo acariciara.
Y quise exprimir los cerros entre mis manos
cansadas, de ese crepúsculo rojo
que los dejaba en el aire, temblando,
como granadas.
VI
Tranquera espaciosa y fuerte.
Señal de casa guardada.
La cabaña del hachero
y el guardián de guayabo.
De este lado el campo inmenso.
Verde.
Guapo y remozado;
allí el corazón valiente
del primer enamorado
y el cantar de la guitarra
con su estatura de hombre.
Del otro el suelo partido
con otras tierras ajenas,
mansedumbre de pastadas
y reguero de mosquetas
hasta el linde de la casa.
Y las ancas del guayabo,
todo luna en la tranquera,
con dos ojazos de fuego,
dos hachones encendidos
de la hija del hachero.
Entre metal y guayabo
se ató el corazón de ambos.
VII
Largando se fue la tarde tras el lucero velado,
con mi canción trashumante:
fue tarde, pero
no hay pena
que su dicha
no se traiga.
Ni corazón altanero
que el tiempo
madure manso.
Ni cicatriz
de algún hacha
que el alma buena
no cambie.
Si al fin,
en la vida todo,
su premio o castigo
alcanza.
.Sentí el frío pavoroso de la luna a medianoche;
sentí las manos crispadas a lo largo de los miembros.
Sentí la savia del árbol en el tronco de mi vida
y el viento trayendo copos de endurecidas heladas
a la umbrosa soledad de mi linaje.
Sorbo a sorbo fui bebiendo el brebaje de su sal
y de su angustia.
Hueso a hueso fui partiendo si encontraba
su fragancia de guayabo en los estíos.
Yo no sabía por qué me estaba doliendo tanto;
cuando el fragor de mi lucha tropezó con la leyenda
de su cuna y de mi cuna, en la memoria:
vinimos creciendo juntos.
Fragancias de primavera dio en el marfil de sus flores
y en mi vida la otoñada blanco sudario vertía.
Partos de tierra y de entraña, hicimos juntos
la vida.
De letal presentimiento.
Como el cirio que proyecta la plegaria del creyente,
descendí pálidamente a los vértices finales
de su noche de candelas.
La señal definitiva de su Cruz y mi Calvario
rasgó el signo amortajado de la noche
milenaria.
II
La cuadrilla del hachero, despertaba
en el bostezo displicente de la niebla madrugada.
Por la lomada desierta se fue perdiendo el lucero.
Su apagada voz hendía la intemperie a cuchillazos.
El corazón recogía en sus aldabas de luto,
la herida. Siempre la herida.
Vinimos creciendo juntos.
El primer diálogo ronco se fue enredando entre ellos.
Cayó rabioso el invierno sobre sus cuerpos fornidos.
Ensayaron las miradas un relámpago acerado.
Cuatro músculos cayeron en las esquinas de adobe
y al punto cuatro centellas desde sus hombros brillaron.
Muerte al monte.
En la picada
rezaba el alba cinco horas.
Un paso sobre otro paso hicieron crujir escarchas.
Muchos lamentos partían desde las puertas del rancho.
Larga fue la desvelada sin el fuego, aquella noche.
Y han partido cuatro hombres a ensañarse
con los árboles; a traer desde los montes
la justicia a sus sordos desamparos.
A saciarse con el fuego que es la sangre
de los árboles.
A matarlos con la ira del invierno
remordido en la espesura de sus carnes
de silencio.
Fueron cuatro voluntades.
Cuatro golpes que crecieron a millares.
Cuatro torsos obedientes a la hechura
del acero.
Surgían a borbotones los crujidos en el monte.
Iban muriendo la vida de los árboles tremendos
y naciendo los recuerdos en las hachas relucientes
por las brasas del martirio.
Uno a uno.
Se les mojaban las manos
con el sudor de la luna congelada.
Los pobres frutos rodaron llorosos sobre los llanos.
Ni para el ave cansada sería la pulpa fresca.
Ni las ramillas flexibles cumbre de nidos alados.
Ni la lluvia retorcida del otoño
ya estaría en la caricia de la corteza rugosa.
Ni ya el ancho viento libre tajaría las espaldas
de las hojas movedizas.
Ni el murmullo.
Ni las sombras.
Ni las cuitas con la estrella fugitiva
de las tardes.
Y los paisajes sin gritos
no llegaban a las almas
del metal, ni del hachero.
En el círculo verdoso cayó el rapto
de la cruz de cuatro hachas.
Y la vida fue partiendo hacia remotas
claridades intangibles.
Hacia noches más piadosas para el hombre,
renegrido por la mies en decadencia
de la tierra fratricida.
Hoy los árboles pagaron el tributo
de su paz desierta y muda.
III
Cuando invernales tañían las campanas
en el ángelus,
cesaron las cuatro luchas de los brazos desnudados.
Se maniataron los troncos como fuerzas
en presidio.
Cuatro aceros regresaron a las seis
a la morada.
El camino desandado se hizo apenas
leve queja de rosales despoblados
de vibrantes mariposas.
Jugó el hacha hundir la tierra y levantarse
sin castigos.
Más.
De pronto.
La presencia de otro árbol se detuvo
en la cuadrilla del hachero.
El siniestro cuadrilátero metálico
destrozó en el poderío de la tarde jadeante
las estrofas de otro daño, para el tronco
que a mi vida se había prendido tanto.
Cayó al pie de mis tristezas sobrehumanas
el despojo del guayabo.
Y otra vez la soledad volvió a sentirse,
soberana de mi cal y de mis ramas.
El pesar que yo sentía, no podría ser salvado
por la mano de los hombres.
El corazón no podría detener el hacha impía
de la sórdida justicia.
En la noche de otra luna,
llama ardida de invernales resonancias,
quedé en Dios para el milagro de mi angosta
desventura renacida.
IV
Tiempo anduvo el bosque entero
dando fuegos y alegrías
a la pobre descendencia del hachero.
Con la luz de las hogueras relucían
cenitales los añiles de los frisos,
noche a noche
en la cabaña.
Los sucesos misteriosos de las ánimas
en pena,
fosforecían semblantes de la rueda
campesina.
Y los casos del pombero,
del luisón
y de la yeta,
forzaban la celosía de los ojos
entreabiertos para ahuyentar
el pasaje del temor
en la conciencia.
Entre el fuego y la leyenda,
fue creciendo la hora púber
de una infanta en el deseo.
Era el celo solapado de sus dueños
montaraces.
Era el sueño de lo intacto en el germen
pedregoso del leñero.
V
Al rescoldo de las noches,
el guayabo se iba dando en la bondad
de sus destrozos.
Una fue para el sostén de algún cansancio
labrantío, su reposo.
Otra fue, en el hospedaje, la almohada
de un ensueño mendicante.
Noche a noche.
Relojes fueron cayendo sobre el tiempo
como huellas.
Lo mismo que huellas frescas sobre viejas.
Un día de primavera que por el campo llamaba
la esencia de los guayabos y el pincel
de los lapachos;
andando por esas tierras con la tristeza
apretada, como un anillo de bodas
en la cintura del dedo.
De paso,
por la lomada que enciende el sol
del ocaso,
se dio el supremo milagro
que en mi anhelo acariciara.
Y quise exprimir los cerros entre mis manos
cansadas, de ese crepúsculo rojo
que los dejaba en el aire, temblando,
como granadas.
VI
Tranquera espaciosa y fuerte.
Señal de casa guardada.
La cabaña del hachero
y el guardián de guayabo.
De este lado el campo inmenso.
Verde.
Guapo y remozado;
allí el corazón valiente
del primer enamorado
y el cantar de la guitarra
con su estatura de hombre.
Del otro el suelo partido
con otras tierras ajenas,
mansedumbre de pastadas
y reguero de mosquetas
hasta el linde de la casa.
Y las ancas del guayabo,
todo luna en la tranquera,
con dos ojazos de fuego,
dos hachones encendidos
de la hija del hachero.
Entre metal y guayabo
se ató el corazón de ambos.
VII
Largando se fue la tarde tras el lucero velado,
con mi canción trashumante:
fue tarde, pero
no hay pena
que su dicha
no se traiga.
Ni corazón altanero
que el tiempo
madure manso.
Ni cicatriz
de algún hacha
que el alma buena
no cambie.
Si al fin,
en la vida todo,
su premio o castigo
alcanza.
Enlace al ÍNDICE del poemario El canto a oscuras en la BIBLIOTECA VIRTAL MIGUEL DE CERVANTES
El canto a oscuras (1950-1954): Miedo / Poema para tus manos / Final de luz / Imágenes de amor / Teogonía de la primavera / En silencio / Sed / Santalucías / Espacio desolado / Espigas negras
Otros poemas: La oferta / Tiempo del árbol / La cuadrilla del hachero / Elegía del árbol fenecido / Lo gris / El facón / Ahora / De un extraño decir / Tiempo de la misma soledad / Retrato de la casa paterna / Meditación junto a la cuna de Federico García Lorca / El signo / Diálogo uno / Ya es tiempo / Banderas / Asombro / Alegría / Pequeñez / Una vez
El canto a oscuras (1950-1954): Miedo / Poema para tus manos / Final de luz / Imágenes de amor / Teogonía de la primavera / En silencio / Sed / Santalucías / Espacio desolado / Espigas negras
Otros poemas: La oferta / Tiempo del árbol / La cuadrilla del hachero / Elegía del árbol fenecido / Lo gris / El facón / Ahora / De un extraño decir / Tiempo de la misma soledad / Retrato de la casa paterna / Meditación junto a la cuna de Federico García Lorca / El signo / Diálogo uno / Ya es tiempo / Banderas / Asombro / Alegría / Pequeñez / Una vez
.
Enlace al CATÁLOGO POR AUTORES
del portal LITERATURA PARAGUAYA
de la BIBLIOTECA VIRTAL MIGUEL DE CERVANTES
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