TODOS LOS CIELOS
Autor: VÍCTOR CASARTELLI
(Enlace a datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE LETRAS del
Edición digital: Alicante :
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2002
N. sobre edición original:
Edición digital basada en la de Asunción (Paraguay),
N. sobre edición original:
Edición digital basada en la de Asunción (Paraguay),
Alcándara, 1987.
CIELO ABIERTO
ALBOR CERCANO
(Alfonso Loma, 16 de marzo de 1986)
La flecha de la aurora, silenciosa
cruza la madrugada. Avanza con un blanco resplandor,
revelando el perfil de las panzudas nubes
que, derrotadas, se alejan con la noche declinante.
Abajo, entre los árboles umbrosos,
como signo inefable de alegría,
un creciente trinar estremece la fronda:
el alba está llegando; rompe el día
con su lezna de luz punzando las tinieblas.
Entre las sombras últimas que al oeste agonizan,
los desamparados lobos aúllan
hacia una luna exangüe.
PRODIGIO EN UN PREDIO APENAS CIUDADANO
Bajo el cielo diáfano de enero,
palor a la deriva de la brisa
lozana todavía, su venero
de luz fecunda suelta la mañana.
Y retozando repta, mas sin prisa,
entre el celeste azul que el aire ondula.
Y cuanto más el éxtasis se afana,
un rincón -cuyo encanto se acumula
con la sombra minúscula del patio-
muestra una enredadera de campánula
desde el verde tenaz que fuerza el césped.
¿Un prodigio sin fin... o fin de fábula?:
un raudo colibrí aquí es el huésped
del rosado panal de campanillas.
Y bate así sus alas rapidísimas
al contacto del cáliz de una flor:
clava el pico -¡divina maravilla!-
y liba la sustancia ya dulcísima
alejándose luego entre el claror.
Absoluta belleza: se condensan
la mañana, la flor y el picaflor.
.
BAJO OTRO CIELO
(Buenos Aires, 1967-1975)
Retomo: seca noria que no mueve.
JORGE GUILLÉN
EXILIO
Los que viajan siempre
fijan la brújula y el viento;
desdeñan las estrellas del trayecto
y el dosel de luna que paren los crepúsculos.
En las ciudades que pernoctan
no se detienen a conversar con los recuerdos
ni advierten las palomas
que estremecen los tejados:
de toda memoria se desprenden
y hienden los caminos
sin ninguna emoción que los agite.
En cambio tú,
rodando hacia el acaso
que te ciñe el corazón como a un ahorcado el nudo,
insomne y solitario
deambulas por calles extranjeras:
la piedad, andrajosa
como un mendigo, cojea a tu costado.
Pero aunque la ignominia te ultraje todavía
y te oprima la garganta, pese a las fronteras
sigues ligado a tu tierra,
tuya siempre por el dolor de tu ausencia,
tierra a la que tus venas se aferran
tenaces
. -como náufragos.
PARA EL DESTIERRO
a Carlos e Iván Decker
Es un sol distinto el que besa las tierras
que recorreréis en este peregrinaje.
Atrás quedaron, apagadas, las voces amigas
con quienes horadasteis desde siempre
el vientre del silencio
para engendrar alguna vez la nueva certidumbre
que parirá su luz y su alegría
en los boquerones sedientos de Catavi,
en los nevados picos de los Andes,
entre el aliento vegetal del Beni,
en las hondas ansiedades de los pozos
de Santa Cruz y de Camiri
y en el socavado platerío de Potosí.
Más allá los océanos recogerán vuestro
y devolverán a los chacales
un oleaje de colibríes degollados
que ascenderá hasta las ruinas
en un aleteo último de sed y
Pero la novia dilecta del hombre,
la Esperanza,
acunará vuestros sueños en noches de fusiles y palabras
y una lluvia venida del frente
os despertará una mañana luminosa
para llorar con ella el alborozo de contemplar
cómo germinan las semillas libertarias
en la afligida azotea de América.
1971
.
ESPEJO DEL CIELO
RÍO A CONTRALUZ
Entre el fauno canoeroy la ninfa lavandera.
J. A. RAUSKIN
La canoa en el río es lo que ella desea,
púdica cuna fluvial para mecer sus sueños.
El río se lleva su núbil latido. Su voz
y su aliento por altos barrancos descienden
y, desde un severo pontón que emerge a flor de agua
-madero ennegrecido, retén de camalotes-,
un bruno nadador, luciendo su oro en un diente,
con rápido ademán de pez flechado los recoge;
ya es ella prisionera de un pecho rumoroso;
es cautiva del río y de sus largos dedos.
Y de este modo sueña que ha perdido el miedo
de bogar en la corriente... o contra ella.
Y al río se entrega, a su raudo abrazo,
a sus múltiples manos abiertas en la tierra.
Ha perdido el temor. Y es el ágora del río
-losa de limo abajo, arriba bancos de arena-
quien un sitio cede a su habitante dilecto:
él y el sol en un bote se mecen, poseyéndola.
EL BARCO ABANDONADO
Inclinado a babor, fauces de moho
acechando la inercia de tu quilla.
La oscura soledad de tus bodegas
es féretro de sueños degollados,
del último dolor de los marinos
que huyeron sin cerrar las escotillas.
El silencio es atroz en tu cubierta,
sin el canto de amor del calafate.
Mas el lento crujir de tus cuadernas
es llanto y es asombro de un fantasma:
ha muerto el capitán. ¿Quién te acompaña?
Te acompaña la Rosa de los Vientos
en los tristes vaivenes de la muerte:
de todos los cuadrantes te transporta
el lejano piar de las gaviotas
y un furor amainado de tormentas
simulando banderas en tu mástil.
Las novias, sumergidas en los puertos,
aguardarán en vano tu llegada;
has dejado, dispersos en los muelles,
corazones radiantes en naufragio
y rincones vacíos en las fondas,
y guitarras llorosas, apagadas
junto al ciego final de tus faroles.
Tu severa armazón: beso de luna
y de peces fundiéndose en el limo.
.
CIELO ÍNTIMO
VANO DOLOR
in memoriam Víctor Ramón Bracho
Para mis ojos obstinados,
incrédulos ojos que vanamente buscan
tu figura absorta silbando en las ventanas
o, silenciosa y lenta,
descifrando el pentagrama de las aceras vacías,
todo es miserable.
Son míseras
estas arduas veredas que torturan los raudales
cuando llueve, como hoy,
en este cementerio sencillamente proletario.
Y también lo son
aquellas manos que, con anónima impiedad,
sellaron con tanta inútil argamasa
esta bóveda soez,
este ficticio columbario de silencios sin palomas,
esta espúrea cripta
que guarda, esconde, ciñe las oscuras tablas erigidas
donde definitivamente te deshaces,
donde ya eres creciente polvo encajonado
y no nutriente de algún árbol
como aquellos que ayer amaste tanto.
Pero qué importa si no te han devuelto a la tierra.
No yaces bajo ella. No sonarán entonces,
en la abatida caja de tu pecho puro,
la indecisa pisada del hombre transitorio
ni los pasos que, sin brújula,
para siempre en el Sur extraviaste.
Y qué importa al final toda esta pena,
si de la tierra misma es el ladrillo,
la cal, la arena, el clavo y la madera
que yerguen el brevísimo recinto
donde hoy ya te disuelves,
tú,
que también fuiste
animado terrón con forma humana.
MEMORIAS DE UN SUEÑO
a José-Luis Appleyard
Testigos que fuimos del parto del alba,
flamearon luces de asombro en tus pupilas.
Bebimos la última copa de sake
y salimos a deambular calle abajo
con el silencio quebrado por el piar de los gorriones
(la brisa desperezaba los naranjos
y tachonaba de azahares las aceras vacías).
Felices todavía llegamos a la casa:
abrumado por la fiebre sideral de sus próximos poemas,
cierto poeta luchaba
con la roca de Sísifo como estandarte cruel de la cruzada.
Hablamos de Góngora toda la mañana
(él nos ignoraba, adusto en su retrato)
y no pudiste decirle a la hermana Marica, mañana, que es fiesta,
porque la tos de nuevo te taladró de espasmos.
No logramos comer al mediodía.
A la mesa solitaria acudieron presurosas
las ninfas de todo el vecindario
para mirar sin comprender tu vieja campanilla,
muda sobre el mantel almidonado.
Salimos entonces a caminar bajo la lluvia;
yo detrás de mi padre
y tú, niño, en brazos de tu madre muerta.
Me señalabas los raudales que pulían las piedras de Rodó;
y en barquitos de papel llegamos, al fin del día,
a las arenas de Varadero:
entre cadavéricos buques, entre quillas derruidas,
Manolo Prieto filmaba el sueño compartido de un barco abandonado.
Reímos toda la noche (Cristo con nosotros a la vera del agua)
y entre huesos de peces muertos vimos, en la ribera opuesta,
nuestra propia osamenta profanada por los cuervos.
Al nuevo día descendimos por el soleado río,
con nuestros ojos rotos de imaginar péndulos
en el vaivén de los camalotes.
De pronto nos cruzamos con la nave de Caronte,
quien, ciego, nos acechaba desde el puente de su nave:
crujieron las cuadernas de nuestro viejo buque
y tu barba oscureció a la sombra de los mástiles quebrados.
Sofocados de llanto, desde popa corrimos,
sobre amarillentos libros que alfombraban la cubierta,
hasta el mascarón de proa que Laterza Parodi tallaba,
ya inconmovible,
con sus manos aromadas de caña y de limones.
Dormido el sol, arribamos al puerto deseado:
te vi partir por sus callejas,
del haz de tus poemas
tomado de la mano.
.
CIELO OSCURO
ECLESIASTÉS 4: 1, 2, 3
Cuando, vencido, combes la cerviz
y gimiendo al final te desmorones
como un títere que cuelga de una mano derrotada,
crecerá en tu contorno el rechinar
de los fieros colmillos de los lobos;
y los cuervos, graznando,
descenderán en busca de la carroña en ciernes:
la piedad será entonces un alba mendicante
detrás de la soberbia de la noche.
Tu rostro en tierra alentará la sed,
pero el duro frontón de la mordaza
no dejará que bebas
ni siquiera la sal de tu infortunio.
Y desde allí, un palmo más abajo,
verás al fin los lindes del paraíso
en el sueño apacible de los muertos
quienes, distantes ya de la tragedia,
podrán decirte acaso
el secreto del tránsito al sosiego.
O la feliz certeza que guarda un vientre núbil:
de nuevo ser, bajo este cielo impío,
un niño inengendrado.
SOLITARIO GUIJARRO DE NUEVO
Como un cuento casi, casi como una leyenda
que emerge y se oculta
y se aferra con denuedo a tu memoria,
refieres que una poción
(dulcísima fluidez de muerte, río letal
para la avidez de los labios mordidos,
beso postrero entre vida y cansancio)
ahogó los sueños de tu madre rendida.
Hoy su pecho opreso bajo tierra
nuevamente nutre las génesis. Y tú,
solitario guijarro de nuevo,
miembro desprendido de una montaña muerta,
suelto al viento ruedas, giras,
das tumbos, saltas, te estrellas
y caes, al fin,
en hondonadas de misericordia. Y allí
(a pecho abierto, en comunión secreta)
algún canto olvidado, ya canto rodado,
gime y contigo llora.
Y tan pronto recobras el brillo de tus ojos
te despeñas
hasta un cielo diáfano.
paraíso tangible que aún purifica tu frente,
tu corazón. Y más:
que al duro gris de tus castas pupilas
mansamente ennoblece.
Acaso niño tú de infancia quieta,
no emergida:
. ¿Quién remonta pandorgas
cuando a solas digieres tu candor violado?
Dime qué llanto guardas cuando suplicas.
Dime qué extinto corro de niños imploras
cuando hiendes, cansado,
la oscurecida luz de la aurora.
Tu vida es ya un puño
que no pudo atrapar la alegría.
Ahora ella cruza ante ti,
inasible
. -como una sombra.
.
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