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martes, 8 de junio de 2010

AUGUSTO ROA BASTOS - PROBLEMAS DE NUESTRA NOVELISTICA (II) / Fuente: CRONICAS Y ENSAYOS PARAGUAYOS – TOMO II. Autora: TERESA MENDEZ-FAITH


PROBLEMAS DE NUESTRA NOVELISTICA (II)
Ensayo de AUGUSTO ROA BASTOS
(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
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Enlace al ensayo:
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PROBLEMAS DE NUESTRA NOVELISTICA (II)
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EFECTIVISMO

En otro capítulo de su ensayo, HUGO RODRÍGUEZ ALCALÁ también me reprocha la técnica efectista de mi literatura. Tiene razón; voy a explicarme, no a justificarme; voy a mirar las cosas desde fuera de mí mismo.
Esa literatura artificial o sofisticada, de la que he hablado, superpuesta a nuestra realidad, representa para los novelistas y para los poetas paraguayos de hoy un factor desencadenante de sus excesos, de su agresividad expresiva. Sentimos que debemos raspar esa costra para llegar a lo vivo. Nos volvemos negadores a la fuerza, iconoclastas por definición, parricidas literarios por un complejo muy parecido al de Edipo (y esto quizás no sea una mera metáfora freudiana).
Hay mucha ñoñez, mucha cosa relamida y dulzona al viejo estilo; esa floricultura de huertos familiares y antañones donde se cultivan los sentimientos en los moldes del barroco español, que es sí nuestra herencia, pero no toda nuestra herencia, sin contar que está también bastardeada y esclerosada con resabios de un patriarcalismo y de un romanticismo bastante tronados y espectrales. Cegados por nuestro apego a lo distinguido, por nuestros presuntuosos escrúpulos gentilicios, no hemos podido superar nuestro disgusto o nuestro temor por lo plebeyo, por la vida andrajosa que se agita y amasa en el arroyo; que es repelente, sin duda, pero que suministra también una preciosa levadura para las contaminaciones fecundas. Por su parte, los que se han "acercado" al pueblo y lo han tomado como tema de sus divagaciones literarias, juntamente con su mitología y sus costumbres, con el falso pintoresquismo de motivos y temas epidérmicos, no han sido más eficaces. No me refiero, por ejemplo a Domínguez, que aparte de no ser novelista fue menos un estilista que un terapeuta. Él trató de salvarnos del marasmo galvanizándonos con su método de autofascinación narcisística, y provocando un absceso de fijación en los tejidos de nuestro descalabrado organismo nacional. Era un método como cualquier otro; diametralmente opuesto al del boliviano ALCIDES ARGUEDA, por ejemplo, que trató de hacer lo mismo que DOMÍNGUEZ escribiendo su PUEBLO ENFERMO.
Salvo las cuatro o cinco figuras más representativas de las letras paraguayas del pasado -de un pasado que comienza con la nación y llega hasta la segunda década del siglo-, las demás han caído casi inexorablemente en una de estas dos posiciones igual-mente falsas: o han eludido la realidad del país copiando y remedando fórmulas, tendencias y estilos cultos y estetizantes, o han tratado de captar solamente los aspectos externos de esta realidad; pulcros poetas de la ciudad pintaron con temas campesinos tarjetas postales de publicidad turística.
Prueba de lo primero son los ecos tardíos y apagados del romanticismo (español y francés), del parnasianismo, del simbolismo o del modernismo, que llenaron la literatura paraguaya -principalmente la poesía- con dejos y desechos de Hugo, Espronceda, Zorrilla, de Lisle o Darío, y la poblaron de figuras exóticas: princesas, pajecillos, ninfas y semidioses, en el calco de escenas y motivos griegos.
Expresión de la segunda postura son las obras de carácter NATIVISTA o AUTOCTONISTA. En ellas, los personajes literaturizados de la mitología guaraní o los símbolos de su cosmogonía o las figuras y los aspectos circunstanciales y pintorescos de su folklore, suplantaron a los dioses, ninfas y pastores helénicos, con lo que esta postura vino a ser no menos falsa que la primera: una forma de escape o de simulación. Allí está, por ejemplo, la hierática obra de albañilería literaria de NATALICIO GONZÁLEZ (mucho menos interesante y significativa que sus ensayos de interpretación sociológica y cultural), finisecular por el estilo, feudal y reaccionaria por las ideas de falso nacionalismo que propone.
Toda esta literatura libresca, este repertorio de actitudes y gestos postizos, petrificadas en la penumbra de la PSICOLOGÍA DE POZO, de enterrados vivos, que es otro aspecto de nuestro aislamiento cultural, ha alzado una tapia, una decoración retórica, detrás de la cual la vida zumba y el pueblo descalzo trajina agobiado sobre la tierra ardiente y escarlata.
Al patear esa tapia heráldica saltan las palabrotas. RODRÍGUEZ ALCALÁ se queja repetidas veces de mis transgresiones de las leyes estéticas; formula su admonición contra mis brulotes inciviles, contra mis párrafos "intranscribibles". Y le comprendo; no voy a llevar la baladronada de mi falta de urbanidad literaria hasta el punto de negarle que me abochorno cuando me lo hacen notar. Pero quisiera desagraviarlo a él y a mis lectores molestos, explicándoles que no es mera fanfarronería exhibicionista. Ahora que lo veo en frío, me doy cuenta de que efectivamente es el producto, la reacción inconsciente de una irritación contra este engolamiento de nuestra prosa y también contra las actitudes mentales pacatas e hipócritas que ella envasa y preserva. Uno siente la irresistible tentación de aplicarles un revulsivo, de echarles un poco de ácido; es la tentación no inédita que nos lleva a hacer las cosas POUR ÉPATER LE BOURGEOIS, cuando el burgués nos exige que respetemos su digestión en nombre de valores que nada tienen que ver con esa apacible digestión..., mientras los demás, los más, pasan hambre, hambre del cuerpo y hambre del alma, aplastados por la supervivencia de una organización semifeudal en la que ni siquiera se puede soñar con esos refinados valores del espíritu. En tal situación, es una ironía hablar de ellos; más que una ironía, una verdadera irrisión.
Esta actitud de rebelión y de agresividad verbal, no es sólo una reacción del espíritu de clase. Yo soy burgués, o al menos, pertenezco por mi extracción a la clase pequeña burguesa; pero la única posibilidad que tengo de liberarme de ese molde social caduco, es sublevándome contra él para acercarme a la masa de los oprimidos. No me puedo jactar de pertenecer a la clase de los opresores; no es un orgullo serlo; pero tengo que hacer algo para redimirme de su estigma y afirmar mi voluntad de liberación.
De aquí, tal vez, la "incivilidad", la virulencia de mi prosa, que reprueba Rodríguez Alcalá. No es sólo un regodeo en las aguas servidas del mal gusto; la fruición de manipular los restos cibales, la obscenidad o la grosería porque sí, gratuitamente. Es también un recurso táctico para cuartear ese pudor puritano, ampollar la piel demasiado fina o demasiado encallecida de los lectores hedonistas, para infiltrar por los poros abiertos bajo el sinapismo vesicante la apelación dramática que nos mueve y conmueve y que está, lo sabemos, no en las malas palabras o en "la suciedad que se rezuma a través de esas páginas impregnadas de dolorosa miseria", sino en nuestra patética, desamparada, insobornable nostalgia de bien y de solidaridad humana, que vive bajo esos "feos manchones". En el Paraguay podemos hacer las cosas más tremendas; podemos exterminar por el hierro o la bala una familia, poblaciones, generaciones enteras (de tanto en tanto se practican estas hecatombes propiciatorias en aras de un color partidario); podemos contemplar, impasibles, lo peor; vejámenes, depredaciones de todo calibre, óptimos estupros, persecuciones, desmanes. Es grave pero no se tolera que los escritores lo pongan en letras de molde. No soportamos el testimonio de nuestras atrocidades; somos muy sensibles al remordimiento. Nuestro acto de contrición es el olvido. La opinión pública espera que el escritor alce tímidamente los ojos a la luna y suspire o cante "a los mansos arroyitos, a las noches azules, a las trenzas renegridas de la morena, a las tiernas florecitas de los campos...". Esto es textual; me lo aconsejaron en un periódico de Asunción. Y en cuanto a la transcripción de nuestras lindezas coloquiales, ni se nos ocurra. Queremos ser comprendidos; nos gusta el retrato artístico, con retoques, bajo los cuales se escurran nuestros defectos y no afloren nuestros vicios, nuestros apetitos y nuestras pasiones. ¡Puah..., eso a los chanchos! Pero entonces la aparente serenidad, la melosa fragancia, el equilibrio exaltado, el "desinterés" estético, la prosa artística, son la distorsión y la mentira.
Si somos herederos del barroco y de las buenas maneras, del ascetismo senequista y del buen sentido pancesco, de Góngora y de Teresa de Avila, de la pulcritud estilística, del afinamiento estético, lo somos también de la picaresca, de la germanía, del desenfreno del habla que irrumpe y alborota muchas páginas de Quevedo y del propio Cervantes. Desde EL LAZARILLO DE TORMES a un Ricardo León (para mí insufrible), a un Valle-Inclán, a un Miró (a quienes admiro), la prosa, la novelística española tiende sus canales con una riqueza de matices que incluye aún lo obsceno, lo arrabalero, lo canallesco, lo picante, etc., pero en función artística, lo que no es paradoja ni contrasentido. Si todo lo excesivo es insignificante, como decía Stendhal, también lo continuamente perfecto o lo bonito aburre. En Francia, Flaubert se apoya en Rabelais y en Voltaire (no me refiero a sus afinidades, sino a sus oposiciones o complementaciones); Marcel Aymé y Giono, en Anatole France y Schwob. ¿Tienen pelos en la lengua León Bloy, Philippe, Mauriac, Sartre? En Inglaterra, la curva que une Chaucer y Swift a un Dickens, a un Graham Greene, pasa por Shakespeare, por Shaw, por Joyce, por Lawrence, por Orwell. Y en Norteamérica, ¿acaso el licencioso pero estupendamente poético lenguaje del Faulkner de Santuary y The Wild Palms, o el escatológico frenesí de Henry Miller, niegan la prestancia estética y fundadora de Melville, Hawthorne, o de sus continuadores, como Wolfe, Wilder y Katherine Anne Porter? Todos estos son también escritores burgueses y no precisamente revolucionarios.
En nuestra América hispánica, el espesor visceral, vital, las escalofriantes descripciones de EL SEÑOR PRESIDENTE, de Asturias, no le impiden ser una obra maestra; al contrario, contribuyen a la densificación de su élan como ocurre en el TIRANO BANDERAS, de Valle-Inclán, su antecedente inmediato en tema y estilo. Si expurgáramos la novela de don Ramón de sus palabrotas soeces, de su brutal inocencia o primitivismo de lenguaje, la historia de Santos Banderas no tendría seguramente el voltaje que tiene. No vamos a quemar las burbujas calóricas de nuestro temperamento al solo efecto de postular nuestro ingreso en el mausoleo de las antologías o de los manuales de estética.
Hechas las salvedades de distancia y altura (pigmeo a la sombra de gigantes), reviso mi librito de cuentos y noto qué módicos resultan los cuescos de mi posadera, la postema que supura en el matungo de Miscowsky, en EL CARUGUÁ, las crueldades de Harry Way, él feo vicio odorífero de Simón Bonaví (que por otra parte era el de nuestro famoso alférez Ñanduá), en el cuento final -para no citar sino estos pocos ejemplos-, ante las libertades de expresión que se permitieron los autores nombrados.
En todo caso, las fealdades de lenguaje duelen menos que las injusticias sociales; no veo por qué han de alarmar las unas y se deben callar las otras. Yo no puedo pintar con colores agradables lo que detesto.

6
LITTERATURE ENGAGEE
Uno de los reparos más importantes que RODRÍGUEZ ALCALÁ concreta a mi volumen primogénito de relatos paraguayos, es el que se refiere al afán redencionista que insufla la mayoría de sus páginas, y que disminuye o degrada su calidad estética. "No debiera subordinar su arte -me exhorta- a una finalidad no artística. Debe, ante todo, concebir su obra como obra de arte. Primero el arte...", etc.
Este reparo involucra una contradicción. En efecto, al comienzo de su ensayo escribe: "El Paraguay que Roa nos pinta es, en verdad, una tierra que ha devorado el poder cósmico del trueno; una tierra que vive en la violencia, en la injusticia, en la explotación... un país de cuarteladas continuas, de caciques y militarotes mandones, de negreros ambiciosos y crueles... el país del campesino desvalido y explotado, víctima de la violencia ambiente, de la avaricia y de la injusticia organizadas como sistema". Y más adelante agrega: "El apasionado afán de redención que anima a la obra toda y que, desde el punto de vista ético honra a su autor, desde el punto de vista estético constituye un factor negativo".
Ante el espectáculo de los males que afligen a la patria, resulta en verdad difícil mantener una circunspecta mesura artística. Las vocaciones más pacientes se vuelven amargas y violentas. Sería inútil reclamarles una producción literaria para el simple disfrute estético de minorías privilegiadas.
A mí me avergonzaría escribir con exclusividad para minorías cultas, y si estuviese forzado a hacerlo, emplearía, lo confieso, todos los recursos de mi voluntad para irritarlas y sacarlas de quicio, como a mí me irritan y me sacan de quicio su muelle aristocratismo, su desprecio, disfrazado de compasiva magnanimidad, por los desheredados, los explotados y los humildes, los que, a su criterio, no deberían tener voz ni conciencia de sus males, en su condición natural e irredimible de sumergidos, sumergidos bajo la línea de flotación de la cultura, detritos humanos que ruedan fuera de la literatura, pero que a nosotros nos permiten nuestros "ocios creadores".
Rehuso adscribir mi literatura a esta especie de neutralidad benévola en favor del arte y la cultura. Prefiero comprometerla hasta los huesos en ese "afán redencionista" que se me reprocha. La belleza no puede ser un pretexto para la abstención irresponsable del artista en medio de las luchas de su tiempo. Esta aparente abstención está también "enganchada y comprometida" no en el desinteresado disfrute de los valores estéticos cuya "pureza" pretende custodiar, sino en la justificación del orden establecido, en la aspiración no confesada de congelar la historia en favor de los opresores y, más directamente, en la lucha contra el pueblo. La filosofía y la estética de la abstención pertenecen al pasado. De una manera u otra, todos hemos tomado partido. Por eso no existe en la actualidad literatura que no sea ENGAGÉE. Y si el privilegio de la libertad es la posibilidad de elección, yo no podría elegir el partido de los que tratan de retener la cultura como patrimonio y posesión exclusiva de una minoría de espíritus selectos y predestinados.
Es despreciar la literatura creer que sólo sirve para usos suntuarios. Es también una herramienta para trabajar por el destino del hombre, por el mejoramiento de la sociedad, por la abolición de los males falsamente necesarios que obstruyen el camino de la libertad en una sociedad defectuosamente organizada y corrompida por la idea del privilegio. "No hay más que un único tema de novela: la existencia del hombre en la sociedad y su conciencia de las servidumbres impuestas por el carácter social de esta existencia" -se queja más que razona, Caillois. Impuestas -agrego yo- por el carácter social de esta existencia sometida al terrorismo de violentos prejuicios asociales e inhumanos que los "directores" de la sociedad se empeñan en hacernos creer que son inamovibles e inmutables, echándole la culpa a Dios o a la maldad esencial e irremediable de la especie humana, según Spengler, Burnham, Toynbee y demás profetas filosóficos del imperialismo en la cultura.
Por todas estas razones, mi libro "no es una visión estética de la tierra-como lo reconoce mi crítico-, sino una airada protesta que se expresa en el sufrimiento resentido, impotente y sin remedio, de seres de ficción (de seres reales de carne y hueso, diría yo) flagelados por un destino trágico". Por eso EL TRUENO ENTRE LAS HOJAS es implacable en la denuncia, en la protesta, en el testimonio. El autor no es un juez, no es el Juez, sino uno de los tantos testigos que depone en la causa del pueblo contra sus opresores. "Roa es cruel -dice Rodríguez Alcalá- porque quiere abolir la crueldad y la injusticia, la tiranía y la explotación". Nada más exacto. Es cierto también que lo escribí indignado, enfurecido por el atraso de mi pueblo. ¿Cómo pues iba a resultar un remanso de belleza apacible en el paisaje tranquilo, aquiescente, de nuestras letras? Pero el Paraguay que yo pinto, ¿responde o no a la realidad? ¿He inventado acaso su drama, puedo sin negarme a mí mismo desentenderme de mi pueblo andrajoso y sufriente? Sí, lo grito, me enfurece el retraso de mi patria tan hermosa, tan querida, tan triste y tan vejada. Soy carne de su carne doliente, astilla de su tronco hachado por el infortunio, y cargo con la herencia de las ignominias que algunos de sus hijos han cometido contra ella y siguen cometiendo. Si me callara, la boca se me caería a pedazos, porque jamás mi cobardía va a ser mayor que mi esperanza en su porvenir, en su regeneración, en su dignificación social y nacional.
He aquí explicado por qué no puedo hacer arte solamente, y por qué el tono fundamental de nuestra novelística va a ser, durante mucho tiempo todavía, el de la rebelión y de la lucha conscientemente admitida y entablada. En la línea de una "literatura comprometida" con el destino de nuestro pueblo, las novelas paraguayas surgirán y se afirmarán como esos actos de coraje, de patriotismo y de sinceridad, de que hablaba Alberdi. Y el arte, un arte humano y vigoroso, se dará por añadidura. Conciencia, pasión y esperanza en el Hombre, son nuestras armas contra la desesperación a la incertidumbre. Y de estos sentimientos, ahondados en la fraternidad con el pueblo, es de donde podremos sacar nuestra clarividencia de artistas, la posibilidad de acertar con la gran ley bajo cuyo signo, en el do-minio del mundo y del hombre, la necesidad se aúna con la libertad.
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De: Alcor, Asunción, Paraguay,
enero de 1960, pp. 4-5.

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Fuente: CRONICAS Y ENSAYOS PARAGUAYOS
DE AYER Y HOY – TOMO II (H-Z)

Autora:
TERESA MENDEZ-FAITH
Ilustraciones: CATITA ZELAYA EL-MASRI
Intercontinental Editora,
Asunción-Paraguay 2009 (427 a 822 páginas)
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